Comunicación genuina: qué hay detrás

¿Cómo te comunicas? ¿Reaccionas a lo que escuchas? ¿Lanzas mensajes no verbales y paraverbales que se contradicen con las palabras que pronuncias? Veamos cómo mejorar las relaciones con los demás detectando desde qué estado hablas y te hablan.

Los tres estados del yo

El análisis transaccional es el estudio de tres estados del yo: el Padre, el Adulto y el Niño. Es como si el yo estuviese dividido en partes que se manifiestan con determinadas formas verbales y no verbales. Los estados del yo no son personajes que uno interpreta en un lugar concreto, como el rol de jefe cuando vas a la oficina. Son realidades conductuales directamente relacionadas con la actividad gestual, el tono de la voz y las palabras que se utilizan. Vienen heredadas de las posturas y gestos aprendidos durante la niñez.

Pues bien, cuando hablamos con otra persona, nos dirigimos a ella desde alguno de estos estados. Si la persona reacciona sin pensar, lo más probable es que responda desde el estado desde el que estamos provocando su respuesta. Si, por el contrario, no acepta esta «provocación», responderá desde un estado que rompe la comunicación.

Transacción complementaria

La primera regla de comunicación en el análisis transaccional afirma que las conversaciones «en paralelo» suponen una transacción complementaria que puede prolongarse de manera indefinida. Veamos un ejemplo:


—El Gobierno siempre está igual: ahora quieren subir los impuestos, ya lo decía yo. Nunca hacen nada bien –con voz fuerte.
—Tiene usted toda la razón, nunca tienen en cuenta a la tercera edad, ¿cuántas veces lo habré dicho yo? –frunciendo el ceño y con el dedo índice señalando al aire–. Son todos unos ladrones.

Diagrama de la transacción complementaria.

En esta conversación, ambas personas están en el estado Padre, toman una postura sentenciosa, sin tomar datos de la realidad, criticando algo o a alguien y encontrando satisfacción en que los dos están de acuerdo en la crítica.

Veamos otro ejemplo en el que cada persona habla desde un estado distinto pero complementario al otro:


—El Gobierno siempre está igual: ahora quieren subir los impuestos, ya lo decía yo. Nunca hacen nada bien –con los brazos en jarras y un tono de voz alto e iracundo.
—¡Ay, madre mía! Me van a hacer polvo esos señores. ¿Qué puedo hacer? ¿Tú que harías? – con voz lastimera y gesticulación exagerada.

Transacción complementaria Padre-Niño.

Aquí, la primera persona que habla está en el estado Padre y la otra persona le responde desde el estado Niño. En esta conciliación ninguno de los dos extrae datos de la realidad.

Transacción cruzada

La segunda regla del análisis transaccional dice que cuando el estímulo y la respuesta se cruzan en el diagrama conciliatorio, se interrumpe la comunicación. Uno habla al otro apelando a un estado del yo, mientras que el otro responde desde un estado diferente. Veamos un ejemplo:


—¿Dónde está el cuchillo de cortar pan? –dice el marido desde el estado de Adulto.
—¡Tú sabrás dónde lo has dejado! –responde la mujer desde el estado de Padre – Siempre estamos igual: como tú no haces nada y lo hago yo todo, pues claro, no encuentras las cosas.

Transacción cruzada: Adulto a Adulto, pero respuesta de Padre a Niño.

En este tipo de transacciones, una de las partes está interpretando la información de manera errónea, escuchando algo que en realidad no se ha dicho, y aprovechando el momento para liberar alguna tensión que guardaba, propia del «yo no estoy bien».

Otro ejemplo de conciliación cruzada es cuando uno de los interlocutores toma el estado de Padre, hablando al otro como si fuera un niño, pero a su vez, el otro interlocutor también habla de Padre a Niño. La conversación sería así:


—Lo que tienes que hacer es pagar tus impuestos, como todos. Es nuestra obligación.
—Tú no eres quién para decirme lo que tengo que hacer, siempre tengo que estarte recordando que este Gobierno es el culpable. ¡Nunca hacen nada bien!

Transacción cruzada Padre-Niño, Padre-Niño.

Transacción cruzada doble

El ser humano riza el rizo en este último tipo de transacción. En ella, parece que se está jugando a un juego, pero lleva oculto un mensaje velado a otro nivel. Es decisión del estado de Adulto hacer caso omiso del mensaje velado, y permanecer en una posición equilibrada. Veamos un ejemplo:


—¿Dónde has escondido el cuchillo de cortar pan?


Esta pregunta contiene un componente Adulto, que es la petición de información, pero a diferencia de la pregunta “¿Dónde está el cuchillo de cortar pan?” lleva implícita una insinuación de que la otra persona ha escondido el cuchillo, y se le solicita esta información de manera imperativa. Puede haber múltiples respuestas. Si el interlocutor ha desarrollado un buen estado del Adulto, podría responder, con tono neutro y tranquilo:


—Lo he escondido en el cajón de los cubiertos.

Transacción cruzada doble.

Esto haría ver al otro que no se ha dado por aludido con la insinuación, y que además ha captado el matiz de la palabra escondido, y lo ha devuelto sin más.


Sea como sea tu comunicación, sé sensible al Niño que hay en los demás, puesto que responde a un sentimiento depresivo de «yo no estoy bien». En cualquier conversación, atender de forma compasiva al Niño del otro le acoge y le ayuda a crecer como persona.

Tócala otra vez, Sam

Deshacerse de un guion de vida decidido en la infancia es realmente difícil cuando las personas que nos rodean lo conocen y esperan que interpretemos nuestro papel. ¿Cómo es que tú, que eras el payaso de la clase, ahora te pones serio? Por favor, sigue tu guion, tócala otra vez, si no, no sabremos que eres tú y nos sentiremos muy incómodos.

Tú eres el gordo

Pondré un ejemplo de guion que se perpetúa para complacer a los allegados: una persona con sobrepeso se reúne con sus amistades o familia para una comida. Cuando la gente va sintiéndose llena o ya no quiere comer más, ofrece invariablemente sus restos «al gordo» [digo el gordo para seguir la forma de tratar las cosas de Eric Berne: hablando en plata]. Y esta persona, para complacer al resto y no salirse de su guion, se come los restos de comida y cumple con el papel que se había dado a sí mismo desde pequeño. Si, por ejemplo, esta persona se pone a régimen y trata de cuidarse, puede que rechace las sobras de comida de los demás. Entonces, empezará a recibir presión para que se las coma. Los del grupo harán chistes de todo tipo para ridiculizar la loca idea de esa persona de seguir un régimen.

