Los gozos, las sombras, la clase media y la abundancia

Recientemente, vi un vídeo de Marc Vidal en el que explicaba las características de la clase media y cómo la mayoría de la población, pertenezca en realidad a la clase baja o a la clase alta, se autopercibe como de clase media. Pero si no tienes inmuebles libres de cargas, cierto patrimonio o la holgura suficiente como gastar dinero en unas vacaciones o en renovar el vehículo, entonces eres de clase baja, solo que no tienes conciencia de clase.

Pienso que esto es más complejo que lo que se puede deducir desde el punto de vista económico. En Los gozos y las sombras, de Gonzalo Torrente Ballester, se percibe muy claramente qué es la clase alta y qué es la clase baja. Los de la clase alta no trabajan y pasan el día charlando mientras el servicio les trae comida, pero sí poseen medios de producción, como el astillero o los barcos, donde trabajan los de la clase baja (hay que decir que Cayetano Salgado, el dueño del astillero, sí trabaja, como empresario, si bien, es denostado por su conducta en la que compra a las personas con dinero y las hace dependientes de él). Los de la clase baja están en la supervivencia, por ejemplo, Clara Aldán tiene un solo vestido, unas solas bragas y un par de medias. Va al mercado y le tienen que fiar para poder seguir comiendo.

Actualmente, si una persona no cumple los criterios que indica Marc Vidal sobre «clase media», pero tiene un coche, vive en una casa «lujosa» (nueva, con buena calidad, con aislamiento térmico, con piscina y jardines), tiene trabajo y puede irse de vacaciones, no va a sentirse de clase baja, porque el eco de aquellos tiempos de solo unas bragas quedaron en la generación de mi abuela, tal vez de mi madre de pequeña, en la posguerra, como una mala pesadilla. Quiero decir que la persona descrita tiene lo suficiente.

Un momento… Arriba comenté un detalle importante: los de la clase alta no trabajan. De manera que, quizá, una persona sienta que es rica o muy rica si no tiene que trabajar para vivir. Pero, ¿qué clase de vida tiene una persona que no tiene que hacer ningún esfuerzo por ganar el dinero que utiliza? ¿Qué tipo de motivaciones o satisfacciones logra? Quizá una vida así se sentiría estéril.

La abundancia

¿Qué es la abundancia? Pues es tener aquello que necesito, no aquello que creo necesitar (siguiendo a Brigitte Champetier de Ribes). Quizá, sentir que se está en la abundancia es más cuestión de mentalidad que de cantidad de dinero en el banco. Esta mentalidad se contrapone a la de la escasez: tener la constante sensación de que falta algo, estar siempre buscando la pieza que completa el puzle. Esta mentalidad genera una gran angustia, porque siempre se puede querer más: un coche nuevo, un coche más potente, una casa más grande, una segunda casa, ropa de marca, un viaje más largo, un viaje más lejos.

La persona que vive en la abundancia se siente rodeada de regalos. El primero: la misma vida. Siempre recuerdo aquel vídeo navideño que comenzaba con: «I’m alive, I’m alive!!!» (¡¡¡Estoy vivo, estoy vivo!!!) que decía al despertarse un hombre envuelto en papel de regalo con alegría y sorpresa. Después, todo lo demás que te rodea: agua corriente, agua caliente, un techo, comida, un trabajo, familia, amistades, pareja… Todo forma parte de la abundancia que vives.

Voy más allá: el bien público también es abundancia. Voy por la calle y entro a un lujoso jardín con unas enormes puertas de hierro, lleno de árboles centenarios, césped, fuentes y frescor. El parque de El Retiro es mío, pero no tengo que ocuparme de contratar y pagar a «unos jornaleros» para que lo cuiden: puedo disfrutar de sus ventajas sin pagar directamente (sí indirectamente a través de impuestos) a quien lo mantiene. Bueno, y sin entrar en política, puedo disfrutar del aire, del cielo, de las otras personas. Orison Swett Marden, un viejo conocido de este blog, escribió un bello libro, La alegría del vivir, en el que refleja este estado de gracia que es conducirse por la vida disfrutando de ella como de un inmenso regalo.

En el regalo de la vida se incluyen la salud, el amor o el éxito (definido por la persona misma), ajenos a las medidas cuantitativas o monetarias. Estas bondades son más valoradas que el dinero, porque garantizan vivir la vida de una forma más amable, más fácil. Pueden tenerse estos imponderables y aun así, no cumplir con la descripción de «clase media». Tal vez haya que redefinir los términos.

Por su cara bonita

Trabajo en el sector de la formación online desde 2010. Y sigo con la misma sensación que tenía al principio, me parece que el aprendizaje electrónico no funciona y da igual que le añadas IA, simulaciones y efectos apabullantes, porque se debe a otra cosa: nadie te mira.

Hace un par de días, mi profesora de zumba no se encontraba bien y se dio una clase de zumba virtual. Consiste en proyectar un vídeo con unos profesores que bailan excepcionalmente. Sin embargo, la mitad de las alumnas se marcharon nada más iniciarse el vídeo y muy pocas quedaron hasta el final. ¿Por qué? Nadie te mira.

