Comunicación genuina: qué hay detrás

¿Cómo te comunicas? ¿Reaccionas a lo que escuchas? ¿Lanzas mensajes no verbales y paraverbales que se contradicen con las palabras que pronuncias? Veamos cómo mejorar las relaciones con los demás detectando desde qué estado hablas y te hablan.

Los tres estados del yo

El análisis transaccional es el estudio de tres estados del yo: el Padre, el Adulto y el Niño. Es como si el yo estuviese dividido en partes que se manifiestan con determinadas formas verbales y no verbales. Los estados del yo no son personajes que uno interpreta en un lugar concreto, como el rol de jefe cuando vas a la oficina. Son realidades conductuales directamente relacionadas con la actividad gestual, el tono de la voz y las palabras que se utilizan. Vienen heredadas de las posturas y gestos aprendidos durante la niñez.

Pues bien, cuando hablamos con otra persona, nos dirigimos a ella desde alguno de estos estados. Si la persona reacciona sin pensar, lo más probable es que responda desde el estado desde el que estamos provocando su respuesta. Si, por el contrario, no acepta esta «provocación», responderá desde un estado que rompe la comunicación.

Transacción complementaria

La primera regla de comunicación en el análisis transaccional afirma que las conversaciones «en paralelo» suponen una transacción complementaria que puede prolongarse de manera indefinida. Veamos un ejemplo:


—El Gobierno siempre está igual: ahora quieren subir los impuestos, ya lo decía yo. Nunca hacen nada bien –con voz fuerte.
—Tiene usted toda la razón, nunca tienen en cuenta a la tercera edad, ¿cuántas veces lo habré dicho yo? –frunciendo el ceño y con el dedo índice señalando al aire–. Son todos unos ladrones.

Diagrama de la transacción complementaria.

En esta conversación, ambas personas están en el estado Padre, toman una postura sentenciosa, sin tomar datos de la realidad, criticando algo o a alguien y encontrando satisfacción en que los dos están de acuerdo en la crítica.

Veamos otro ejemplo en el que cada persona habla desde un estado distinto pero complementario al otro:


—El Gobierno siempre está igual: ahora quieren subir los impuestos, ya lo decía yo. Nunca hacen nada bien –con los brazos en jarras y un tono de voz alto e iracundo.
—¡Ay, madre mía! Me van a hacer polvo esos señores. ¿Qué puedo hacer? ¿Tú que harías? – con voz lastimera y gesticulación exagerada.

Transacción complementaria Padre-Niño.

Aquí, la primera persona que habla está en el estado Padre y la otra persona le responde desde el estado Niño. En esta conciliación ninguno de los dos extrae datos de la realidad.

Transacción cruzada

La segunda regla del análisis transaccional dice que cuando el estímulo y la respuesta se cruzan en el diagrama conciliatorio, se interrumpe la comunicación. Uno habla al otro apelando a un estado del yo, mientras que el otro responde desde un estado diferente. Veamos un ejemplo:


—¿Dónde está el cuchillo de cortar pan? –dice el marido desde el estado de Adulto.
—¡Tú sabrás dónde lo has dejado! –responde la mujer desde el estado de Padre – Siempre estamos igual: como tú no haces nada y lo hago yo todo, pues claro, no encuentras las cosas.

Transacción cruzada: Adulto a Adulto, pero respuesta de Padre a Niño.

En este tipo de transacciones, una de las partes está interpretando la información de manera errónea, escuchando algo que en realidad no se ha dicho, y aprovechando el momento para liberar alguna tensión que guardaba, propia del «yo no estoy bien».

Otro ejemplo de conciliación cruzada es cuando uno de los interlocutores toma el estado de Padre, hablando al otro como si fuera un niño, pero a su vez, el otro interlocutor también habla de Padre a Niño. La conversación sería así:


—Lo que tienes que hacer es pagar tus impuestos, como todos. Es nuestra obligación.
—Tú no eres quién para decirme lo que tengo que hacer, siempre tengo que estarte recordando que este Gobierno es el culpable. ¡Nunca hacen nada bien!

Transacción cruzada Padre-Niño, Padre-Niño.

Transacción cruzada doble

El ser humano riza el rizo en este último tipo de transacción. En ella, parece que se está jugando a un juego, pero lleva oculto un mensaje velado a otro nivel. Es decisión del estado de Adulto hacer caso omiso del mensaje velado, y permanecer en una posición equilibrada. Veamos un ejemplo:


—¿Dónde has escondido el cuchillo de cortar pan?


Esta pregunta contiene un componente Adulto, que es la petición de información, pero a diferencia de la pregunta “¿Dónde está el cuchillo de cortar pan?” lleva implícita una insinuación de que la otra persona ha escondido el cuchillo, y se le solicita esta información de manera imperativa. Puede haber múltiples respuestas. Si el interlocutor ha desarrollado un buen estado del Adulto, podría responder, con tono neutro y tranquilo:


—Lo he escondido en el cajón de los cubiertos.

Transacción cruzada doble.

Esto haría ver al otro que no se ha dado por aludido con la insinuación, y que además ha captado el matiz de la palabra escondido, y lo ha devuelto sin más.


Sea como sea tu comunicación, sé sensible al Niño que hay en los demás, puesto que responde a un sentimiento depresivo de «yo no estoy bien». En cualquier conversación, atender de forma compasiva al Niño del otro le acoge y le ayuda a crecer como persona.

Un monje budista que friega los platos para fregar los platos

¿A qué prestas atención?

Recupero un libro que leí hace algunos años, Lograr el milagro de estar atento, de Thich Nhat Hanh. Este libro destila vitalidad, la voz suena joven y con energía. Sin embargo, este monje debía de tener unos 83 años cuando lo escribió. El objetivo del libro es prestar atención al momento presente, lo mismo que se practica en mindfulness. Y se logra de la misma manera: atendiendo a la respiración. A pesar de que se puede resumir el título a «Presta atención» y el texto a «Atiende a tu respiración», estos dos consejos parecen no casar con la vida moderna: «ya lo haré después». Por lo que voy a extraer algunas de las enseñanzas del monje budista zen que parecía tan vital a esa edad.

Fregar los platos para fregar los platos

El libro está escrito dirigido a Quang, un discípulo: el lector es Quang. Y Thich Nhat Hanh le habla de encontrar para cada tarea el fin en sí misma: friega los platos para fregar los platos. De aquí que el autor no comprenda el uso de lavavajillas, porque para él resulta placentera esta actividad de fregar los platos (y de lavar su ropa). Te imaginas al monje en un sitio muy agreste, lleno de árboles, sin los avances de la vida moderna, fregando en una fuente, sintiendo el agua fría en sus manos. Pero lo escribe en 2009. Tratas de trasladar esa realidad a la tuya, porque claro, no vas a dejar de usar el lavavajillas ni la lavadora. ¿Qué vida arrastrada llevaríamos si tuviéramos que fregar todo a mano?

Imágenes generadas en MidJourney. Pedí que el monje estuviera fregando, pero en realidad están cocinando. Aún aprendiendo a usar esta app espectacular de IA.

Por tanto, no miremos fijamente al dedo cuando el maestro señala la luna. La luna es la atención plena. Es inspirar y espirar con consciencia, prestando atención a cómo el aire entra y sale del cuerpo, permitiendo la conexión entre cuerpo y mente a través del mecanismo automático de la respiración, que sin embargo podemos ralentizar a voluntad.