¿Tú? ¿El gordo? Ja, ja, ja, ¡tú eres incapaz de hacerlo!

Los supuestos amigos de «el gordo».

Puede que esa persona sea capaz de vencer esta presión social unas cuantas veces, pero es probable que acabe cayendo ante ella, dando la razón al resto: claro que no puedo dejar de ser «el gordo», en ese caso, sería un extraño para todos vosotros, no sabríais qué papel darme. Yo mismo no sabría cómo actuar.

Reforzar al perdedor

Reforzar el lado perdedor de otra persona puede dar una cierta seguridad y sensación de poder al que lo hace. El gordo es el chivo expiatorio. Hace lo que los demás no se atreven a hacer, o consideran incorrecto según unos valores que les hacen sentir por encima, o bien, hace lo que todos los que pertenecen a ese grupo deben hacer para seguir perteneciendo.

Esto se da en otras conductas perjudiciales, como fumar, beber, tener comportamientos sádicos… También se refuerzan y perpetúan actitudes que llevan a una persona a ser la callada, la que no piensa, la tonta…

Al reforzar al perdedor, la persona se lleva un beneficio secundario: nadie espera que alcance nada o llegue a ningún sitio, por tanto, puede continuar su guion de vida banal sin demasiados esfuerzos.

Imagen de Fernando Villalobos en Pixabay.

Es curioso, pero tocamos la misma melodía una y otra vez incluso en soledad. Puede que la persona trate de cambiar una conducta que no le gusta y de pronto se sorprenda justificando la conducta anterior: «Bueno, solo son unos donuts, ya la semana que viene no compro más». No hay nadie ahí para escuchar este mensaje, salvo la propia persona. Esto refuerza la idea de Eric Berne de tener 3 estados del yo: el Niño está diciendo que ya no compra más bollos, puede que el estado Padre responda: «Vale, no pasa nada, te lo paso por esta vez». O bien: «Eres un desgraciado, nunca vas a adelgazar, ¡gordo de mierda!». Es probable que la persona sea más cruel consigo misma de lo que es cualquiera de su entorno.

La risa del ahorcado

Cuando la persona muere según su guion de vida, muestra una sonrisa o utiliza el humor. Está confirmando que todo va conforme a lo que decidió en su infancia. Es como si dijera: «Estoy siguiendo tus instrucciones, madre, ja, ja, espero que estés contenta». Es una conducta bastante llamativa, si nos paramos a pensarlo: reírse cuando se está muriendo.

Pues bien, sin que tenga que producirse este hecho, la persona ya está bromeando sobre «su muerte» cada vez que repite una conducta de guion que el resto aplaude, fuerza, o trata de evitar desde el salvador. Esto es: los demás refuerzan el guion de comer todo y engordar, lo aplauden y hacen lo mismo, o dicen frases como: «No te conviene, no deberías hacerlo, recuerda que no es saludable». Pues bien, las tres respuestas del entorno refuerzan la conducta perjudicial.

Como solemos comentar, el primer paso es ser consciente de esta conducta, sobre todo, de cómo te hace sentir después. Puede que sientas sensación de fracaso, autoestima baja, sensación de no poder hacer nada mejor… Sin embargo, es posible tomar otras decisiones la siguiente vez que se está en esa situación. Lo más importante es no responder de forma automática y reactiva a lo que el entorno propone (salvo si se está en peligro). Después, desde el estado adulto, decidir hacer otra cosa, actuar de otra manera.


¿Tienes la sensación de que tu conducta responde a la presión exterior? ¿Qué te dicen los demás? ¿Qué te dices tú? Como en otras ocasiones, agradezco que leas este blog y compartas con quien quieras.

Si solo queda el recuerdo

Una mujer joven regresa al hogar familiar con su hermano y su madre, a la vuelta de una estancia en Suecia. Decide emprender el proyecto de convertir ese hogar caótico, anárquico y lleno de trastos en un espacio minimalista que acoja su propia oficina. Este es el argumento de Feliz año pasado, una película tailandesa que vi recientemente en una iniciativa cultural: Cine invisible V.O. Al principio, la protagonista hace lo fácil: qué mejor forma de dejar ir el pasado que meter rápidamente todo en bolsas, cerrarlas y desecharlas. Ella misma lo dice:

Ojos que no ven, corazón que no siente.

Conocido refrán.

En un momento dado, estando con su amiga Pink, que es quien va a ejecutar la reforma, decide tirar a la basura un CD porque ya no hay dónde escucharlo. Su amiga abre la caja del CD y le muestra la nota que hay dentro: una dedicatoria de la propia Pink. Ver cómo quiere tirar el regalo como si fuese basura ofende a su amiga y despierta en la protagonista aquello que deseaba evitar:

Antes de deshacerte del pasado, debes mirarlo y despedirte de él.

A partir de ahí, reabrir las bolsas de basura y mirar dentro, objeto por objeto, se convierte en un proceso doloroso en el que la protagonista tiene que enfrentarse a su propio dolor, cuando encuentra objetos que pertenecen a distintas personas. Entre ellos, están las fotos que se hizo con su exnovio, a quien dejó sin ninguna explicación al irse a Suecia. Y está el gran piano, la evidencia de la ausencia de su padre, el piano al que su madre se aferra porque es la última prueba, el último recuerdo tangible, de un pasado mejor, de un hogar feliz.

Por momentos, se superponen imágenes del resultado final, el espacio blanco, aséptico y minimalista, a imágenes del estado actual, sucio, desordenado, incómodo… pero cercano y conocido. Qué duda cabe: el salón sin el piano queda mucho más despejado que con el piano, el piano «no pega» con el nuevo estilo minimalista; hay que deshacerse de él.

El hermano de la protagonista (cuyo nombre no recuerdo, todo eran nombres muy cortos, como Nim, Nao, Aim…) ve unos vídeos de Marie Kondo, y se fija en la frase que más repite:

Deja ir aquello que no despierta tu alegría (doesn’t spark joy).

Marie Kondo.

Pero para el hermano, todos los objetos que ve despiertan su alegría. En ese momento, muestra a su hermana una foto en la que se ve a la familia feliz que fueron, o que al menos fueron en el momento de la foto: el padre al piano, la madre cantando, los niños felices. Era el cumpleaños de la protagonista, pero ella no lo recuerda, se ha ocupado de ocultarse ese recuerdo que ahora es doloroso.