Antes veías el Tour de Francia o la Vuelta a España y reconocías perfectamente a los ciclistas: si intentas recordar una imagen de Perico Delgado, vas a verle con una cinta en el pelo, le ves perfectamente la cara; ni siquiera lleva gafas de sol. Después, en la etapa de Induráin, poco a poco se sustituyó la gorra por el casco y empezaron a llevar gafas de sol, poco a poco se nos alejaron. Ahora es muy difícil distinguir a un ciclista de otro. No ves a nadie.

Necesitamos caras

Hay estudios que menciona Juan Luis Arsuaga (el de Atapuerca) en sus libros sobre paleontología en los que se analiza cómo el ser humano ve caras donde no las hay, ve rostros y ojos en las formas cambiantes de las hojas de las plantas, en las piedras, en una cueva… Busca caras y las encuentra.

Como sabemos esto, en los cursos online se ponen vídeos de «busto parlante»: una persona habla, idealmente mirando a cámara, mientras a uno de sus lados aparecen textos relacionados con lo que dice. ¿Es suficiente? No, no funciona: sabes que no te está mirando, que puedes ponerte a hacer cualquier otra cosa mientras pasa el obligatorio vídeo, no se va a ofender, no te va a llamar la atención y, lo que es peor, no va a reformular su mensaje adaptándose al hecho claro de que es aburrido y poco motivador.

Entonces, vienen las videoconferencias: reuniones, seminarios web, masterclass, sesiones… Como diría Kurtz: el horror. Hay una diferencia fundamental entre mirar la figura de un formador mientras se mueve por la clase, mientras te debates entre la somnolencia y el interés, y tener tu careto a la vista de todos los participantes, incluida la tuya, un careto cuyas reacciones pueden ser analizadas de forma pormenorizada. O, peor aún, estás a contraluz y pareces un fantasma cuyos rasgos no se distinguen, y eso crea una sensación siniestra en los demás, inconscientemente. En cambio, en aquellas videollamadas en las que los asistentes apagan su cámara son absolutamente deprimentes para el profesorado: no puede atisbar las reacciones del alumnado, que es lo único que justifica la sincronicidad, es decir, que el evento sea en vivo.

Foto de Anna Shvets: https://www.pexels.com/es-es/foto/manos-gente-mujer-ordenador-portatil-4226140/.

Necesitamos almas

La cara es el espejo del alma. Esta frasecilla me ha venido muy a cuento: lo que buscamos en estas «acciones formativas» y de otro tipo, es ver un rostro humano vivo y en persona, que reacciona a lo que está sucediendo, que está ahí y puede prestar una ayuda solo posible en un humano. Se busca el alma.

Por ejemplo, hace poco se ha oído la noticia de un robot operando la vesícula biliar sin ayuda humana. Es un avance impresionante y positivo… mientras las personas no desaparezcan del todo de la ecuación. ¿Qué pasa si la operación va mal y la persona entra en parada cardiorrespiratoria? ¿Qué pasa si cae en coma y, tal como cuentan las personas que han experimentado una ECM ve desde arriba que ahí no hay nadie que se ocupe humanamente del paciente?

Las capacidades cerebrales humanas pueden ser perfectamente imitadas e, incluso, superadas por la inteligencia artificial. Las cualidades de la mente, como la intuición, la sabiduría, la percepción de algo más allá que no se identifica con los sentidos, no parecen reproducibles, ni creo que sea deseable. El «piloto», el «conductor» de la nave ha de ser siempre el ser humano.

Y si lo pongo en la metáfora del juego de los Sims: dentro del juego vemos lo de fuera cuando miramos a otra persona a los ojos.

En la antesala (de la muerte)

Era una sala grande y decorada con un lujo un tanto plasticoso, como la planta baja de un hotel, a la altura de la recepción. Igualmente, tenía esos sillones que imitan piel, la tele encendida, mesas de centro, floreros, cortinajes, iluminación cálida. Por la ventana, se veía una especie de terraza cubierta con un suelo de madera y palmeras grandes, con mesas y sillas de mimbre. Quizá, cuanto más quería imitar una situación normal y cotidiana de cierto lujo y cierto relajo, más siniestra era la sala. ¿Qué era siniestro, la decoración? ¿Era siniestra la gente que la ocupaba, mirados uno a uno? ¿Era siniestro el programa de televisión que corría? No, eran los ecos de Alguien voló sobre el nido del cuco, los ecos de Despertares, los ecos de El show de Truman, los ecos de 1984, los ecos de… los Simpson: los hombres y mujeres muy mayores que la poblaban parecían zombis, estaban «aparcados», estaban «dejados», estaban esperando algo (la muerte) con la mirada perdida, sin hablar entre ellos.

La imagen era tan siniestra como esta, pero en un lugar más grande y con la gente sin mirarse entre sí.