Nuestro aliento es el puente entre nuestro cuerpo y nuestra mente, el elemento que los reconcilia y que hace posible la unidad cuerpo-mente. (….) Pero de lo que quiero hablarte, Quang, es de cómo la respiración es un instrumento y cómo la respiración es en sí misma atención mental.

Thich Nhat Hanh, El milagro de estar atento.

En cualquier actividad que se realice, incluida cualquier tarea del trabajo, «fregar los platos para fregar los platos» significa volcar la atención únicamente en esa tarea, siendo consciente de los movimientos que se realizan, consciente de la respiración que la acompaña, siendo uno con la tarea. Cuando surgen pensamientos o emociones, se trata de reconocer lo que ha surgido y seguir respirando hasta que se recupere la atención plena. Lo importante es darse cuenta.

Un día a la semana para ti

La vida es una vorágine. Curioso el origen etimológico de esta palabra: viene de devorar, tragar. Tendemos a pensar que es solo ahora, pero yo creo que ha sido siempre: la vida siempre nos requiere acción, está en movimiento, nos lleva y nos trae, nos presenta obstáculos. Por tanto, siempre es complicado buscar un tiempo de meditación. Tras muchos años en contacto con distintas técnicas de meditación, he llegado a la conclusión de que hay que integrar esta práctica como parte del resto de la vida. En lugar de necesitar reservar media hora para sentarse en silencio a observar cómo entra y sale el aire del cuerpo, la atención plena tiene que darse aquí y ahora, en cada actividad que se hace, a cada paso.

Esto también lo comenta el autor del libro, pero él añade no solo el hábito de sentarse a meditar un rato cada día, sino el buscar un día completo para uno mismo en el que hacer todas las tareas con consciencia. Ese trabajo de un día a la semana hará que el resto de los días sea más fácil tomar consciencia y prestar atención.

Ese día, Thich Nhat Hanh propone que todo sea consciencia plena desde el acto de levantarse: ser consciente de la postura, de la respiración, de cómo nos levantamos, nos vestimos, nos duchamos, desayunamos, nos lavamos los dientes… Todas las tareas observadas por el placer mismo de la observación, que esto es la meditación, respirando en cada una de ellas. Se trata también de cocinar con atención plena, de limpiar la casa o, claro, de fregar los platos. Estas actividades, realizadas de forma consciente, procuran un cierto bienestar que despierta una sonrisa interior, esa media sonrisa que surge de estar en paz o en calma.

Seamos realistas: según el tipo de vida de cada cual, lograr pasar un día entero así a la semana es poco menos que una fantasía. Sin embargo, se pueden reservar unas horas del domingo para practicar la atención plena, o bien un día al mes. También se puede distribuir a qué se presta atención cada día de la semana: un día a cómo te lavas los dientes, otro día a cómo comes, otro día a cómo barres, etc.

La mente se observa a sí misma

En esta atención, somos tanto el observador como el objeto observado. No se trata de la objetividad de un observador científico, se trata de la subjetividad de un observador que es sujeto y objeto de observación. Aquí entramos en el terreno filosófico de lo que sucede en la meditación. La mente no es diferente de los pensamientos y emociones que puedan surgir en ella. La mente es la misma cosa esté ajetreada o esté calmada. Pero el asunto va más allá:

Cuando el objeto de conocimiento (el algo) no está presente, no puede haber sujeto que reciba el conocimiento.

Thich Nhat Hanh.

Al leer esta frase del monje, de pronto la información me parece nueva. A pesar de llevar años escuchando hablar de esta disolución entre sujeto y objeto, de este desaparecer del sujeto en el mar de lo observado, ahora leo algo nuevo aquí. Me viene a la mente esa paradoja del árbol que se cae en medio de un bosque, pero que nadie oye caer. Si nadie lo oye, ¿ha hecho ruido? La frase del monje me parece lo contrario: sin árbol, sin mundo exterior, no hay sujeto, no hay mente. La mente es el árbol, la mente es el sonido, la luz, es las sensaciones internas. Esto es bastante complicado de aprehender. Se disuelve la diferencia entre el que bebe una taza de té y el té que está siendo bebido.

Así, no hay división, no hay objetos, no hay categorías. No podemos aislar una mesa de las personas y materiales que han contribuido a su creación: la mesa no existe sin el carpintero, sin el árbol del que sale la madera, sin los metales que componen los clavos, sin la tienda que la vende…

Esto también es científico

Afortunadamente, hay neurocientíficos dedicados a validar estas prácticas ancestrales y a darles el barniz científico que hoy día se reclama. Ya he mencionado alguna vez a Andrew D. Huberman, profesor de neurobiología en Stanford. Este neurocientífico es un youtuber bastante activo, tiene varias meditaciones en su canal y evidencias de cómo la meditación mejora la salud. Comparto aquí este vídeo sobre cómo respirar correctamente y lo que aporta a la salud:

https://hubermanlab.com/how-to-breathe-correctly-for-optimal-health-mood-learning-and-performance/.

Sin querer quitar peso al gran trabajo de este autor, si comparamos a Huberman con Nhat Hanh, este último destila una felicidad que permanece, una calma y una paz interior que se transmite en sus palabras vigorosas: es como ver luz a través de sus palabras, de tal manera que, de forma casi inmediata, consigue del lector que se adhiera a sus prácticas. Huberman es más un hombre de nuestros tiempos, práctico y prolífico, quizá otras personas se inspiren más con él. La meta en todo caso es la misma: a través de la respiración consciente, además de calmar la mente, tenemos acceso directo a la realidad, contacto directo con nuestras sensaciones, experiencias plenas.


¿Qué opinas? ¿Practicas la meditación? ¿Llegas a sentir que eres uno con el objeto observado? Como siempre, agradezco mucho que leas este blog y compartas libremente.

Un viaje en Taxi a Vilcabamba

En mi último viaje en taxi, una taxista me recogió en el aeropuerto para llevarme a donde vivo. Ella comentó que había vivido muchos años de su vida cerca de mi zona. Me fijé en ella. Me llamó la atención que era una mujer elegante y muy correcta. Casi parecía una directiva de un entorno empresarial. Mi curiosidad me animó a conocerla todo lo posible en un viaje de media hora.

Le queda un año para pagar la licencia del taxi. Yo miré a mi alrededor: un Prius. La licencia cuesta como un piso. Después, su sueño es montar un negocio de terapia asistida con caballos para trabajar con niños con dificultades. Se está sacando el máster. Mi interés iba en aumento. Había trabajado anteriormente en una gran empresa en el área de contabilidad. Le pregunté su edad, es dos años más joven que yo. Al comentarle que parecía muy joven, me dijo que sus ancestros provienen de un pequeño pueblo de Ecuador, Vilcabamba, famoso por la longevidad de sus habitantes. Su propio abuelo había vivido 120 años y había montado a caballo hasta poco antes de morir.

Esta pudo ser la taxista. Pero es una imagen generada en MidJourney.

Percibí en la taxista la fuerza, el empuje, la lozanía de su abuelo. Su motivación por la vida se enriquecía como reacción a momentos muy duros que le había tocado vivir. Llevaba un rosario colgando del espejo retrovisor en memoria de su hermana mayor, que había fallecido de cáncer. Su hermana había tenido un hijo estando ya enferma y había aguantado la vida hasta que estuvo criado (3 años). Y ella lo manifestó: «Ahora me puedo morir». Y se murió. Y este niño fue un regalo para la mujer taxista y entrenadora de caballos. El niño lo sabe: «Tengo tres madres, una en el cielo, una regañona (la hermana menor) y una regalona (la taxista)».