Cuando hay más pasado que futuro

El proceso que a la chica y a su hermano les es necesario, dejar ir el pasado y abrirse al presente, a la luz y a lo funcional, es perjudicial para su madre, porque ya solo le queda eso. Pasa los días cantando con un viejo karaoke al lado del piano que solo sabía tocar su exmarido, anclada en un pasado sin presente ni futuro. Cuando las personas alcanzamos ese momento de la vida en que empieza a haber más pasado que presente, ¿qué culpa podemos tener en tratar de aferrar aquello que fue, lo viejo conocido? Cada vez es más difícil abrirse a lo nuevo, acoger la incertidumbre, cada vez nos encuentra con un cuerpo más cansado, con una mente más saturada, con una sensación mayor de extrañeza ante lo desconocido. Quizá a esa mujer solo le quedaba ese piano. Quizá a otra mujer, que se calienta en su casa con una estufa de butano, solo le quedan las fotos en blanco y negro de muertos, junto con unos adornos anacrónicos y heterogéneos de los que no puede deshacerse, porque entonces corre el riesgo de olvidar quién era y qué hacía.

https://www.insconsfa.com/

Cada día, dejar ir

El pasado no solo está en los objetos que nos rodean, en los recuerdos que aún despiertan sentimientos. El pasado está, sobre todo, en nuestra mente. El pasado nos permite comprender el presente: sería imposible reconocer lo que nos rodea si el cerebro no estuviese preparado para registrar memorias. Por tanto, el pasado es un gran guía. Pero también es lo que nos impide acoger lo que cambia, lo nuevo. La sensación de incertidumbre es frecuentemente desagradable. Es mucho más incómodo, cansado y duro estar en una situación constante de desconocimiento sobre el siguiente paso a dar; es mucho más estresante. Pero esto empeora y se convierte en inasumible cuando, consciente o inconscientemente, dejamos de mirar la realidad para acomodarnos en lo viejo conocido. Es una colección de pensamientos y recuerdos, que, al decidir soltarlos, serían equivalentes a llenar cientos de bolsas de basura física. Por tanto, es mucho más fácil, cada día, ir mirando a lo que fue pero ya no es, dándole las gracias (a lo Marie Kondo) y dejándolo ir. Son pequeñas despedidas, un pequeño trabajo diario: se va el tiempo, se van las oportunidades, se van personas, se van formas de hacer una tarea. En su lugar, tiempo nuevo, nuevas oportunidades, otras personas, formas distintas de trabajar. Sean mejores o peores, se acaban imponiendo. Tratar de permanecer en una ceguera elegida es un esfuerzo adicional.


De nuevo, cada persona es libre de elegir a qué se aferra. En ocasiones, los cambios chocan tanto con la propia forma de ver la vida que no se consiguen digerir. Y se puede seguir adelante en una especie de realidad paralela, apoyada en esos objetos de antaño. Por ejemplo, yo sigo teniendo muchos CD que no tengo dónde escuchar, incluso algunas cintas. Tengo libros que sé que no volveré a leer. Y tengo esos adornos inservibles que me siguen acompañando, cuyo valor es solo sentimental. ¿A ti también te pasa? ¿Te rodeas de pasado? ¿O eres de las personas a las que les es muy fácil dejar ir? ¿Estás a gusto en espacios minimalistas? Me encantaría leerte en comentarios. Comparte libremente. Muchas gracias por leer.

El eslabón más débil

Sigo a vueltas con el guion de vida. Otro tema del que he cobrado conciencia es que el guion de vida puede ser ganador, banal o perdedor en distintas facetas de la vida que son como eslabones de una cadena, y será el eslabón más débil el que determine la trayectoria vital. Por ejemplo, una persona puede tener un guion ganador en el trabajo, llegar muy lejos, ascender, asumir riesgos, ser reconocida… y, mientras, tener un guion perdedor en las relaciones de pareja, no logrando mantener una relación estable con vínculos seguros. Es la misma persona y sin embargo no es capaz de trasladar sus estrategias ganadoras en un área a otra en la que las cosas no funcionan tan bien.

Este devenir tan distinto en las distintas áreas vitales puede explicar esos guiones aparentemente ganadores que luego acaban perdiendo de la peor forma. Es interesante analizar esto. ¿Cómo es posible que una persona no sea capaz de utilizar sus fortalezas de un área en otra?

Cómo fortalecer el eslabón más débil

La buena noticia es que existen formas de trasladar las habilidades a otra faceta de la vida. Por ejemplo, la programación neurolingüística (PNL) tiene ejercicios en los que se visualiza una experiencia ganadora, se ancla en una parte del cuerpo con un gesto que normalmente no se realice y se entrena a la mente para recurrir a las capacidades de esa experiencia ganadora siempre que se repite el gesto de anclaje.

Por otro lado, técnicas como el coaching permiten ampliar el campo de visión con el fin de detectar hábitos y creencias que limitan las capacidades en un área concreta. Por ejemplo, una persona quiere ir al gimnasio, se apunta pero no consigue ir nunca: siente que no tiene tiempo. Con ayuda de un coach puede detectar que el entorno no facilita que acuda al gimnasio. Si se prepara una mochila con todo lo necesario, solo tendrá que cogerla y salir, o meterla en el maletero y sacarla cuando la necesite. Así, el objetivo grande (hacer ejercicio) se trocea en al menos 2, preparar la bolsa y acudir al gimnasio.

Imagen de Jarda Šma en Pixabay.

La detección de creencias es fundamental para aplicar habilidades y capacidades de un área que funciona a otra que no. Una forma de hacerlo es analizar el propio lenguaje, algo a lo que la PNL dedica mucho tiempo: generalizaciones, eliminaciones, suposiciones… Por ejemplo, se puede tener la creencia de que toda la gente con dinero roba o que el dinero es sucio. Se puede creer que todos los hombres son unos cerdos, o que tratan siempre de engañarte. Tanto la PNL como el análisis transaccional (AT) ayudan a detectar este tipo de creencia, desafiándola.