Puede que visites a tus mayores en su casa y les veas en una actitud parecida: están sentados, tirados quizá, viendo la tele con total desinterés, sonriendo alguna vez, otras veces con la mirada perdida, mirando al suelo o directamente dormidos. Pero son a lo sumo dos, quizá alguno más si se juntan con sus amistades y otros familiares de la misma quinta y hablan entre ellos. En aquella sala grande y de lujo fingido, muchos de ellos formaban una legión de zombis que desgarraba el corazón al reparar en ella. Porque esa gente vivió la posguerra, esa gente trabajó duramente, sea en un trabajo, sea en casa, con hijos. Porque salieron adelante de las cartillas de racionamiento, del hambre, de la escasez y vieron el país subir y convertirse en democracia.

Y ahora están ahí: esperando (la muerte). ¿Eso tiene sentido?

Ellos quieren salir corriendo

Si el salón era tan «cuqui», ¿cómo es que yo vi a Jack Nicholson tratando de romper una ventana? No había rejas, sí una tele a la que nadie atendía, no era todo blanco, sí era todo aséptico. Pero, cuando quise salir un momento, resulta que las puertas no se abrían y la persona de recepción no estaba. Eso me dio un agobio importante, aumentado al comprobar que la persona a la que había ido a ver confirmaba que

No me dejan salir a andar sola, y salgo con vosotros porque tenéis autorización de mis hijos.

Ostia. Esa persona había revivido desde que estaba en ese lugar fingidamente agradable, dentro de su estado de dependencia, había empezado a encontrarse mejor, mucho mejor, como ocurre cuando te ingresan en el hospital y de pronto te entran unas ganas muy fuertes de salir corriendo de allí y vivir, esta vez sí, plenamente.

El propio escenario es repelente. Incluso, cuanto más quiere agradar y parecer de nivel, más repele, es como si al entrar oliera muy mal, por más que quieres fijarte en los detalles, no puedes soportar el olor. Y ahí viven todas esas personas en estado zombi y que esperan (la muerte).

En Momo, Michael Ende critica la agrupación de personas por edades, ya que nadie se enriquece de los que son iguales. Resulta más «natural» una mezcla de niños, jóvenes, adultos y mayores, cada cual aprendiendo algo de los otros. Si nadie quiere estar ahí, si ellos quieren salir corriendo y los visitantes también, ¿no hay una manera mejor de organizar esto? ¿Hay solución? ¿Alguna idea de cómo podrían ser las cosas?

Jessica Lange te lo diría con cariño

La Muerte mantiene una conversación con el alter ego de Bob Fosse en All that jazz, pero me ha dado por pensar que no es la Muerte a quien encarna la bella Jessica Lange, es la Vida.

Si has visto la película, dirás: «No, no es posible: la película sigue claramente las 5 fases del duelo definidas por Elisabeth Kübler-Ross: negación, ira, negociación, depresión y aceptación».

Jessica Lange como la Muerte en All that jazz. ¿La Muerte o la Vida?

Sin embargo, si lo analizas con detalle, puede que te convenza mi punto de vista. Te cuento. La Vida te habla con cariño, sonríe ante tus trastadas cuando más o menos llevas el rumbo que ella te marca: entonces, todo se hace fácil, va rodado, fluye, no pesa.

Cuando te vienes arriba y dices: «pues yo es que voy a ir por aquí, que es lo que me marca mi ilusión de la infancia, o mis padres, o ambas cosas», resulta que la Vida trata de reconducirte.

Al principio, lo hace dándote un leve toque, casi un susurro:

Belén, por aquí, no.

Y como es tan sutil, pasas y continúas la búsqueda de grandeza, reconocimiento, ser lo más. O esquivar de forma elegante el marrón que tienes delante, haciendo como que no lo ves, o pasándoselo a otra persona. O una combinación de ambas cosas, en las que ignoras los obstáculos mientras continúas con la mirada fija «más arriba».

Como ponía en el ascensor en el que he subido hoy: «Subes o bajas, pero no te quedas donde estás». En un ascensor, suena reconfortante, en la vida, cuando subes, bien, cuando bajas… entonces, la Jessica Lange se va poniendo macarra, ya no te sonríe tanto, y los toques que te da no son tan sutiles. Puede que se te estropee el coche, o el teléfono móvil, que las combinaciones de los transportes se te den mal… Algo pasa, pero no solemos entender el mensaje.

Y la cosa va a más y te puedes encontrar que enfermas, o que el motor del coche muere, o muere tu mascota, o te echan del trabajo… Jessica Lange se ha transformado en un ser horrible, tipo Freddy Krueger, o el fantasma de la señora de la biblioteca en Los cazafantasmas, un ser vengativo y que te ha cogido manía.

Cuando es lo que toca

Por ejemplo, vas conduciendo y en un paso de cebra te toca esperar a que se baje todo un autobús que cruza por delante de ti. O muy común, el atasco de cada día, esos momentos en los que compartes destino con cientos de personas que no conoces. O cuando pierdes el autobús y el siguiente no pasa hasta dentro de 20 largos minutos, que son un regalo para darse cuenta del día que hace. Todo eso «te toca», es un destino colectivo.

A veces, se nace ya con algo, un tema hereditario, o ese tema se revela mucho más adelante. A veces, el destino te trae vivencias completamente desagradables y solo te queda decir: sí. Hace poco salió en el programa Volando voy de Jesús Calleja un hombre que nació con glaucoma y acabó quedándose ciego. Pues ese hombre surfeaba de tal manera que nadie diría que lo era. Su lema era decir que sí a todo, como en la película Di que sí: apuntarse a un bombardeo, vivir a tope.