Creo que la taxista vive su vida con consciencia y la toma como un regalo. Creo que esta mujer sale adelante en todo lo que se proponga por este empuje que le viene de sus genes y por cómo ella toma de forma incondicional su vida. Creo que por eso pude prestar atención plena a comunicarme con ella, muy lejos de la «amenaza robótica» del mundo digital.

Tocar el alma de otro ser humano es caminar por tierra sagrada.

Stephen R. Covey

Máximo potencial

En la película Sin límites, el protagonista descubre una droga que permite que el cerebro trabaje hasta su máximo potencial. Así, un escritor pelagatos que no consigue redactar una línea pasa a ser un escritor muy productivo, ordenado y elegante que ve que escribir se le queda corto y empieza a invertir en bolsa. Hay personas que parecen llevar esa droga ya incorporada, lo pensé mientras hablaba con la taxista: tiene un plan de vida muy claro, un guion ganador, sabe el sacrificio que cuesta el camino elegido y transita por él con determinación. Para otras personas, hace falta un apoyo, un impulsor. Vengo a pensar que las inteligencias artificiales son ahora para muchos trabajos ese impulsor que nos va a convertir en muy productivos, ordenados y elegantes (mientras consigamos extraer su potencial y mantengamos los puestos para explotarlo).

¿Cuáles son los productos de nuestras actividades? ¿Cómo elegimos trascender? El producto que quiere lograr la taxista es la ayuda a niños con dificultades. Pienso que el ser humano tiene la necesidad de trascender, que no se agota con tener descendencia. Es la necesidad de hacer algo que llegue más allá que nuestra propia vida. ¿Podemos trascender creando productos apoyados en las inteligencias artificiales? ¿Los sentiremos como nuestros?

Siendo realistas, la mayoría de las veces, una persona llega a su máximo potencial y sin embargo no trasciende. Vi hace poco la película Un americano en París, en la que aparecen varios bailarines en distintas coreografías. Me imaginé a una de esas personas diciendo: «Mamá, fíjate bien en el baile en el que sale un decorado con dibujos, ahí se me ve». Cada uno de aquellos bailarines que acompañan a Gene Kelly en los bailes es perfecto, casi tan bueno como el propio Gene Kelly. Cada bailarina es casi tan buena, casi indistinguible de Leslie Caron. Sin embargo, la cara del resto de bailarines anónimos aparece en pantalla unos segundos. Es imposible retenerla. En su casa, dijeron: «Mamá, salgo en una película de Hollywood». Sin embargo, no quedó la huella de esto, no sabemos quiénes son esos bailarines casi perfectos seleccionados de entre miles.

La taxista de Vilcabamba no está pensando en esto cuando dirige su carrera hacia donde quiere ir. Está centrada en su objetivo y en la ayuda que puede ofrecer estando al servicio de la vida. Seguramente no esté pensando en que los productos de su actividad trasciendan. Así, no se apega a un hipotético resultado dirigido por los avatares de la vida, sino que se apega a su objetivo y a cómo puede beneficiar a otras personas.


Si vamos a vivir 120 años, si vamos a estar ayudados por robots e inteligencias artificiales que van a hacer aún menos original, creativo y trascendente nuestro trabajo, si nos queda por delante ver lo nunca visto, busquemos al menos una manera de entregar lo mejor al servicio de la vida, aquí y ahora, en cada momento presente. Si nos desligamos de la presión de trascender, nos podemos centrar en llevar a una pasajera desde el aeropuerto hasta su casa y vivir esa experiencia como la única posible del momento; una experiencia de calidad.

Si solo queda el recuerdo

Una mujer joven regresa al hogar familiar con su hermano y su madre, a la vuelta de una estancia en Suecia. Decide emprender el proyecto de convertir ese hogar caótico, anárquico y lleno de trastos en un espacio minimalista que acoja su propia oficina. Este es el argumento de Feliz año pasado, una película tailandesa que vi recientemente en una iniciativa cultural: Cine invisible V.O. Al principio, la protagonista hace lo fácil: qué mejor forma de dejar ir el pasado que meter rápidamente todo en bolsas, cerrarlas y desecharlas. Ella misma lo dice:

Ojos que no ven, corazón que no siente.

Conocido refrán.

En un momento dado, estando con su amiga Pink, que es quien va a ejecutar la reforma, decide tirar a la basura un CD porque ya no hay dónde escucharlo. Su amiga abre la caja del CD y le muestra la nota que hay dentro: una dedicatoria de la propia Pink. Ver cómo quiere tirar el regalo como si fuese basura ofende a su amiga y despierta en la protagonista aquello que deseaba evitar:

Antes de deshacerte del pasado, debes mirarlo y despedirte de él.

A partir de ahí, reabrir las bolsas de basura y mirar dentro, objeto por objeto, se convierte en un proceso doloroso en el que la protagonista tiene que enfrentarse a su propio dolor, cuando encuentra objetos que pertenecen a distintas personas. Entre ellos, están las fotos que se hizo con su exnovio, a quien dejó sin ninguna explicación al irse a Suecia. Y está el gran piano, la evidencia de la ausencia de su padre, el piano al que su madre se aferra porque es la última prueba, el último recuerdo tangible, de un pasado mejor, de un hogar feliz.

Por momentos, se superponen imágenes del resultado final, el espacio blanco, aséptico y minimalista, a imágenes del estado actual, sucio, desordenado, incómodo… pero cercano y conocido. Qué duda cabe: el salón sin el piano queda mucho más despejado que con el piano, el piano «no pega» con el nuevo estilo minimalista; hay que deshacerse de él.

El hermano de la protagonista (cuyo nombre no recuerdo, todo eran nombres muy cortos, como Nim, Nao, Aim…) ve unos vídeos de Marie Kondo, y se fija en la frase que más repite:

Deja ir aquello que no despierta tu alegría (doesn’t spark joy).

Marie Kondo.

Pero para el hermano, todos los objetos que ve despiertan su alegría. En ese momento, muestra a su hermana una foto en la que se ve a la familia feliz que fueron, o que al menos fueron en el momento de la foto: el padre al piano, la madre cantando, los niños felices. Era el cumpleaños de la protagonista, pero ella no lo recuerda, se ha ocupado de ocultarse ese recuerdo que ahora es doloroso.

Cuando hay más pasado que futuro

El proceso que a la chica y a su hermano les es necesario, dejar ir el pasado y abrirse al presente, a la luz y a lo funcional, es perjudicial para su madre, porque ya solo le queda eso. Pasa los días cantando con un viejo karaoke al lado del piano que solo sabía tocar su exmarido, anclada en un pasado sin presente ni futuro. Cuando las personas alcanzamos ese momento de la vida en que empieza a haber más pasado que presente, ¿qué culpa podemos tener en tratar de aferrar aquello que fue, lo viejo conocido? Cada vez es más difícil abrirse a lo nuevo, acoger la incertidumbre, cada vez nos encuentra con un cuerpo más cansado, con una mente más saturada, con una sensación mayor de extrañeza ante lo desconocido. Quizá a esa mujer solo le quedaba ese piano. Quizá a otra mujer, que se calienta en su casa con una estufa de butano, solo le quedan las fotos en blanco y negro de muertos, junto con unos adornos anacrónicos y heterogéneos de los que no puede deshacerse, porque entonces corre el riesgo de olvidar quién era y qué hacía.