El AT va más allá: describe la conducta automatizada que hace que una persona represente su guion de vida en secciones cortas. Creo que Eric Berne llega a la excelencia con la descripción de los juegos a los que jugamos para evitar una verdadera intimidad. En estos juegos, el protagonista busca a las personas que pueden representar los papeles, comienza la escenificación y logra su objetivo: una sensación de pérdida para todos los jugadores, incluido el protagonista. Una vez detectada la representación, se puede cambiar por otra que no reproduzca el comportamiento perdedor en el área «más débil». Uno de los juegos más fáciles de describir es «sí, pero…»:

El protagonista plantea un problema aparentemente irresoluble. El resto de jugadores se ponen en el papel del padre nutricio y empiezan a dar soluciones al problema. La respuesta del protagonista siempre será: «sí, pero…» echando por tierra cada solución. Al final «gana» (perdiendo) porque demuestra que su problema no tiene solución.

Juegos que la gente juega.

Por último, las constelaciones familiares permiten liberar temas que provienen de generaciones anteriores y que se reproducen de forma inconsciente. Buena parte son estas creencias y conductas automatizadas que comentaba. Por eso se da tanta importancia a estar en el estado adulto del yo y a tomar conciencia de lo que se hace, de lo que no se hace, y de las consecuencias que tiene cada decisión.

¿Y si paso del tema?

No existe ninguna necesidad de «mejorar» la parte más débil de nuestra personalidad, ni de «arreglar» algo que se presupone roto. Cada persona sentirá qué es lo que le conviene en cada momento. Y hay momentos en los que, por mucho que se sepa que se tiene esa parte más débil, ese ángulo muerto por el que vienen los golpes de la vida, no es posible invertir la energía suficiente en cambiarla, o no merece la pena.

Precisamente, de esto va actuar desde el estado adulto: tomar conciencia de las acciones y de sus consecuencias. Nada más. Nada menos. No se trata de torturarse o excluirse de la propia bondad.

De hecho, pasar del problema que te inquieta estando aquí y ahora, consciente de lo que se hace y no se hace, sin automatizar conductas, es una forma como otra cualquiera de llevarlo, rindiéndose a lo que es, sin más.

Más sobre el estado adulto

En el estado adulto es mucho más difícil que otra persona te involucre en sus juegos. También es más difícil iniciarlos tú, porque enseguida te das cuenta de que se trata de una conducta automatizada que no te lleva a ninguna parte.

Si quieres leer más sobre esta parte de tu personalidad con la que estar a gusto siendo tú, visita estas otras entradas del blog:


¿Cuál es tu caso? ¿Sientes que todas las áreas de tu vida están más o menos igual? ¿Sientes por el contrario que un aspecto te resulta más difícil y es el que te frena? Como siempre, muchas gracias por leer y por compartir.

El último giro de guion

De los temas que he estudiado en profundidad en mi vida, el del guion de vida es uno de los que más presentes tengo. No hago más que ver decisiones tomadas por la gente con base en su guion de vida, un «escrito» que se sigue de forma automatizada e inconsciente. Pues bien, he llegado a esta conclusión:

El resultado del guion se conoce al final.

Yo misma.

Esto explicaría por qué personas con un guion ganador, que van cosechando éxitos en su vida y van triunfando, escalando, logrando objetivos, de pronto terminan con un final perdedor, como ya expuse cuando hablaba de O. J. Simpson, Marilyn Monroe o Benito Pérez Galdós.

En una película de acción y grandes robos, The Italian Job, un personaje dice que confía en la gente, pero no confía en el diablo que llevan dentro. Esto me conecta con la forma en que nuestro amigo Eric Berne veía esas decisiones de guion que echan todo a perder, esos giros que molesta ver en una mala película y duele ver en una persona cercana. Berne lo llamaba «la voz del diablo», que susurra a la persona algo como «tírate por el barranco».

Recetas para el éxito

No será que falten recetas para el éxito aquí y allá. Hace poco, buscando documentación que tenía guardada de distintos cursos, di con un texto en PDF titulado Proyecto de vida, sin autor ni copyright reflejados en sus páginas. Empecé a leer y encontré muchas de estas recetas para el éxito, muy bien explicadas. Realmente merece la pena mencionar algunas de sus explicaciones. Por ejemplo, dedica varias páginas a explicar el triángulo de la vida, una teoría de Bob Trask, presidente de Aras Foundation, que explica el éxito y el fracaso como dos caras de la misma moneda. A pesar de que este PDF anónimo tiene ya unos 14 años, la página de Aras Foundation sigue activa.

Triángulo de la vida. Adaptado de un material anónimo. Fuente original: Aras Foundation.

Si observamos brevemente el triángulo, tiene un recorrido externo en el sentido de las agujas del reloj. En este recorrido, el miedo es un impulsor hacia el éxito, la forma de encararlo es correr riesgos. Este éxito nos otorga un reconocimiento externo y una mejora de la autoestima. Tras el éxito, el ganador se permite un descanso, tras el cual analizará cuáles han sido sus fortalezas y debilidades, para emprender el próximo paso con este aprendizaje ganado. Una vez lo ha hecho, puede volver a enfrentarse a lo que le da miedo.

El camino inverso, al contrario de las agujas del reloj, es el del guion perdedor. Ante el miedo, entra en ansiedad y se paraliza, no actúa, sino que descansa sin haber logrado nada. Esta evasión lleva a la persona a aburrirse y sentir que no merece reconocimientos, por tanto, su autoestima se ve afectada. La inacción lleva a sentirse culpable y se vuelve a la ansiedad. Como dice este autor que me gustaría mucho identificar y nombrar:

Hay una y mil formas de evadir la responsabilidad que tenemos con nosotros. Pasando horas interminables chateando, viendo TV, platicando tonterías, vagando, enojándonos, haciéndoles berrinches a los padres, a la pareja, a los maestros; usando drogas, durmiendo de más, deprimiéndose, confundiéndose, olvidándose de lo importante, fingiendo, aparentando, mintiendo, perdiendo el tiempo, suicidándose, etc. Pronto la evasión se convierte en aburrimiento… a veces mortal.

Proyecto de vida. Autor desconocido.

En esta cita, el autor pasa del guion banal al guion perdedor, y de este al guion harmático o de muerte, la versión más extrema de los guiones perdedores.

La autoestima, clave en el éxito

El autor desconocido menciona la autoestima como la clave, el impulsor que permite transitar por la parte externa del triángulo de vida. Y qué fácil es que falle, qué fácil dejarse caer dentro, incluso creyendo que se está en el legítimo descanso después del éxito. Si la autoestima no se ha construido fuertemente en la infancia, en que la actitud de los padres es clave para ello, se puede construir después: desde el adulto, cada vez que enfrentamos el miedo, cada vez que corremos riesgos, cada vez que vencemos retos, estamos reforzando la autoestima. Para su reconstrucción y fortalecimiento, ningún secreto: constancia, responsabilidad, aceptación… De estas palabras de nuestro autor desconocido encontramos alguna en la receta del éxito de este tuitero, Álex Maese:

Puedes ver el hilo completo de Álex Maese aquí.