Porque la típica pregunta de «por qué a mí» no tiene una respuesta fácil, y, sobre todo, no te ayuda en absoluto a sobrellevar eso que te ha tocado, cuanto menos a solucionarlo (si es que tiene solución).

Jessica Lange te dice con cariño que la vida que tienes es la tuya, que la vivas, que la respires y la disfrutes como quieras y puedas, que tendrá momentos amargos y que será importante aceptar lo que te propone, porque hay algo más allá de ello que quizá se nos escapa a los simples mortales.

Tengo que reconocer que Jessica Lange me habló con calidez cuando propuse a Paraninfo la escritura de Herramientas de coaching y de Habilidades de comunicación en el aula. Hizo que las cosas fueran fáciles, rápidas y sin demasiados obstáculos. Así que siento un profundo agradecimiento.

El verdadero test

Crees que eres una persona muy elevada, que has tenido comprensiones importantes sobre la vida y, por tanto, eres más capaz de tomártela con filosofía.

Y luego llega la cena de Navidad con tu familia política, o con la propia. Entonces descubres, con humildad, pero también con cierta decepción, que no eres ese ser avanzado y un poco por encima de todo: te encuentras dolorosamente en un barro pegajoso y maloliente, el que describe tu total incapacidad para hacer frente al momento presente. Por más que lo intentas, no consigues descifrar los códigos que rigen, o, si lo haces, se hace patente que no son los tuyos, sino que están tan alejados que te preguntas cómo saldrás adelante. Precisamente el darte cuenta de que no encajas en esa otra familia, o en la tuya propia, como una pieza de juguete con forma circular no encaja en el hueco cuadrangular, por más que la quieras empujar, eso hace que se te ponga poco a poco, sin poder evitarlo, una cara de acelga, de desánimo, de absoluto cansancio, de dolor de muelas. Hasta puedes llegar a tener un buen dolor de cabeza, provocado por tu capacidad aumentada de escuchar los tonos disonantes que se pierde cuando estás integrado en una fiesta a tu gusto, es decir, dolor provocado por tu incapacidad para encajar tu circunferencia en ese hueco cuadrangular, de encajar en esa otra fiesta, la que realmente está teniendo lugar.

Soy fan de las imágenes generadas por IA con fallos, en este caso, esa doble mano izquierda de la chica de la derecha. Aquí, nadie se mira a los ojos, no hay comida sobre la mesa y la felicidad que muestran varios personajes parece no tener que ver con quienes tienen delante. La titularé «En la parra».

Las posibilidades de huida han aumentado desde que existe el teléfono móvil: una persona siempre puede fingir estar consultando algo o chateando con alguien, pero es todo inútil, si el ruido, la luz, o ambos, se imponen.

Así, puedo citar ahora las palabras de Brigitte Champetier:

La realidad es una gran maestra.

Y tanto: te baja de cualquier supuesta altura de un plumazo. Ningún mal, ningún dolor, ningún miedo se van ni se huyen, sino que toca atravesarlos, vivirlos, es cuando su fuerza se aplaca: ir hacia aquello que más desagrada es justo lo que lo apaga.

Mención especial merecen las personas introvertidas, para las que las fiestas son como los petardos para algunos perros y gatos. La persona introvertida, acostumbrada a pasar varias horas de su día a día dedicadas a digerir lo que ha vivido las otras horas, con silencio e iluminación suave que permiten sus reflexiones y diálogos consigo misma, de pronto no tiene escapatoria: todo el lugar está tomado por la música demasiado alta, la luz demasiado fuerte, las voces discordantes, la sensación de que se pide su punto de vista, cuando preferiría permanecer en absoluto silencio.

Esto también acabará.

Es lo que decía en un anillo de un gran rey en un cuento, pero vaya, se hace bien largo.

Tal vez entras en X tras visitar vomitivas felicitaciones de Instagram o buenos deseos de Facebook y entonces encuentras a otros en situaciones más difíciles: aquellas personas con un cuñado insoportable que se les sienta al lado, aquellas que pasan las fiestas en soledad, aquellas que no tienen con qué celebrar, aquellas que ni siquiera cuentan con un techo, aquellas que están inmersas en una guerra. Todo es relativo.

El test se repite al año siguiente, cada año, pillando mejor o peor a cada cual, y ¿hay evolución? ¿Dedica alguien su año a preparar técnicas para que las situaciones navideñas le afecten menos y para de verdad compartir estos momentos con esas personas que otros identificarían como «los suyos»? Normalmente, no. Porque es un periodo muy corto del año, rigurosamente, no pasa de 6 días no completos, puede alargarse a 2 semanas, pero eso es cada vez menos común.


El verdadero test se da cuando entras en contacto con las personas más cercanas. Ocurre especialmente en estas fiestas, pero también en cualquier otra situación familiar, en el día a día en la empresa, en un viaje con familia o amistades… Es muy fácil albergar sentimientos fraternales y compasivos por la especie humana cuando se la ve de lejos, idealmente por la tele, y es muy difícil ser empático y amoroso cuando se tienen cerca personas que nos resultan difíciles: esa es la prueba de fuego.