https://www.insconsfa.com/

Cada día, dejar ir

El pasado no solo está en los objetos que nos rodean, en los recuerdos que aún despiertan sentimientos. El pasado está, sobre todo, en nuestra mente. El pasado nos permite comprender el presente: sería imposible reconocer lo que nos rodea si el cerebro no estuviese preparado para registrar memorias. Por tanto, el pasado es un gran guía. Pero también es lo que nos impide acoger lo que cambia, lo nuevo. La sensación de incertidumbre es frecuentemente desagradable. Es mucho más incómodo, cansado y duro estar en una situación constante de desconocimiento sobre el siguiente paso a dar; es mucho más estresante. Pero esto empeora y se convierte en inasumible cuando, consciente o inconscientemente, dejamos de mirar la realidad para acomodarnos en lo viejo conocido. Es una colección de pensamientos y recuerdos, que, al decidir soltarlos, serían equivalentes a llenar cientos de bolsas de basura física. Por tanto, es mucho más fácil, cada día, ir mirando a lo que fue pero ya no es, dándole las gracias (a lo Marie Kondo) y dejándolo ir. Son pequeñas despedidas, un pequeño trabajo diario: se va el tiempo, se van las oportunidades, se van personas, se van formas de hacer una tarea. En su lugar, tiempo nuevo, nuevas oportunidades, otras personas, formas distintas de trabajar. Sean mejores o peores, se acaban imponiendo. Tratar de permanecer en una ceguera elegida es un esfuerzo adicional.


De nuevo, cada persona es libre de elegir a qué se aferra. En ocasiones, los cambios chocan tanto con la propia forma de ver la vida que no se consiguen digerir. Y se puede seguir adelante en una especie de realidad paralela, apoyada en esos objetos de antaño. Por ejemplo, yo sigo teniendo muchos CD que no tengo dónde escuchar, incluso algunas cintas. Tengo libros que sé que no volveré a leer. Y tengo esos adornos inservibles que me siguen acompañando, cuyo valor es solo sentimental. ¿A ti también te pasa? ¿Te rodeas de pasado? ¿O eres de las personas a las que les es muy fácil dejar ir? ¿Estás a gusto en espacios minimalistas? Me encantaría leerte en comentarios. Comparte libremente. Muchas gracias por leer.

El eslabón más débil

Sigo a vueltas con el guion de vida. Otro tema del que he cobrado conciencia es que el guion de vida puede ser ganador, banal o perdedor en distintas facetas de la vida que son como eslabones de una cadena, y será el eslabón más débil el que determine la trayectoria vital. Por ejemplo, una persona puede tener un guion ganador en el trabajo, llegar muy lejos, ascender, asumir riesgos, ser reconocida… y, mientras, tener un guion perdedor en las relaciones de pareja, no logrando mantener una relación estable con vínculos seguros. Es la misma persona y sin embargo no es capaz de trasladar sus estrategias ganadoras en un área a otra en la que las cosas no funcionan tan bien.

Este devenir tan distinto en las distintas áreas vitales puede explicar esos guiones aparentemente ganadores que luego acaban perdiendo de la peor forma. Es interesante analizar esto. ¿Cómo es posible que una persona no sea capaz de utilizar sus fortalezas de un área en otra?

Cómo fortalecer el eslabón más débil

La buena noticia es que existen formas de trasladar las habilidades a otra faceta de la vida. Por ejemplo, la programación neurolingüística (PNL) tiene ejercicios en los que se visualiza una experiencia ganadora, se ancla en una parte del cuerpo con un gesto que normalmente no se realice y se entrena a la mente para recurrir a las capacidades de esa experiencia ganadora siempre que se repite el gesto de anclaje.

Por otro lado, técnicas como el coaching permiten ampliar el campo de visión con el fin de detectar hábitos y creencias que limitan las capacidades en un área concreta. Por ejemplo, una persona quiere ir al gimnasio, se apunta pero no consigue ir nunca: siente que no tiene tiempo. Con ayuda de un coach puede detectar que el entorno no facilita que acuda al gimnasio. Si se prepara una mochila con todo lo necesario, solo tendrá que cogerla y salir, o meterla en el maletero y sacarla cuando la necesite. Así, el objetivo grande (hacer ejercicio) se trocea en al menos 2, preparar la bolsa y acudir al gimnasio.

Imagen de Jarda Šma en Pixabay.

La detección de creencias es fundamental para aplicar habilidades y capacidades de un área que funciona a otra que no. Una forma de hacerlo es analizar el propio lenguaje, algo a lo que la PNL dedica mucho tiempo: generalizaciones, eliminaciones, suposiciones… Por ejemplo, se puede tener la creencia de que toda la gente con dinero roba o que el dinero es sucio. Se puede creer que todos los hombres son unos cerdos, o que tratan siempre de engañarte. Tanto la PNL como el análisis transaccional (AT) ayudan a detectar este tipo de creencia, desafiándola.

El AT va más allá: describe la conducta automatizada que hace que una persona represente su guion de vida en secciones cortas. Creo que Eric Berne llega a la excelencia con la descripción de los juegos a los que jugamos para evitar una verdadera intimidad. En estos juegos, el protagonista busca a las personas que pueden representar los papeles, comienza la escenificación y logra su objetivo: una sensación de pérdida para todos los jugadores, incluido el protagonista. Una vez detectada la representación, se puede cambiar por otra que no reproduzca el comportamiento perdedor en el área «más débil». Uno de los juegos más fáciles de describir es «sí, pero…»:

El protagonista plantea un problema aparentemente irresoluble. El resto de jugadores se ponen en el papel del padre nutricio y empiezan a dar soluciones al problema. La respuesta del protagonista siempre será: «sí, pero…» echando por tierra cada solución. Al final «gana» (perdiendo) porque demuestra que su problema no tiene solución.

Juegos que la gente juega.

Por último, las constelaciones familiares permiten liberar temas que provienen de generaciones anteriores y que se reproducen de forma inconsciente. Buena parte son estas creencias y conductas automatizadas que comentaba. Por eso se da tanta importancia a estar en el estado adulto del yo y a tomar conciencia de lo que se hace, de lo que no se hace, y de las consecuencias que tiene cada decisión.

¿Y si paso del tema?

No existe ninguna necesidad de «mejorar» la parte más débil de nuestra personalidad, ni de «arreglar» algo que se presupone roto. Cada persona sentirá qué es lo que le conviene en cada momento. Y hay momentos en los que, por mucho que se sepa que se tiene esa parte más débil, ese ángulo muerto por el que vienen los golpes de la vida, no es posible invertir la energía suficiente en cambiarla, o no merece la pena.

Precisamente, de esto va actuar desde el estado adulto: tomar conciencia de las acciones y de sus consecuencias. Nada más. Nada menos. No se trata de torturarse o excluirse de la propia bondad.

De hecho, pasar del problema que te inquieta estando aquí y ahora, consciente de lo que se hace y no se hace, sin automatizar conductas, es una forma como otra cualquiera de llevarlo, rindiéndose a lo que es, sin más.

Más sobre el estado adulto

En el estado adulto es mucho más difícil que otra persona te involucre en sus juegos. También es más difícil iniciarlos tú, porque enseguida te das cuenta de que se trata de una conducta automatizada que no te lleva a ninguna parte.

Si quieres leer más sobre esta parte de tu personalidad con la que estar a gusto siendo tú, visita estas otras entradas del blog:


¿Cuál es tu caso? ¿Sientes que todas las áreas de tu vida están más o menos igual? ¿Sientes por el contrario que un aspecto te resulta más difícil y es el que te frena? Como siempre, muchas gracias por leer y por compartir.