Posponer, la clave del fracaso

Si hay un elemento que todas estas recetas para el éxito sugieren evitar, es la procrastinación, el posponer una y otra vez la meta. Claro, el diablo nos está diciendo: «mejor ve otro capítulo de la serie», «mejor déjalo para mañana, ¡qué pereza!», «no lo hagas, total, no va a servir para nada». Todas estas son la voz de la baja autoestima, una voz con un componente embriagador que nos adormece y nos arrastra a lo más fácil: la evasión. Posponer no es otra cosa que evadir. ¿Evadir qué? Evadir la vida que te ha tocado, evadir la responsabilidad que tienes, evadir el malestar que produce el incomodarse por primera vez, hasta que la rueda se engrasa y va siendo menos incómodo actuar.

Yo estoy de acuerdo con Haruki Murakami en que la voluntad no se puede forzar. Sin embargo, también pienso que cada persona es capaz de mucho más de lo que cree. De hecho, las personas estadísticamente somos muy parecidas, respondiendo a una distribución normal, una campana de Gauss que se nos aplica en nuestras características y capacidades. Incluso cuando nuestros cerebros, por su configuración, tienen una menor fuerza de voluntad, podemos entrenarnos para aumentarla.

La voz del diablo, el secreto de ese último giro de guion

Cuando observo la trayectoria vital de alguna persona, me acuerdo de ese cuento: «¿Buena suerte, mala suerte…? ¡Quién sabe!». Porque una vida puede haberse enderezado, puede parecer que va siguiendo un camino de éxito, aunque sea discreto, pero hasta el último giro de guion no podemos sacar conclusiones. Así, uno de los «mejores» guiones de vida en los que se puede acabar es el de final abierto: las personas mayores se sientan a contemplar el paso del tiempo. Ya han vivido, ya han cumplido metas, ya han ganado y perdido, y ya no tienen objetivos nuevos, solo estar. Este guion es un final banal, mejor que, por ejemplo, asesinar a tu exmujer o tirarte por un barranco con tu coche.

Solo al final sabemos si la persona va a dejarse llevar por un último giro de guion que la arroje fuera de su camino o si va a quedarse tan tranquila dando de comer a las palomas. Incluso puede que, en efecto, sea realmente una persona con guion ganador y siga activa hasta el último día.


Después de leer todo esto, alguien dirá: ¿Y para qué todo este esfuerzo? ¿Para acabar así? Este esfuerzo, realmente, supone ir a más. Como dice Bert Hellinger, ante cada decisión de la vida, puedes ir a más o puedes ir a menos. Tú decides. Cuando vas a más, progresivamente va siendo más fácil acomodarse en la incomodidad, enfrentarse al miedo, cosechar éxitos. Cuando vas a menos, la vida se va complicando, parece que todo a tu alrededor falla, pero eres tú quien no coge las riendas. Tu vida es tuya: haz lo que quieras.

¿Crees en la magia?

Lo que Peter Pan pregunta a los niños perdidos para salvar a Campanilla es muy similar: ¿Creéis en las hadas?

Si creéis, aplaudid: no dejéis que Campanilla se muera.

Peter Pan.

Hay un tipo de personas que quiere creer en la magia. Y esto implica no querer conocer el truco (o, como diría un mago, el juego).

Esto es lo que hace el protagonista de Big Fish. Durante buena parte de la película, vemos la forma de vivir (o de narrar su vida) de este personaje. Cabe preguntarse si él acaba de creer en sus historias. Lo que está claro es que muestra un fuerte deseo de creer o hacer creer en la magia. Creer en la magia es pensar que no hay truco, que aquello es un fenómeno inexplicable, lleno de misterio.

Lo mágico tiene algo de sueño, algo de siniestro. Imagen de Stefan Keller en Pixabay.

Pero detrás de toda la magia que inventa el ser humano, siempre hay un «truco»: el mecanismo que la hace posible. Así, hay magia en una construcción, en una fórmula química, en una maquinaria, en una novela, en una película…

Personas como Tim Burton o Steven Spielberg seguramente han creído en la magia durante mucho tiempo, o al menos han tratado de trasladar esa idea en muchas de sus películas. En otro ámbito, puede que Iker Jiménez sea otro del club, especialmente cuando se deja llevar por la exploración de lo misterioso en su programa de Cuarto milenio.

Cuando acabé de estudiar Teoría de la Literatura, estuve varios años sin poder leer un libro: había descubierto el mecanismo detrás de la magia. Cambié el placer del lector por el placer del crítico literario. Nada que ver. Con el paso de muchos años, he recuperado parte del placer lector, pero me temo que no hay vuelta atrás.

Con base en esta experiencia, decidí hace mucho tiempo no descubrir, no indagar, el mecanismo que hace posible el cine. Y eso que muchos trabajos que he hecho y hago lo rozan, por ejemplo, escribir guiones de vídeo para un programa de televisión ya te está revelando parte del truco. Y acabas por conocer cuál es la estructura de un guion, de cualquier guion cinematográfico, y qué ocurre en el minuto tal o cual. Saber esto, tener la estructura en la mente, comprobar que la mayoría de las películas responden a ella, crea una cierta distancia con el placer cinéfilo. Y no quiero más distancia.

Esta creencia naïve tiene el riesgo de ver magia allí donde no la hay ni debe haberla, aceptar el engaño en ciertas situaciones de la vida, o vivirlas como si perteneciesen a un cuento, sin tener plena consciencia de lo que está pasando y de las consecuencias de nuestras acciones. Por ejemplo, la propia boda, la compra de un bien de mucho valor (coche, casa, vacaciones), la decisión de migrar a otro país en busca de nuevas oportunidades… Es decir, hay que tener muy claro cuándo dejarse engañar, engatusar, llevar por una historia, y cuándo mantener los ojos abiertos y utilizar el razonamiento lógico.