El cine oscuro

El avezado lector ya sabe que en este blog hay muchos artículos que hablan de películas, aunque no se hable específicamente de cine. Algunos de los más visitados están relacionados con estas películas:

Sin embargo, las menciones al cine han disminuido bastante. Y es que no voy: de un tiempo a esta parte tengo la sensación de que el cine y las series son oscuros. Oscuros literalmente, vamos, que no se ve. Y para muestra, un botón:

Autofotus viendo una escena larga de Immaculate, una película con varias escenas totalmente en negro.

Total, que si tienes astigmatismo, como yo, pues no es que veas poco, es que no logras engancharte a esa película o serie porque no ves nada, nada te llama la atención, no ves el color de los ojos de los personajes, no sabes si es de día o de noche, o por qué todo se rueda de noche, directamente.

¿Por qué esta oscuridad?

Yo crecí con los colores ingenuos de Superman, Indiana Jones, La guerra de las galaxias (incluso en el oscuro espacio había más luz que en la mayoría de las películas actuales), Regreso al futuro… Esa era una época optimista, el cine estadounidense nos transmitía cierta ingenuidad, las películas siempre tenían una dosis de humor desenfadado aunque fueran «serias».

Con el tiempo, empezó el filtrado a negro, la saturación de luces y sombras, hasta llegar a la oscuridad en la que nos movemos ahora, fuera de todo candor, en la que es normal y casi aburrido (por exagerar) ver a una persona degollar a otra, o ver cómo le corta los miembros. Por ejemplo, he dejado de ver la serie Goliath sin acabarla. Es una serie buena, se deduce por el número de temporadas, pero en cada episodio me parecía estar viendo una pesadilla.

La oferta de las plataformas (Netflix, Amazon Prime, HBO…) parece que tiene que ofrecer esa dosis de oscuridad y sangre, esa sensación de que la realidad es hostil, que te rodea la violencia y no puedes fiarte de nadie. ¿Por qué? Para ir con los tiempos, en los que hay constantes noticias oscuras sobre cómo está el mundo.

No son sólo noticias. Recientemente hemos podido ver una entrevista de Gonzo en Salvados (La Sexta) a «moderadores de contenido» que lo que hacen es calificar vídeos en función de unos parámetros. Y para calificarlos, tienen que verlos: ver a dónde puede llegar el ser humano cuando pierde el control, lo que les deja unas secuelas importantes y síndrome de estrés postraumático. Acaso la sombra que se había ido reprimiendo en otra época más benigna ahora está desatada.

La sombra se combate aceptándola: cada persona tiene su sombra y es época de mirarla a los ojos. Así, en lugar de creer que la sombra está «ahí fuera» y que cada persona que se te acerca trae una posible amenaza, en lugar de aumentar el miedo a que te ocurra lo que ves en series y películas, pero también en horribles vídeos que circulan por las redes, se trata de ver y asumir la propia sombra, la propia agresividad, la capacidad de hacer daño, la negatividad, la capacidad de hundirse, las propias perversiones, los desvíos de lo que se considera normal.


No se trata de obviar la realidad humana. Se trata de compensarla con esa otra parte de luz, la mejor versión de cada persona, aquello de lo que somos capaces cuando ponemos la atención y la pasión en una acción concreta. Ambas partes son humanas.

Dicen los sufíes que la vida es como un jardín de rosas. Podemos fijarnos en sus colores, su aroma, la riqueza y belleza del jardín. O podemos fijarnos en sus espinas, cómo pinchan y cómo dificultan acercarse a ellas. Ambas cosas forman parte del todo y ambas son necesarias.

La consciencia

En este blog tenemos una categoría completa sobre la consciencia a tu disposición. Sin embargo, nunca hemos entrado a definir qué es. El propio diccionario de la RAE tiene 4 acepciones, mientras que el panhispánico de dudas nos aclara las diferencias entre conciencia y consciencia. Más allá de la discusión lingüística, un artículo de The Economist ha definido la consciencia desde un enfoque científico. Vamos a partir de este enfoque y tratar de desentrañar de qué hablamos realmente.

El artículo de The Economist comienza con la famosa frase de Descartes:

Pienso, luego existo.

René Descartes.

La afirmación de Descartes solo incluye la propia consciencia: ningún individuo puede asegurar de otro que sea consciente de sí mismo (que es de lo que habla el artículo mencionado). Tampoco sabemos a ciencia cierta si un animal es consciente de sí mismo. Se han hecho estudios, como poner un espejo frente a distintas especies, para comprobar si se reconocen. Algunas especies como delfines, chimpancés o elefantes parecen reconocerse, otras como gorilas, perros o monos, no.

El artículo también distingue dos estados: estar despierto como evidencia de consciencia y estar dormido como ausencia de la consciencia. También se indaga, a partir de distintos descubrimientos científicos, dónde podría alojarse la consciencia en el cerebro, y se propone el claustrum, una zona del córtex cerebral. Esta estructura, que existe en cada uno de los hemisferios, conecta varias partes de la corteza.