La mejor versión de ti mismo

He visto en el cine Todo a la vez en todas partes. La película plantea la conexión de las personas con diferentes versiones de ellas mismas en los diferentes universos (multiverso) que se han generado en cada toma de decisión, a partir del resto de opciones que en ese momento se descartaron. No hablaré mucho más del argumento para no hacer spoiler.

Universos paralelos con versiones distintas de cada persona. Imagen de Gerd Altmann en Pixabay.

Mucho de lo que expone esta película yo lo veo con otra perspectiva. Por ejemplo, la protagonista, para acceder a las habilidades que ha desarrollado en universos paralelos, tiene que hacer algo inusual (la mayoría de las veces absurdo) para «conectar» con esos otros universos y que el aprendizaje venga «de allí». Sin embargo, pienso que las capacidades están en cada persona aquí y ahora, no hay que traerlas de ningún sitio. Asumimos que la persona es la misma, por tanto, si tienes potencial para el canto, aunque no lo hayas desarrollado, el potencial sigue ahí y en cualquier momento que te dé la gana puedes trabajarlo. Pero solo lo puedes hacer aquí y ahora.

Cada uno de nosotros porta todas sus potenciales capacidades. Cada persona puede cambiar su guion de vida y ampliar sus horizontes. Existen muchas maneras, una de ellas es la programación neurolingüística o PNL. La PNL tiene una potencia demostrada para cambiar la trayectoria vital. La finalidad de muchos de sus ejercicios es abrir el ángulo con el que se está mirando la realidad. De hecho, algunos ejercicios se llaman «reencuadre» (reframing) y muchos otros buscan completar frases que ocultan creencias o mandatos, esos mismos mandatos de los que habla el A.T. Puedes leer un poco más sobre PNL en esta entrada: son lentejas.

Si la idea de actuar de forma inesperada es buena como base para introducir un cambio en la vida, no creo que esté bien planteada en la película y al final me ha resultado ridícula. En realidad, sí se necesita actuar distinto, hablar distinto, cambiar el enfoque, pero son formas de actuar relacionadas con la capacidad que se quiere poner en juego. Así, pienso que la película ha desperdiciado dar este mensaje: aquí y ahora desde luego que puedes actuar de una forma inesperada: puedes leer un periódico en inglés, puedes apuntarte a clases de chino, puedes coger una mochila y empezar a ir al gimnasio.

¿La mejor versión de ti mismo?

En la película, se habla de mejores y peores versiones de la protagonista. La que está viviendo en el momento de empezar a contactar con esos otros universos es «la peor». Pero eso ¿qué significa? ¿Por qué va a ser peor vivir una vida en la que no se han explotado ciertas habilidades o en la que se ha elegido como pareja a un hombre de lo más común? ¿Quién determina que esa vida es peor que las otras? ¿Qué significa eso de peor o mejor?

Quizá no significa nada. No es más que una creencia que las personas tengamos que desarrollar al máximo nuestros potenciales. Puede ser hasta un mandato del guion de vida.

No hay nada más liberador que decir:

Sí, así fue. Sí, así es: esta es mi vida.

Y luego con ella haces lo que te da la gana (lo que puedes, en el lugar y momento que te ha tocado vivir), que incluye no hacer nada, echarse la siesta, no apuntarse al gimnasio ni tomar clases de canto ni leer textos en inglés ni aprender chino. Eso en sí no es «peor» que las versiones de ti en las que sí haces todas estas actividades.

¿Tú estás en paz?

Yo creo que se trata más de estar en paz. Estar en paz conlleva mucha aceptación, mucho: «sí, así es; sí, así fue». Si una persona percibe que podría sentirse mejor explotando alguno de sus potenciales, pues genial, lo hace y entonces se siente mejor y más cerca de estar en paz. Recordemos que el guion de vida ganador no necesariamente es el de una persona rica, famosa o con alto estatus. El guion de vida ganador es el más parecido a los anhelos de la persona: si alguien se planteó que sería feliz en un piso humilde y con un trabajo normalito y lo alcanza, se siente en paz, su guion es ganador. Si alguien escala social y económicamente y se siente desgraciado, su guion es perdedor.

El destino colectivo

Algo que no aparece en la película ni en el curso de nuestros pensamientos habituales es el destino colectivo. No olvidemos que lo que hacemos se enmarca en un acontecer común, el destino colectivo, que es más grande que cada cual y ante el que solo se puede decir: «sí, así es».

Por ejemplo, independientemente de las capacidades propias que se trabajen, ocurren acontecimientos fuera de nuestro alcance y que nos influyen directamente: guerras, atentados, catástrofes naturales, crisis económicas… Estos «contextos» son destinos para cada uno de nosotros con los que no contamos, pero que pueden cambiar el curso de muchas vidas a la vez. Ante el destino colectivo solo nos podemos rendir, es decir, solo podemos aceptar lo que hay, las circunstancias que configuran la realidad. Eso sí, podemos actuar frente a ellas desde nuestra plena capacidad: el estado adulto.


Tus capacidades del multiverso están accesibles ya. Elegir y, sobre todo, dejar atrás, son potestades de tu estado adulto que puedes poner en práctica en cada decisión de la vida. Hay muchísimas variables que una persona no puede cambiar. Aun así, siempre puedes seguir actuando desde el adulto «pese a» este destino, esto que estamos todos viviendo. El adulto también se echa la siesta.

Si fuera solo un cristal

La interpretación de cómo le va a cada cual depende de algo más del color del cristal con que se mira. Últimamente pienso en los espacios que se habitan, interiores y exteriores: han de tener una influencia directa en cómo se vive la realidad.

Para ilustrar el caso, el confinamiento de 2020. Durante el confinamiento, tuve una videollamada con amigos y conocidos. Mientras unos estaban en un piso con rejas y sin terraza, otros estaban en un chalet con parcela. Al margen de la compañía o no que tuviera cada cual, no puede ser la misma vivencia experimentar ese encierro en uno u otro espacio.

Es más que un cristal, más que cuatro paredes. Pienso en la gente que va a la playa con su toalla, su sombrilla y su bolsa y se busca un espacio en la arena y pienso en la gente que alquila las tumbonas necesarias, ya con sombrilla: la vivencia no puede ser la misma. Unas personas están alojadas en un apartamento y durante sus vacaciones se acercan al supermercado del barrio a por la comida, otras están en un hotel de lujo y comen y cenan en distintos restaurantes, probando platos desconocidos o que no podrían preparar por sí mismos. Pienso en quien está en su casa con un ventilador y quien está con el aire acondicionado, quien se asoma a su terraza y ve el mar y quien se asoma a su ventana y ve el bloque de enfrente, demasiado cercano.

Imagen de Didiwo en Pixabay.

¿Es posible que pasar la mayor parte del tiempo en un espacio u otro determine la visión que se tiene de la vida? ¿Es posible que el guion de vida de cada cual se transforme y vaya a más o a menos dependiendo del espacio que ocupe?

¿Rincón o celda?

Siempre, las grandes imaginaciones han ampliado pequeños espacios. Los poetas se han buscado rincones desde los que crear un universo, los inventores han imaginado y creado desde sucias y oscuras oficinas, muchos escritores han creado desde la cárcel, un espacio-tiempo desmotivador como pocos. Escribía Pablo de la Torriente Brau:

¡El Tiempo!… Ni el historiador ni el astrónomo saben lo que es el tiempo. Solo los que hayan naufragado en él, como los presos, pueden comprender lo terrible de su poder inalterable; su grandeza y límite…

Pablo de la Torriente Brau.