Protagonistas ingenuos

Gustándome la magia, me gustan mucho los protagonistas que creen en ella. Ya he hablado alguna vez del agente Patou (Jack Lemon) en Irma la dulce, que piensa que la prostituta está simplemente paseando a su perrito, o de Sam Lowry (Jonathan Pryce) en Brazil. Me gustaría detenerme en el comportamiento de este protagonista antihéroe. Sam vive en una sociedad distópica muy controlada por el Estado. Es funcionario público y tiene un empleo en un lugar gris, oscuro y con recursos escasos. Vive solo en un apartamento estándar, bastante poco acogedor. Pero Sam sueña. Se pasa las noches soñando con una bella y desconocida mujer a la que él ama. Él se sueña a sí mismo como un ser alado, un héroe con armadura y alas que rescata a la mujer de diferentes situaciones, que lucha de forma caballeresca con distintos monstruos.

Según avanza la película, los sueños de Sam van tornándose en pesadillas, pues elementos de la realidad irrumpen en ellos, afeándolos. Tiene sueños premonitorios, porque después llega a conocer a esa mujer de sus sueños en una versión real mucho menos dulce, una superviviente, Jill Layton. Y también ve otras cosas, objetos, situaciones, que después aparecen en la película.

El ingenuo de Sam piensa que puede: indagar sobre la vida de la mujer real que tanto se parece a la de sus sueños, no informar sobre la destrucción de un vehículo por parte de unos niños gamberros, entregar un talón por medios no adecuados… Pero no, Sam no puede. Y todo lo que hace este ingenuo personaje en su vida real, va quedando apuntado y notificado y se vuelve después en su contra. No cuento más: mejor verla.

Así, me da pena quitarle a Sam sus sueños, sus ilusiones. Cuando dejas de aplaudir, Campanilla se debilita, se muere. A cambio, la realidad se muestra tal como es: una gran maestra (como diría Brigitte Champetier de Ribes). Siempre quedarán espacios y lugares en los que podamos aplaudir y revivir al hada: uno de ellos, el teatro, una de las mejores prácticas que conozco, hacer clown (sí, el payaso).


¿Crees en la magia? ¿Te dejas llevar por las ensoñaciones? ¿Tienes ilusiones que no parecen concordar con la vida real que llevas? Como siempre, muchas gracias por leer y por compartir.

Desarrollo personal

La mayoría de las secciones que tiene este blog se refieren al desarrollo personal. Esto es, hablan de una serie de herramientas psicológicas para mejorar las habilidades en ciertas áreas. El desarrollo personal puede incluir distintas estrategias: va de hacer un curso de programación neurolingüística (PNL) o análisis transaccional (AT) hasta asistir a una sesión con un coach, pasando por terapia breve en psicología clínica o por la meditación en cualquiera de sus formas.

Hacer cosas normales

Sin embargo, cada vez estoy más convencida de que el verdadero crecimiento personal se da participando en actividades sociales y cotidianas. Ya he destacado varias veces cómo el teatro hace desarrollar el trabajo en equipo, la escucha, el estar presente y tener atención plena. Estas habilidades son especialmente relevantes en la improvisación teatral. Entiendo que se da el mismo tipo de aprendizaje en deportes de equipo como el ciclismo, el fútbol, el baloncesto e incluso en deportes individuales como el tenis.

Estos tíos parecen estar felices. Imagen de Keith Johnston en Pixabay.

¿Quiere esto decir que las herramientas de desarrollo no sirven para nada?

En realidad, las herramientas son eso, herramientas, ni más, ni menos. Sirven de mucha ayuda para enfrentar las dificultades de la vida y para conocer las propias reacciones ante ella: ansiedad, miedo, pereza, agresividad, angustia… En este sentido, igual que el teatro, ayudan a conocer las propias emociones.

En mi opinión, se confunde el dedo que señala la Luna con la misma Luna. Las herramientas son medios, no fines. Ayudan a la vida, no la sustituyen. El fin no es la herramienta, es lo que se consigue con ella.

De qué hablo cuando hablo de desarrollo personal

Para mí, el crecimiento personal es el camino que se transita desde el comportamiento automatizado, reactivo y basado en creencias (patrones del Niño y del Padre interiorizados), a la autonomía y desautomatización propias del estado Adulto del yo.

En otras palabras, se trata de ser consciente de la conducta y decidir, en cada circunstancia, una respuesta plenamente basada en lo que está ocurriendo, sin estar condicionada por creencias.

Muchas personas que se sienten «iluminadas» confunden su estado Padre con su estado Adulto. Siguen respondiendo a una reglas de cómo deberían ser las cosas y se sienten por encima de los demás. Y esto también me ha pasado y me pasa a mí, trato de ser consciente y quitarme importancia (si no lo hago, la vida lo hace por mí). Todo lo que escribo va encaminado a mostrar cómo pienso yo que se toma conciencia y se «crece».

¿Son mejores las personas que han hecho un trabajo personal? No lo creo, y es otra creencia en la que es fácil caer. El valor de la persona es el mismo siempre. No hay que emprender un camino de crecimiento personal ni de otro tipo para ser valorado como persona. De hecho, pienso que viviendo la vida y enfrentándose a sus desafíos también se produce un crecimiento personal.

Las dificultades estimulan la creatividad

Cada vez comprendo mejor la afirmación de Brigitte Champetier; en mis palabras: son las dificultades las que impulsan el crecimiento, el paso de un estado más infantil a otro más adulto. En este sentido, creo que se crece más cuando se enfrentan las dificultades que cuando se hace una actividad asociada al desarrollo personal, como pueda ser la meditación. En la vida, en la batalla diaria, en el encaje de bolillos que se hace para cumplir con cada responsabilidad, es cuando se crece.

Por eso, cada vez me motivan menos las conversaciones basadas en la queja. Y en estos tiempos y los que vienen, vamos a encontrar cada vez más motivos de queja. Desde luego, hablar de lo que no funciona permite un gran desahogo. Es una forma de confirmar la pertenencia a un grupo. Y puedes quejarte prácticamente de todo: del calor, del frío, de la política, de la economía, del ruido, del silencio… De todo. Mientras hablas y te quejas, no actúas, no haces nada por mejorar tu situación ni por adaptarte a ella.

Como expresaría Bert Hellinger, hay grandeza en abrazar las dificultades. Hay también aceptación (que no resignación), y una predisposición a actuar, a resolver, a vivir con lo que toca, aceptando que la perfección es una aspiración un tanto rígida, que afea lo logrado.

Las dificultades pueden ser de todo tipo: un jefe difícil, una mudanza, el dinero no llega a fin de mes, una enfermedad crónica, peleas con hermanos, no tener tiempo para descansar… Gracias a ese jefe, a ese cambio de casa, a esa falta de dinero, etc., se activan los recursos de estar despierto y responder de forma activa y desautomatizada al momento presente.