Aumentar la consciencia

Los artículos de este blog, sin embargo, tratan de la consciencia como algo que se puede aumentar, no como una variable binaria (o se está consciente o se está inconsciente). Así, artículos como el que mencionaba Lograr el milagro de estar atento, derivan el concepto de consciencia de estar atento o no («awareness»). Por tanto, habría un rango de matices desde vivir sin prestar atención a lo que nos rodea hasta vivir intensamente el presente, la acción, con una atención plena (mindfulness) a lo que nos rodea.

En diferentes místicas, se habla de un «despertar» desde el estado consciente que aún no está atento a la realidad presente. Es un segundo despertar, el que han buscado durante siglos (quizá miles de años) distintas filosofías. Es ese camino en el que no hay camino, en el que la meta es el camino, o en el que la forma de alcanzar «el monte Carmelo» es hacer nada.

Caminante, no hay camino, se hace camino al andar.

Conocidos versos de Antonio Machado.
Mujer contemplando el mar, en aparente consciencia plena. Imagen de Alejandro Piñero Amerio en Pixabay.

Atención plena

Esta consciencia de atención plena tiene dos componentes: una parte de autoconocimiento, en la que la persona observa sus pensamientos, emociones y estado físico, y una parte de conocimiento hacia fuera, en la que la persona presta atención a lo que le rodea desde una posición calmada, como si se tratase de una cámara de vídeo que grabase la realidad, registrando todos los sonidos, colores, olores… Esta división hacia dentro y hacia fuera no la hacen los budistas: todo es lo mismo, son entidades indivisibles; el yo se observa a sí mismo.

Generalmente, la consciencia plena se describe como un estado contemplativo, en el que la persona es un receptor de informaciones, pero también incluye la vivencia completa del presente, en la acción, sin filtros de creencias, emociones o automatizaciones del pasado. En este estado, cada segundo es totalmente nuevo y original, no ha ocurrido nunca antes ni volverá a ocurrir. Sin tener la vista empañada por creencias, rituales o emociones secundarias con un origen en un momento anterior, se accede a la vivencia en el momento presente.


¿Sientes que eres consciente de tu día a día, de cómo discurre tu mente? ¿Sientes por el contrario que cada día es el día de la marmota y te vas dejando llevar sin prestar mucha atención? ¿Tienes momentos de mayor claridad, en los que pareces estar experimentando la realidad sin ningún «filtro»? Como siempre, muchas gracias por leer, comentar si te apetece y compartir también.

Hipnosis

Llevaba largo tiempo queriendo asistir a un espectáculo de hipnosis, pero el tema atrae a mucha gente y enseguida se completaba el aforo. Por fin, pude ir hace pocos días en A toda magia, donde Max Verdié fue el mentalista que llevó a cabo el show. Pues bien, tuve la suerte de ser una de las personas hipnotizadas, disfrutando del espectáculo desde un punto de vista completamente desconocido.

¿Qué es la hipnosis?

Se trata de un estado alterado de conciencia en el que la persona está sometida a una profunda relajación que le permite tanto mantener una atención muy enfocada como acceder a los rincones de su imaginación.

Definición de hipnosis.

En ese estado, yo era consciente de lo que decía el mago; de hecho, era fundamental escuchar sus palabras. Estaba y no estaba en aquel espacio con público, en el sentido de que sabía que había personas mirando o riéndose de las situaciones, pero lo vivía como algo ajeno a mí. El propio Max Verdié explica 5 hechos sobre la hipnosis:

  • 1) Todo el mundo puede ser hipnotizado.
  • 2) Algunas personas son más sensibles a la hipnosis.
  • 3) Nadie hace nada en contra de su voluntad.
  • 4) La hipnosis no consiste en imponer tu voluntad sobre otro, porque…
  • 5) … la hipnosis no existe: solo existe la autohipnosis.

Así, aunque las palabras del mentalista eran para mí en ese estado «lo más importante del mundo», cuando algo no encajaba con mi forma de ver las cosas, no lo hacía. Él solo invitó a subir al escenario a aquellas personas que mostraron más sensibilidad a la hipnosis, y luego parece ser que fue descartando personas. Esto realmente no lo vi; como decía, estaba y no estaba allí.

Una vez hipnotizada, la persona puede dormir con un simple apretón de manos. Imagen generada con Lexica Aperture.

Las posibilidades que abre la hipnosis

De los hechos sobre la hipnosis, el que más me llama la atención es que solo existe la autohipnosis. La persona es quien accede a entrar en ese estado alterado de conciencia, quien en todo momento mantiene encendido el piloto de dónde está, quién es y qué hace. Decide adentrarse en esa relajación profunda de atención focalizada que resulta placentera. Entiendo que con un buen entrenamiento, una persona puede autoinducirse un estado similar, quizá menos profundo, en el que accede a habilidades que conscientemente considera que no tiene.

Según leemos en la página web del Instituto Erickson de Madrid, la hipnosis se utiliza de forma terapéutica para muchas dolencias: ansiedad, estrés, depresión, dolores crónicos… Es conocida esta intervención para dejar de fumar.