El 23 de noviembre de 2021 liberaron a Kevin Strickland, un hombre inocente que estuvo en la cárcel 43 años por un crimen que no cometió. Su mente está hecha a ese espacio, llama a su cama litera, a su habitación, celda. Al salir, comentó que solo aspiraba a estar alejado del mundo, ver un poco la tele y dejar de tener pesadillas.

Sin llegar al extremo de estar presos, ¿estamos determinados por el espacio que habitamos hasta el punto de limitar nuestra visión? ¿Qué está ocurriendo realmente en el mundo, fuera de nuestra burbuja? ¿Cómo se amplían horizontes? Creo que cada vez menos con lo que puedes «consumir» a través de la televisión, las redes sociales o Internet en general. Creo que nada sustituye a molestarse en explorar el mundo y conocer otras culturas, probar otras maneras, otros caminos.

Se dice que viajar amplía la mente. Si una persona sale de su «celda» y tiene que enfrentarse a situaciones nuevas o inesperadas, su mundo se ensancha. Si además necesita hablar con otras personas de otros países, se ponen en juego capacidades que no se utilizan en el sillón frente a la tele. La salida del pequeño espacio un tanto opresivo al espacio libre, inconmensurable, tiene que hacer funcionar las neuronas para salir del sota, caballo y rey.

¿Cuestión de dinero?

Es cierto que, parte de lo que he planteado antes, implica que el dinero o la posición pueden dar una visión más amplia de la vida. Muchas personas de alto nivel, además de viajar, se entrevistan con directivos de todo el mundo, se ven impulsadas a utilizar recursos como la diplomacia, a asistir a eventos con experiencias inusuales, a hablar de economía y por tanto estar al día de las tendencias globales, los informes Fortune 500 y cosas así. Sin embargo, cada cual desde su mundo puede hacer algo por ampliarlo, quizá comenzando por un abono transporte, que te lleva a exposiciones y museos de todo tipo, o por un carnet de biblioteca pública, que tiene ejemplares que merecen la pena. Incomodarse sigue estando en la base de esta exploración.

Se podría pensar lo contrario: si el espacio que habitas es lo suficientemente amplio, ya no te vas a molestar en ir más allá, mientras que, si estás en una vida estrecha, esta dificultad hará que explores el mundo de manera creativa. Estés donde estés, se necesita una cierta fuerza de voluntad y una esquinita, un hilito del que tirar para ir en busca de horizontes que no se queden estrechos.

Para acabar, comparto este meme que me llegó hace poco, no aparece el autor, si alguien lo sabe, que lo diga y lo añado.

The ogre battle

En la película Brazil, el protagonista, Sam Lowry, sueña que lucha contra un monstruo metálico con aspecto de samurái (que simboliza el sistema). Frente a este monstruo, Sam, aunque alado y poderoso en sus sueños, es un ser débil y expuesto a perder el combate.

Imagen vista en https://cinematrain.wordpress.com/2013/05/16/15-reasons-for-brazil-1985/.

A pesar de los avances que suponen las nuevas tecnologías, pienso que hace falta relacionarse con las personas cara a cara para que la relación con grandes corporaciones, instituciones o empresas no se convierta en la batalla contra un ogro. Porque la atención al cliente ha evolucionado de tal manera que con quien te puedes relacionar es con robots, call centres, páginas de preguntas frecuentes, cuentas de email… Detrás de los cuales hay personas de las que no ves la cara, ni la verás (tris tras), ni podrás establecer una relación de contacto, de conocidos, con ninguna de ellas. Quizá estos sistemas existan para evitar que tus asuntos puedan importar a alguien de esa corporación.

Es curioso porque, al mismo tiempo, se dice que el cliente o usuario está en el centro de todas las acciones de una empresa. A la vista de la frustración que se deriva de estos tratos con robots, se ve que se dice, pero no se hace.

Yo llevo más de 12 años trabajando en la formación online y defendiendo que el teletrabajo es la solución óptima siempre que lo que se produzca se haga desde un ordenador. Es decir, vivo de las nuevas tecnologías y este avance me permite teletrabajar. Pero cuando me veo frente al gran ogro metálico y con aspecto de samurái, me digo: ¿qué es lo que falla? Esto ya no tiene que ver con el tipo de vida por el que yo opté hace muchos años: es un tema del mundo en el que vivimos. Y es un tema que va más allá de la pobre atención a la clientela. Las tecnologías se han interpuesto entre las personas y a veces son el medio principal de comunicación entre ellas.

Cuando estaba en una conocida empresa de estudios de mercado, nuestro jefe contaba que su jefe vivía retirado en alguna montaña de Escocia (o similar) y trabajaba desde allí. Y creo que esto caló en mí: pues si el jefe del jefe puede hacer esto (en el año 1998), entonces cualquiera puede. Y la pandemia demostró que, en principio, sí, cualquiera puede teletrabajar y comunicarse con el mundo a través de distintas interfaces y periféricos.

Ahora que el monstruo metálico ha crecido tanto que se alimenta de nosotros (al modo de Matrix, más literal de lo que parece), entonces echar atrás y establecer una relación presencial con otras personas es aún más difícil. Y aun así, es rentable. Porque cuando miras a los ojos a una persona, cuando la llamas por su nombre, cuando escucha lo que le estás contando, la información que recibe es muy superior en cantidad y calidad a lo que le pueda llegar por email, videollamada o nota de whatsapp.

Testosterona y oxitocina

No olvidemos que somos el mismo ser que habitaba las cavernas, el homo sapiens, el cazador-recolector. Cuando nos relacionamos con otras personas, entran en acción las hormonas, entre ellas, la testosterona y la oxitocina.

Me voy a centrar en la oxitocina. En las relaciones amistad o de conocidos presenciales, en cada encuentro, se pone en juego la oxitocina. Por lo que me contó una experta, es parecido a una cuenta que va engordando. Así, es muy difícil comparar relaciones nuevas con relaciones de toda la vida (de cualquier tipo: profesionales, de amistad o de pareja), porque las de toda la vida tienen una «reserva de oxitocina» muy alta, se viven como confortables, agradables, como estar en casa. A la hora de necesitar explicar una circunstancia a la otra persona, esta acumulación de oxitocina juega a tu favor. Y no va a estar presente en una relación mediada por medios digitales.

Pongamos un ejemplo: una persona tiene su dinero en un banco con eficientes servicios digitales desde hace 20 años, tan eficientes, que en esos años ha ido a sus oficinas unas 4 o 5 veces. Se propone solicitar un préstamo y entonces por la aplicación del banco le escribe Fulanito de Tal, por teléfono le llama Menganita de Cual y, cuando es la persona la que llama, acaba hablando con Perico el de los Palotes. No hay establecida ninguna relación con estas personas, no sabe quién es quién y acaba por sospechar que Fulanito de Tal ni siquiera existe, quizá es el HAL 9000 de este banco.

Pongamos otro ejemplo: una persona vive en una urbanización durante muchos años. Luego se cambia a otra y decide vender su casa anterior. Entonces se pone en contacto con la vecina del 5º, que resulta que tiene una inmobiliaria. El conocerse desde hace años facilita que las condiciones para esta venta sean más favorables que si fuese una persona desconocida la que solicita los servicios inmobiliarios. Como mínimo, la vecina del 5º se esforzará más en buscar buenos compradores, en que la persona comprenda las condiciones del contrato, etc.