¿Cuál es tu caso? ¿Haces alguna actividad de crecimiento personal? ¿Cómo aplicas lo que aprendes de ella?

Muchas gracias por leer y por compartir.

La sabiduría de Ehrmantraut

¿Sigues siendo de moral flexible?

Mike Ehrmantraut a Jimmy McGill en Better Call Saul
Visto en https://www.wallpaperbetter.com/es/hd-wallpaper-urpzn

Si James McGill no fuese de moral flexible, la serie Better Call Saul no existiría. De hecho, el fundamento de la serie es esperar al momento en que el abogado James McGill se convierta en Jimmy Resbalones. Y eso ocurre cuando traspasa la línea de la moral rígida a la moral flexible, cuando se le ocurre una idea colorida fuera de las normas y que le expone a ser atrapado.

Muchas películas y series tienen este tema de fondo. Por ejemplo, Irma la dulce. El protagonista de esta película es un joven policía que quiere seguir las normas escritas, mientras que el resto de personajes, incluidos el sargento y resto de policías, siguen las normas no escritas. Es fundamental conocer estas para abrirse paso en el mundo descrito en esta película, que tiene muchas coincidencias con el mundo real.

Otro ejemplo de moral flexible es este:

Estos son mis principios. Si no le gustan tengo otros.

Atribuida a Groucho Marx

Adaptarse al entorno es una de las características fundamentales de los seres que prevalecen, así que en un momento dado, cambiar de principios puede ser una forma de adaptación. En situaciones de ambigüedad, en las que no hay descrita una forma de proceder, puede justificarse con más facilidad este cambio de principios. En sistemas fuertemente jerárquicos como el ejército y similares, un soldado sigue las órdenes que se le dan, sean las que sean, y su conducta se justifica porque solo estaba cumpliendo órdenes.

Aquí y allá, cada persona se ve en situaciones en las que parece fácil dejar de seguir las normas. Ejemplos de normas que se rompen de forma muy habitual son:

  • Ir a más velocidad de la permitida en una carretera.
  • Conducir habiendo bebido alcohol.
  • Hacer cosas personales en el tiempo de trabajo (llamadas, visitar páginas web, entrar en redes sociales…).
  • Copiar contenidos ajenos.
  • Descargar películas o series de una fuente ilegal.
  • Instalar un software que es copia ilegal del genuino.
  • Defraudar a Hacienda.
  • Poner a nombre de otra persona propiedades que usas.
  • Llevarse algo de una tienda sin pagarlo.

Cuando rompemos la norma, buscamos siempre una justificación. Las más comunes:

  • Todo el mundo lo hace.
  • Tenía que hacerlo porque lo necesitaba para… (no llegar tarde, reservar las vacaciones, un trabajo del máster…).
  • A grandes males, grandes remedios.

Aquí vendría la frase:

Quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra.

Jesucristo

Alguien puede decir: «no es lo mismo entrar en negocios ilegales que estas pequeñas interpretaciones de la norma». Pero nuestro amigo Mike Ehrmantraut nos lo aclara. En una ocasión, este personaje es contratado para proteger a un hombre torpe que quiere vender de forma ilegal medicamentos que fabrica la empresa en la que trabaja. En una conversación, Ehrmantraut da a entender al hombre torpe que es un delincuente. El hombre protesta, pero Ehrmantraut lo sentencia:

Si haces una actividad ilegal, eres un delincuente: debes saberlo.

Mike Ehrmantraut

Es probable que no utilizase estas palabras, aunque sí parecidas. En todo caso, al hombre torpe le quedó claro, si bien se resistía a aceptar que había traspasado la línea y se había puesto del lado de aquellos a los que vendía los medicamentos.

¿Naturaleza humana?

Tendemos a pensar que ciertos «trucos» son propios de la picaresca española, pero al ver series como esta podemos constatar que más bien está en la naturaleza humana el reinterpretar la norma. Es cierto que esto es más frecuente en unos países que en otros. Según Geert Hofstede, un psicólogo social que se dedicó a estudiar y comparar las culturas de los países, hay una variable que define cuánto se ajusta un país a una norma. Se trata del espectro indulgencia frente a contención, y también se refleja en la distancia jerárquica.

La pregunta es si esta moral flexible es un rasgo que forma parte de la evolución. Y si vamos más allá e incluimos a otros animales en el recuento, podemos deducir que sí: cucos robando el nido a otros pájaros, animales adoptando la forma del alimento de otro para engañarlo, robo del alimento de una especie por otra, etc.

Jugar a policías y ladrones

Policías y ladrones es un juego descrito por nuestro amigo Eric Berne, dentro de una categoría que llamó «los bajos fondos». Berne explica que hay dos tipos de criminales: los que buscan el beneficio y los que buscan (inconscientemente) entrar en este juego (y ser atrapados). Los que buscan el beneficio son «profesionales» y rara vez son atrapados. En cambio, la persona que juega a policías y ladrones está jugando a una versión adulta del escondite, donde el no ser atrapado arruina el juego. Así, es interesante encontrar un lugar muy bueno para esconderse y que se tarde en descubrir, pero si no se descubre nunca, o si se descubre en unos segundos, de pronto es muy aburrido jugar.

El sobrenombre de «Jimmy Resbalones» ya nos hace pensar en una persona que mete la pata con facilidad y acaba siendo descubierta. De hecho, muchas de las «ideas felices» que tiene este personaje a lo largo de la serie ya nos dan a entender que solo es cuestión de tiempo que le atrapen.

En el caso del hombre torpe que vendía los medicamentos, igualmente comete un error garrafal gastando el dinero que le pagan los traficantes en un objeto grande y ostentoso, que parece una exclamación: «¡Soy un camello, atrapadme!».


Una última reflexión: Berne habla de esa «voz del diablo» que hace a una persona entrar en alguna dinámica de guion perdedor, algo como: «¡Venga, atrévete!». Esa voz se opone a la otra (el ángel), que te sugiere: «Me parece que esto no está bien, esto no es correcto». Entonces, cuando hacemos esas pequeñas (o no tan pequeñas) ilegalidades, ¿buscamos secretamente que nos descubran? Si te apetece, responde en comentarios. Como siempre, agradezco mucho que te tomes el tiempo de leer estas reflexiones. Espero que te sirvan.

Solo personas

Cuando empiezas a trabajar con una organización o institución muy grande, o multinacional, puede que te sobrecoja por su tamaño e importancia. Con el paso del tiempo me he dado cuenta de que al final, hasta la organización más grande está formada por personas. Son personas normales y corrientes, se trata de tener enfrente a otro ser humano.