Aún seguimos hipnotizados

Cuando ya estuve sentada entre el público, sabía que seguía hipnotizada. Me acordé de la película La maldición del escorpión de Jade, en la que el mentalista llama por teléfono a los hipnotizados y con decir «Constantinopla» les sume de nuevo en un sueño profundo. Pues bien, sabía que si Max Verdié lo quería, volvería a «dormir» profundamente. Y así fue, hizo la prueba de dormir de nuevo a todas las personas a las que había hipnotizado, para después «deshacer el hechizo» contando del 1 al 5. Después de esto, había diferencia: volvía a ser yo y a tener el estado de conciencia habitual.


En el espectáculo, Kiko del Show, propietario de A toda magia, compartió una triste noticia: cierra las puertas de este lugar lleno de magia en el que he podido ver a todo tipo de magos. Kiko ha visto que la vida es breve, que los suyos le necesitan, que hay gente que muere de forma fulminante, y quiere aprovechar bien el tiempo. Hay aún dos fines de semana (10 y 17 de junio) en los que puedes disfrutar de estos mágicos espectáculos si te pilla bien San Sebastián de los Reyes (Madrid). Anímate, la magia te da un poquito de vitalidad juguetona de la que solo tenemos cuando somos niñ@s. Aún puedes:

Solo me queda dar las gracias a Kiko del Show por facilitar el disfrute de tantos espectáculos de magia en su local.

Regalos de la vida

Según el budismo, no puedes separar una mesa del carpintero que la fabricó, de las personas que extrajeron el metal para los tornillos, de los madereros, transportistas, tenderos… De todas aquellas personas que han hecho posible su existencia. Esto cuenta Thich Nhat Hanh en El milagro de estar atento. Porque el gran cuerpo de la realidad es indivisible, no se puede seccionar en partes que tengan cada una su propia existencia independiente. La separación, categorización y distinción es la que nos lleva a no apreciar esta interdependencia de todo con todo, de todos con todos.

Pues bien: podemos apreciar mejor los regalos que nos da la vida si tenemos en cuenta todo lo que hizo falta para que podamos disfrutar de ellos. Cuando echas la vista atrás, tomas conciencia de que algo que aprendiste fue un gran regalo para ti. Solo falta observar qué lo hizo posible.

Uno de mis regalos: el taichí

En 1999, tenía 25 años y un trabajo que me resultaba estresante. Me apunté a unas clases de taichí porque escuché que ayudaba a bajar los niveles de estrés.

Mi primer profesor se llamaba Ricardo Ortega, era pedagogo y se notaba en sus explicaciones. Gracias a él, aprendí los primeros movimientos, era muy didáctico. El profesor hablaba frecuentemente de su profesora Elena, que le había enseñado a él. Ricardo dejó la enseñanza para seguir otros rumbos de la vida y a sus alumnos nos remitió a su profesora.

Elena Frías nos acogió en el Centro Tai San, su espacio de Tai Chi estilo Xin Yi (corazón-mente). Con ella, aprendí mucho más, perfeccionando la tabla corta y conociendo la tabla larga y la de espada.

Artículo sobre el centro Tai San de José Luis Iáñez Galán, en Norte Noticias.

Con los años, gracias a Elena, me hice ayudante de instructora en la Asociación Española de Taichí Xin Yi, lo que me permitió conocer a la profesora china que le daba clase a mi profesora: Shao Hui Fang. También aprendí, de la mano de Alicia Lorduy, los fundamentos básicos de la medicina china tradicional, de la que el taichí forma parte como «gimnasia curativa».

En un momento dado, por un cambio profundo en mi vida, dejé de impartir taichí. Sin embargo, no dejé de practicarlo ni de asistir a distintos cursos relacionados. Aun así, es ahora, muchos años después, cuando he llegado a interiorizar el valor de la práctica de taichí y chi kung. Estas disciplinas combinan respiración abdominal, movimientos que activan la circulación de la energía por los meridianos y atención plena a ambas cosas, por lo que resultan una meditación en movimiento. Ha sido necesario el paso del tiempo y la práctica continuada para que sus beneficios hayan ido calando, se hayan notado. También para que yo tuviera más edad y viera la práctica desde otro punto de vista.

Gracias por el regalo

Doy entonces las gracias a las personas e instituciones que he citado por este gran regalo, una herramienta única para lograr la relajación y la atención plena. Todos ellos, como mínimo, contribuyeron a mi disfrute de esta práctica. Pero va mucho más allá: a todas las personas que colaboran en la asociación, a los centros y espacios en los que nos han permitido practicar, a China por exportar esta práctica…

Cada regalo que recibes, del que no eres consciente, viene facilitado por muchas personas, te conecta a distintos lugares, organizaciones y personas. Darse cuenta de esto equivale a desenvolver por completo tu regalo. Ya solo queda dar las gracias a todos los que lo han hecho posible.