Claro que los datos objetivos, los datos fríos con los que ahora hay que tomar todas las decisiones, serían los mismos. Pero probablemente este conocimiento cualitativo, mucho más rico y mucho más difícil de reflejar en datos, influiría en cómo estas personas, que ahí sí serían reales, verían el caso.

Online: alergia, ¡huyamos!

Tras la huella indeleble que dejó el confinamiento y, en general, el modo de vida pandémico, veo a mucha gente huir de lo que es por internet, en favor de lo presencial, tangible, personal. Porque el online ahora se relaciona directamente con el aislamiento. No puede ser de otra manera. Para «consumir» productos online hay que estar solo, aislarse del resto, quizá con el fin paradójico de comunicarse con otras personas. Esta soledad es la principal causa de abandono de los cursos online: el alumnado frente a una pantalla que le muestra un curso enlatado en el que parece que todo está previsto, excepto sus dudas, sus problemas de ese momento.

Esto describe muy bien mi trabajo, por eso repito imagen. Viñeta de Arthur Radebaugh.

El caso es que hay una fatiga por tanta videollamada, tanto mensaje, tanta nota de audio, tanto parchear y tanto pito… Yo la siento también.

Presencial, en persona, con el cuerpo

La pereza que nos lleva a «consumir» cómodamente las series de Netflix desde el sillón es la misma que nos lleva a hacer scroll durante horas en una red social o a intercambiar whatsapps de forma indefinida con nuestros contactos. El monstruo metálico entonces pierde su apariencia amenazadora: por eso se ha metido hasta dentro. Ahora es la amable abuelita que te ofrece un sillón mullido y una taza de caldo. Pero recuerda: debajo está el lobo.

A finales de año recibí el típico meme (sí, por whatsapp, que sea un lobo disfrazado de cordero no significa que no sea útil) en el que te invitaban a registrar 3 regalos de la vida que recibes cada semana. Estamos ya casi a mitad de año, por tanto, tengo mucho registrado. Pues bien: los tres regalos de cada semana siempre tienen que ver con actividades presenciales, que hago con personas y en las que el cuerpo es necesario para algo más que para sostener la cabeza. La mayoría de estos regalos tienen que ver con seres queridos, compuestos de familia y amistades cercanas.


Pues claro que la tecnología es de mucha ayuda, claro que nos facilita la vida, claro que hay muchos trabajos, como el mío, que se alimentan de ella. Pero la tecnología no puede sustituir la vida, no puede reemplazar las relaciones personales, aunque ofrezca sucedáneos de caricias o presente realidades tan creíbles como las que se disfrutan con la realidad virtual. ¿O sí? ¿Qué piensas? Como siempre, muchas gracias por leer y compartir, me encantará conocer tu punto de vista.

(*) Ogre battle es una canción de Queen, pero también tiene un nombre así la batalla final que se da en un videojuego y que se basa en el camino del héroe.

(**) Si alguien sabe explicar mejor el funcionamiento de la oxitocina en las relaciones sociales, que me escriba.

Yo tuve una granja en África

«Yo tuve una granja en África» es el arranque en voz en off de la película Memorias de África. En una simple frase se resume toda la historia que nos va a contar la narradora y protagonista. La frase tiene más miga de la que parece: está en pasado, lo que significa que ya no tiene esa granja. Está dicha en un idioma, el danés o el inglés, que en principio hace suponer que la persona que tuvo la granja no era africana. Y la granja en África en sí es algo totalmente exótico, no es que tuviera un pisito en África, o una granja en Ávila. Tenía una granja en África, lo que ya evoca animales salvajes, la sabana, dificultades logísticas y de todo tipo… y quizá un aviador atractivo que se deja caer de vez en cuando y escucha música clásica junto a Karen, entre otras cosas.

Pues bien, es una de las frases en las que pienso a veces. Cuando empiezo a recordar el pasado, lo que se fue y no volverá, acabo diciéndome: «yo tuve una granja en África».

Hay un momento en la vida en el que lo que queda por vivir es más o menos igual de largo que lo ya vivido (dios mediante), y sin embargo, ya no está disponible esa rosa para ser cosechada. Atrás quedó lo que en su momento se rechazó pensando que llegaría algo mejor. Solo después se descubre que eso era lo mejor que iba a llegar.

Estas melancolías de lo pasado también contribuyen a que sea más difícil identificarse con el presente, vivirlo, estar plenamente en él. Empiezo a tener la sensación de que las épocas vividas fueron mejores que la época actual. Y no es fácil separar quién se era en esas épocas, con qué juventud e inocencia se vivieron, de cómo eran esos tiempos realmente

Yo tuve un novio a finales de los noventa al que le entusiasmaba la tecnología. Gracias a él, tuve mi primer teléfono móvil, mi primera tarjeta de crédito, mi primer usuario para chatear por internet en el icq (que parece ser que sigue vivo). En ese momento, parecía que Internet iba a ser un instrumento democrático que nos permitiría comunicarnos con cualquier persona del mundo. Así que abría puertas; las posibilidades eran infinitas.

Ahora me parece que estamos inmersos en una distopía, tan inmersos que no la vemos. El «consumo de contenidos», una expresión que ya dice que se trata de ser consumidores de todo, hasta de textos e imágenes, lleva muchas veces a llevar una vida cómoda, fácil, en posición sentada, ante una pantalla, en la que el individuo cree estar comunicándose mientras está totalmente aislado. Lo difícil ahora es salir a encontrarse con otras personas, porque ¿dónde están?

¿Dónde está la gente?

Parece que en sus propias casas, también «consumiendo contenidos». Y como hemos contado hace tiempo en este blog, de manos de nuestro amigo Zelinski, cuando estás cómodamente en la vida fácil, la realidad acaba siendo difícil, porque la zona de confort cada vez es más pequeña.

Los lugares de reunión de los seres humanos han sido comúnmente «plazas del pueblo», sitios donde se podía coincidir con el resto de convecinos e interactuar con ellos. La comunicación era fácil. Las personas también se reunían en las zonas comunes de una casa, como el portal, la corrala o el patio, y también se veían en bares y en el mercado. Le dedicaban a esto mucho tiempo, las conversaciones eran largas y pausadas, eran la vía principal para enterarse de «las noticias». También para agruparse y reaccionar ante situaciones vividas como injustas.

En mis tiempos, cuando no había teléfono móvil, solo había que dejarse caer por la plaza en cuestión para encontrarse con amigos. Si se habían ido de allí, bastaba con entrar en alguno de los bares frecuentados por el grupo.

Y ahora, la distopía: la plaza está vacía. La gente va a los centros comerciales, donde el único sentido de la acción es consumir, donde muchas veces, los únicos asientos disponibles son los que obligan a tomar una consumición. La plaza es ahora un lugar que hay que recorrer a toda prisa, porque está expuesto: no tiene árboles, está fuertemente iluminada por la noche, no hay bancos para sentarse y no hay un rincón para refugiarse, no sea que hagas el vago y maleante. Esto de la plaza no es mío, lo cuenta otro de nuestros amigos, Zygmunt Bauman, en Modernidad líquida (1995).

Plaza de España en Madrid, imagen de https://www.esmadrid.com/informacion-turistica/plaza-de-espana

Por todo esto, pertenece al tiempo pasado poder coincidir con las personas por casualidad, «hacerse el encontradizo», acudir a un lugar donde es muy probable que estén los demás. Cada cual tiene ya su orgasmatrón en casa, o más de uno, por lo que pídele tú ahora a alguien que se arranque de su sillón y que se aventure a las calles vacías no para consumir, sino para encontrarse con otras personas. No lo va a hacer: hay que incomodarse para explorar el mundo, y esa incomodidad se rehúye cada vez más.

