Apagar y encender

Hace menos de una semana me compré un libro titulado Reiníciate, del filósofo Antonio Fornés. Supe de él a través de un programa de radio que escuché durante el trayecto de vuelta de Semana Santa, en el que tuve atascos varios que añadieron 2 horas a mi viaje. Pues bien: llevaba tiempo con la necesidad de reiniciar «el equipo».

Pero, para reiniciar, es necesario apagar y encender. Y resulta que la Vida, esa que toma el aspecto de Jessica Lange cuando habla con Bob Fosse, respondió con el apagón del siglo, el «gran apagón» del 28 de abril de 2025. Dijo algo como:

Esto es apagar. Esto es reiniciar. Disfrútalo.

Tuve la suerte de disfrutar del día, por el sencillo motivo de que no puedo trabajar sin una conexión a Internet. Incluso si la batería del portátil puede durar unas horas, las fuentes de información y muchas de las aplicaciones están en la web. Incluso utilizo el diccionario online de la RAE, o la resolución de dudas de Fundéu.

Enseguida encendí mi radio a pilas. Debo de ser de las pocas personas de mi generación que sigue escuchando la radio en un dispositivo como este, y lo hago, precisamente, para no depender de una conexión a Internet o de unos datos; simplemente, le das a la rueda, se enciende y suena. También tengo en el coche un mapa de carreteras de papel. Siempre puede darse el caso de perder el acceso a los datos en tiempo real. Si te pilla por la carretera, el mapa tiene las vías principales, aunque haya habido modificaciones.

Pude hacer deporte, pasear y ver gente por la calle, familias, niños jugando en instalaciones que suelen estar vacías, vecinos charlando alrededor de un banco en un parque… y pude ver las estrellas. Vivo en una zona en la que el cielo de noche se ve naranja, por la luz de las farolas. Así que pudo ser el único día en el que se vieron las estrellas en este lugar, ayudadas por la Luna Nueva. Por varias horas, recuperamos la sensibilidad «ante la maravillosa pluralidad de colores que el mundo nos ofrece», en palabras de Antonio Fornés.

Fue también como un breve bocado, comprimido, de lo que fue el confinamiento de 2020, con lineales de supermercado vacíos y la gente comprando lo que nunca, velas, latas de guisos imposibles, o pilas de un tamaño inusitado. También, se podía vivir plenamente aquello que sí se tenía o sí se podía hacer: el tiempo de pronto pasaba mucho más despacio. Es curioso: cuanto menos prisas, más da tiempo a hacer.

A través de esa radio a pilas, es como supe que no era un apagón en mi barrio, sino en toda España. Oía cómo muchas personas se habían quedado atrapadas en los trenes y metro, pero también en los ascensores, cómo el apagón sorprendía a cada persona en una situación distinta e impedía comunicarla con otras, pues perdimos incluso la posibilidad de establecer contacto telefónico. Además, después se ha sabido que algunas personas han fallecido por este suceso: es un tema serio y que da que pensar sobre dónde está España como país.

Las fechas de entrega ajustadas se iban al garete, los emails se quedaban en el limbo, de fondo, se podía sentir el alivio de no tener que trabajar a contrarreloj, de poder parar, junto con cierta ansiedad imaginando que, al día siguiente, se trataría (sin éxito) de recuperar el tiempo perdido en esos proyectos donde muchas personas estábamos ya haciendo un esfuerzo superior.

Solo quedaba volver a finales del S. XIX, primeros del S. XX, pero con menos medios: si en la casa no hay gas butano, no hay fuego y no puedes cocinar. Tampoco hay lámparas de aceite. Velas y linternas, incluida la del móvil, que quedó reducido a eso, a ser una linterna. Noticias a través de la radio, que permite prestar atención a la comida o a las otras personas, que no absorbe tanto como la tele. Y poco más; tal vez, recuperar la lectura de libros, el deporte, los paseos.

Qué perdura

Reflexionando sobre mi último libro, Itinerario personal para la empleabilidad, II, en el que la persona puede descubrir y trabajar sus competencias personales, emocionales, sociales y emprendedoras, en el que se crea un curriculum vitae y se prepara para lanzarse al mercado laboral, en el que constituye una empresa partiendo de una buena idea emprendedora que tenga solvencia, pensé que lo que perdura es lo humano: la parte más «moderna» del libro muestra herramientas y aplicaciones que se utilizan para todo esto, y, paradójicamente, es la que se queda obsoleta primero. En una situación como la del apagón, esa parte ya no es aplicable, claro.

En cambio, lo más humano, aquello que habla de las competencias, de conocerse muy bien y de crear una marca personal, eso no cambia. Es sobre lo que suelo escribir en este blog, como sabéis los lectores asiduos, pero también aquello sobre la que he tratado en los manuales Herramientas de coaching y Habilidades de comunicación en el aula.

En un mundo distópico en el que, inesperadamente, perdiéramos todo contacto con el mundo online, con internet, las aplicaciones, los buscadores, la inteligencia artificial… recuperaríamos parte de lo humano que ahora sentimos diluido, ajeno a sí mismo. Y buena parte de ello es el contacto real con otras personas, con la vecina, con los niños que están jugando en la calle.

¿Cómo fue el día del gran apagón en tu caso? ¿Cómo pasaste las horas de incertidumbre que vivimos? ¿De qué te diste cuenta? Me gustará leer sobre ello en la sección de comentarios. Muchas gracias por leer y por compartir.


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