¿Cuál es tu regalo? ¿Qué has ido recibiendo de la vida que estaba conectado a muchas más personas y circunstancias de las que te habías planteado? Como siempre, gracias por leer y por compartir. Además:

Las cabezas blancas

Hace poco estuve en un concierto de rock de un grupo amateur, pero bastante experimentado. Al mirar hacia el público, vi una buena proporción de cabezas canosas. Después me fijé en que también las había entre los integrantes del grupo. Entonces me di cuenta de la edad: los que estábamos allí rondábamos o habíamos pasado los 50 años, éramos «señoras y señores». Y sentí nostalgia, porque me pareció que ese grupo de rock, ese tipo de concierto, tenían los días contados. Antes, ir a un concierto como este era ser joven. El concierto de pronto cambia de significado y se convierte en una actividad para gente «de edad madura».

Cuando «era joven», creo que era bastante consciente de la edad que tenía. Sabía identificarme «con los de mi edad». Había niños, jóvenes y mayores. Pero a partir de los 40 más o menos, hay un largo periodo en el que muchas personas como yo se identifican erróneamente con gente más joven: vas por la calle, se cruza «un señor», y no te das cuenta de que tiene tu edad. O se cruza «un chico de mi edad» y no te das cuenta de que tiene diez años menos. Ahora entiendo eso que decían mis padres:

Tú siempre eres la misma persona, por dentro no envejeces, te sientes igual, no puedes percibir la edad porque [tu espíritu, tu alma, tu mente, lo que sea] no envejece.

Mis padres.
Imagen de 박유정 Alex park en Pixabay. Dejé Midjourney: ya no es gratuito y sigue siendo complicado usarlo.

Cuando el esfuerzo no compensa

Entre el público del concierto de rock había otros que una vez pertenecieron a un grupo, pero ya se sienten cansados. Comentan que no compensa tener que llegar con antelación, cargar todo el peso, especialmente de la batería, montar el escenario, actuar y luego desmontar todo a las tantas, llevarlo a los coches… Todo este esfuerzo por unos 300-400 euros para repartir entre los componentes del grupo. Este es el punto de inflexión: cuando el esfuerzo de un disfrute no compensa.

Mi forma de medir la juventud de espíritu de una persona que ya ha pasado los cuarenta es comprobar si habla de jubilarse. Una persona joven puede hablar de «ojalá me toque la lotería y me retire a un país tropical», pero de jubilación, del concepto de dejar de ser útil a la sociedad y dedicarse a cultivar las aficiones, solo hablan personas que empiezan a sentirse cansadas, que ven más grande el esfuerzo que la recompensa.

Otra manera de medirlo es cuánto se sacrifica una persona por ver a otras: los abuelos están en su casa y sus familiares van a verlos. Cuesta que salgan, que hagan un esfuerzo por ir a un sitio muy alejado. Solo algunos muy animados se apuntan a viajes y tienen una agenda como de persona joven. He observado que estos últimos puede que vivan muchos más años. Pues bien, ya a partir de los 40-50, escucho a las personas decir que ya no van a tal sitio o no quieren conocer a alguien que esté a más de 20 Km de su casa: demasiado lejos. ¿Lejos? Tú, que has querido recorrer el mundo, tú que te has querido retirar en un país tropical, ¿me dices que no recorres más de 20 Km? Pues sí, aceptémoslo: a partir de una edad, independientemente de la salud, se empieza a sentir un cierto cansancio, se está a gusto sentado viendo la tele, se olvidan grandes aventuras que conllevan grandes sacrificios.

Esta canción de Queen habla de la nostalgia de aquellos días que ya se han ido.

¿Qué es «joven»?

Recientemente leía los materiales de una autora sobre público objetivo en marketing y hablaba de «mujeres de edad avanzada» para referirse a la franja de 40 a 60 años. Le comenté que eso eran mujeres maduras, la edad avanzada está más allá. Claro, la persona que lo había escrito es joven.

Cuando te preguntan cómo es alguien y empiezas a describirlo, puede que digas: «es joven». Ser joven es algo muy relativo, ahora que se ha alargado bastante la edad de la juventud. Así que quien dice «joven» establece el punto de referencia con su propia edad. «Sentirse joven» no vale tanto como «ser joven», en el sentido de que muchos nos sentimos jóvenes pero no lo somos ya desde ningún punto de vista. Por ejemplo, hace pocos meses iba andando por la calle y se me cayeron las gafas de sol, pero no me di cuenta. Un señor de unos 85 años decía detrás de mí: «¡Señora, señora! ¡Se le han caído las gafas!». Yo no me daba por aludida porque no esperaba que un señor mayor que mis propios padres me pudiera ver como a una señora. Pero así era.

Hay un periodo de los 40 a los 60, realmente largo, en el que se empieza a estar más cerca del final que del principio, pero no se quiere ser consciente de esto. Un periodo de «persona madura», con la cabeza encanecida, blanca, en el que todavía se lleva un ritmo de vida «joven» pero que ya va haciendo mella cuando es muy ajetreado. Un periodo en el que nos identificamos con personas más jóvenes porque no podemos creer que nos hayamos hecho tan mayores tan pronto. Un periodo en el que vas a un concierto y de pronto descubres que tú eres una de esas personas de cabeza blanca, pero no habías querido ser consciente de ello.


Dedicado a FHF.