Yo tuve una granja en África

Yo tuve una vida mejor, varias vidas mejores. Yo encontré tesoros que no supe reconocer. Yo estuve donde ahora me encantaría estar. Yo fui testigo de un mundo, no sé si objetiva o subjetivamente, más libre, más igualitario y mejor (para mí). «Yo he visto cosas que vosotros no creeríais».

Aquí vuelvo a recordar a un personaje de Galdós, don Beltrán de Urdaneta, insistiendo en que, cuando la vida (dios) te trae un buen árbol donde cobijarte, has de quedarte disfrutando de ese regalo en lugar de correr tras fantasmas de tu imaginación. Como dijo este personaje:

Yo desobedecí a mi destino, y por aquella desobediencia no he tenido paz en mi larga vida. Créalo: donde no hay raíces, no hay paz.

Don Beltrán de Urdaneta en Luchana

Dice Bert Hellinger que, cuando te desvías del que era tu camino, llega un momento en el que no puedes volver atrás, en el que ya te has perdido. A veces he tenido esa sensación.

De vuelta al optimismo

Vale, pues ya basta de amargar al personal, volvamos al optimismo. Bert Hellinger también dice que, en cada decisión, solo hay dos opciones: ir hacia más vida e ir hacia menos vida (muerte). De manera que, estés donde estés, siempre puedes elegir la vida, decir sí a lo que tienes delante, a lo que te toca, a las circunstancias.

Creo que de esta manera se puede recuperar el camino hacia el que se dirigía tu vida, o al menos reconducirlo. Solo hay que volver a conectar con «la semilla», con tu máximo potencial, y aplicarlo a las circunstancias actuales y reales, que son las únicas en las que puedes intervenir. Este meme lo expresa muy acertadamente:

Un regalo que recibí de una persona muy querida y que ha vivido mucho, mucho más que yo.

Yo tuve una granja en África y esa granja no volverá. Puede que jamás vuelva a África salvo en mis sueños y evocaciones. Pero prometo que viviré a tope aquello con lo que me vaya encontrando, lo que la vida me traiga y lo que ya me ha dado, en un mundo distópico o no y asumiendo lo que haya. ¿Qué harás tú? Cuéntame, ¿cómo llevas dejar atrás el pasado? ¿Cómo vives los tiempos presentes? Como siempre, te agradezco mucho que me leas, sin ti, este blog no existiría.

Disfruta como puedas

Si una persona se propone disfrutar de la vida, al menos debe saber qué significa esto.

Definición de disfrutar según la RAE.

Parece ser que el disfrute pertenece al presente, sin embargo, pienso que se puede estructurar en tres tiempos:

  1. Antes: la planificación, imaginar lo que va a venir, comenzar a disfrutar de la expectación.
  2. Durante: la experiencia, vivir el momento con plena atención, poner el foco en el presente, no perderse ni un resquicio de lo que sucede ni de las emociones que provoca.
  3. Después: el recuerdo, evocar aquello que se vivió y volver a disfrutarlo.

Antes de disfrutar

En la planificación del disfrute, hay que evitar las expectativas. Una cosa es esperar un suceso con expectación y otra cosa es crearse expectativas al respecto: la realidad siempre va a diferir de lo imaginado.

Aquí, planificando el finde. Imagen de Karolina Grabowska en Pixabay

Por ejemplo, si compramos unas entradas de cine y empezamos a crear grandes expectativas sobre la película, es posible que acabemos sintiendo frustración. Es posible que la película sea mejor de lo que esperamos, pero, al ser distinta, podemos concluir que no cumple los requisitos de lo planificado y tener una sensación de pérdida que no nos permite disfrutar. Ocurrió con el peliculón Drácula de Bram Stoker, de Coppola. A mucha gente le decepcionó porque no era de miedo.

Yo tenía un jefe que decía:

Lo importante es la calidad percibida por el cliente.

Un jefe

Y este jefe tenía bastante razón: cuando algo está por encima de nuestras expectativas, nos parece que tiene calidad. Si las expectativas son muy altas, todo es una m.

Durante el disfrute

Durante la experiencia, hay que evitar irse a otro sitio. Esto es muy difícil, no solo porque estemos rodeados de elementos vivos e inertes que reclaman nuestra atención y la dividen, sino porque prestar atención completa a una experiencia es más aburrido y difícil para el cerebro. Por ejemplo, te pones a comer un plato suculento que has preparado y lo saboreas al principio. En cuanto te has habituado, estás pensando en cualquier otra cosa, engullendo casi sin masticar y olvidando el disfrute de la experiencia directa.

Así, en cualquier momento y lugar se puede prestar atención a los sentidos. Imagina que estás dando un paseo por un parque. Puedes ir mirando tu móvil, puedes ir pensando en mil cosas, o puedes ir tomando nota de lo que percibes:

  • Mira los árboles, cómo el viento mece las ramas, cómo están brotando las hojas.
  • Escucha el viento, los pájaros, los coches, las personas que pasan a tu lado.
  • Nota en tu piel el roce del viento, la temperatura que hace.
  • Inspira profundamente, huele el césped recién cortado, la humedad del estanque, el aroma de las flores.

(No esperes poesía, no es lo mío)

Un paisaje digno de prestar atención a los sentidos. Imagen de JamesDeMers en Pixabay

Después de disfrutar

En el recuerdo, es fácil caer en melancolía de lo que pudo ser y no fue, de nuevo al comparar un ideal con lo que pasó realmente. También es posible sentir nostalgia porque aquel momento de máximo disfrute no volverá, por ser irrepetible o por algún cambio a peor de las circunstancias. Sin embargo, recordar con gratitud y con nuevo gozo, permite obtener una segunda fuente de alegría. Por ejemplo, te has ido de vacaciones a un sitio muy caro y sabes que es difícil que vuelvas. Bueno, pero al menos has ido. Quédate con lo que has vivido y disfrutado.

Una abuela. Imagen de Benjamin Balazs en Pixabay

Con la edad, lo vivido parece superponerse al presente por vivir. Eso puede ocultártelo. En cuanto el cerebro te hace llegar a «esto ya lo he vivido», entras en «el día de la marmota» y ya no vas a tomar nota de aquello que sea nuevo. Es cierto que la experiencia sirve para no repetir errores y para llegar antes a los objetivos que se quieren alcanzar. Pero también ocurre que, por evitar «pérdidas» (errores, pero también dolor, perder el tiempo, una sensación desagradable) evitas descubrir qué trae de nuevo la experiencia presente.

Una receta para disfrutar

Teniendo en cuenta estos tres tiempos, para planificar el disfrute, vivirlo y dejarlo atrás con gratitud podemos seguir una receta como esta:

  • Decir sí sin saber a qué; a ciegas: esto nos abre a la planificación desde la expectación, con total incertidumbre de lo que pueda pasar.
  • Vivir el presente con confianza: esto nos permite una relajación necesaria para experimentar cada acontecimiento con conciencia plena.
  • Soltar lo que creías entender: esto nos ayuda a agradecer lo anterior y dejarlo ir.

Esta receta, por cierto, es un extracto de algunas de las enseñanzas de Brigitte Champetier de Ribes, otra habitual de nuestro blog.


Espero que disfrutes de estos días festivos incluso si te toca trabajar. Como siempre, muchas gracias por leer.