Mujer joven negra mirando a cámara
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En muchos talleres de habilidades hay un ejercicio en el que los participantes caminan por la sala y buscan a alguien. Entonces, ambas personas se miran a los ojos durante tres minutos. Cuando se experimenta esto, se da una comunicación no verbal con el otro que permite comprobar algo de sentido común:

Somos iguales.

Esto es algo que destaca frecuentemente Brigitte Champetier des Ribes en sus talleres.

Pues eso mismo puede hacerse con las personas de las grandes instituciones. En realidad no te relacionas con todas las personas de la organización, eso no sería manejable; te relacionas con una o varias personas, no demasiadas. Y se descubre que, mirándose a los ojos, la naturaleza humana de ambas se revela.

Como esto no siempre es posible, podemos hacerlo internamente, imaginando a esa persona delante.

Esto ayuda enormemente a varias cosas: a darse cuenta de que el tipo de males que nos asolan son similares, que los ricos también lloran, que tenemos frustraciones parecidas y el mismo tipo de sueños, que el malo no es tan malo ni el bueno es tan bueno. Al fin y al cabo, solo somos dos personas, dos seres humanos imperfectos, que se relacionan.

Cuando el otro es igual que tú

Verse igual a otra persona permite:

  • Dejar de lado el exceso de importancia que cada persona trata de darse
  • Dejar de creer ser el ombligo del mundo
  • Sentir compasión por las circunstancias del otro, que podrían ser las propias
  • Relativizar los errores que comete la persona a la que miro: yo también podría cometerlos, yo también soy imperfecta

Eric Berne señala cómo en un primer momento dos personas se ven con claridad, en los primeros diez segundos, para después hacer una actuación de Oscar superponiendo una careta sobre la propia esencia. Cada persona hace lo mismo: primero ve al otro y se deja ver, después se oculta y se olvida de lo que ha sabido sobre la otra persona. Por eso el ejercicio que se hace en los talleres es sin hablar, solo mirada, porque ahí no hay careta posible, salvo en algunos grandes artistas de la Academia.

El protocolo y la tele

Quizá lo que más me impone a mí es el protocolo. Veo estas series como The Crown o House of Cards y es el protocolo, las formas y los uniformes lo que establece las relaciones y jerarquías entre las personas en ese contexto, de manera que el ejercicio de mirar a los ojos es difícil o está prohibido. Y puede que incluso si se pudiera hacer con personas como la Reina de Inglaterra, ahí estaríamos ante una persona tan entrenada en ocultarse que no la podríamos ver. En todo caso, no dejaríamos de estar ante un semejante, otro ser humano, otra persona.

Otra cosa que puede pasar es que el aura o carisma de una persona muy famosa nos impida verla como persona. Los grandes famosos que vemos siempre en pantallas también son personas, son seres humanos muy parecidos a cualquiera. Pero si los vemos fuera de las pantallas, si nos los cruzamos por la calle, su aura nos puede obnubilar, su carisma nos puede impresionar tanto como si fuesen seres superiores. Ya he contado alguna vez que yo he conocido a una persona muy famosa cuando no lo era y luego lo empezó a ser. Ya tenía ese carisma que atraía las miradas sobre ella, ya era un poco diferente al resto. Pero no dejaba de ser otra persona más, otro ser humano.


En definitiva, sea por pertenecer a una gran institución o de mucho prestigio, sea por tener una jerarquía muy alta que obliga a un protocolo o sea por ser «famosa», una persona nos puede parecer «otra cosa» mientras no hagamos o visualicemos el ejercicio de mirarla a los ojos, hasta poder ver, simplemente a «uno cualquiera».

¿Qué opinas? ¿Hay personas o situaciones que te imponen mucho? ¿Cómo te sientes ante grandes organizaciones o instituciones? Como siempre, te agradezco mucho que leas y compartas libremente.

Lo siento, chic@s

Hay dos tipos de post en este blog: los que provienen de una investigación de algo externo, como este de Osho o este otro sobre Análisis transaccional, y los hay de una «investigación interna», como este del agente Patou o este sobre capacidades (y zumba).

Pues este post es del segundo tipo: procede de mis reflexiones cuando estoy creando un curso de formación online.

Lo siento, chic@s.

Esta es la frase que me viene a la mente cuando los requisitos del cliente difieren mucho de los míos, y entonces me imagino a los futuros alumnos que nunca conoceré navegando por un curso incómodo, mal escrito, lleno de «debes/tienes que», con animaciones rimbombantes, con tests insultantes o una mezcla de todo esto.

Digamos que en este blog me he llenado la boca hablando de cómo tiene que ser el e-learning (en general en la categoría Aprendizaje), pero no suelo decir que yo no hago ese tipo de cursos ideales: normalmente no puedo por diversas circunstancias.

A pesar de que me acojo por completo al Manifiesto de Cathy Moore, tengo que admitir que en general no puedo realizar ese tipo de formación y soy co-responsable de ello.

Si el cliente me pide que limite la navegación y convierta el curso en una agonía de clics hasta llegar a su test final, yo lo hago. Yo, la misma persona que tradujo este artículo de Tom Kuhlmann sobre motivar a los alumnos o este otro con 10 estupendas reglas para crear cursos atractivos.

De hecho, es el propio Tom Kuhlmann, alguien muy respetado en el sector, quien afirma que el cliente siempre tiene la razón. Y así es.

A los diseñadores instruccionales nos encantaría que el cliente fuese el alumno, pero el cliente no es el alumno, y mientras mantenemos pequeños guiños hacia quien realmente hará el curso al final, nos tenemos que atener a lo que desea quien encarga la formación (el que paga).

Pienso que esto es como un guion de una película: notas que el guionista ha tenido una gran idea, notas que sabe desarrollar buenos diálogos y que los giros de guion son coherentes con la historia. Y de pronto todo se da la vuelta y la película se convierte en una absurda locura. ¿Quizá porque su final no está decidido por ese guionista?

Simplemente quería deciros esto: a veces, cuando te apuntan a ciertos cursos online que tienen tintes de pesadilla, piensa que esa pesadilla primero la vivió un diseñador instruccional que tuvo que acogerse a ese sentimiento subyacente en muchos decisores, por el cual los alumnos son niños, la letra con sangre entra, «tienen que» ver TODO y el disfrute es ajeno al aprendizaje…