Lo siento, chic@s

Hay dos tipos de post en este blog: los que provienen de una investigación de algo externo, como este de Osho o este otro sobre Análisis transaccional, y los hay de una «investigación interna», como este del agente Patou o este sobre capacidades (y zumba).

Pues este post es del segundo tipo: procede de mis reflexiones cuando estoy creando un curso de formación online.

Lo siento, chic@s.

Esta es la frase que me viene a la mente cuando los requisitos del cliente difieren mucho de los míos, y entonces me imagino a los futuros alumnos que nunca conoceré navegando por un curso incómodo, mal escrito, lleno de «debes/tienes que», con animaciones rimbombantes, con tests insultantes o una mezcla de todo esto.

Digamos que en este blog me he llenado la boca hablando de cómo tiene que ser el e-learning (en general en la categoría Aprendizaje), pero no suelo decir que yo no hago ese tipo de cursos ideales: normalmente no puedo por diversas circunstancias.

A pesar de que me acojo por completo al Manifiesto de Cathy Moore, tengo que admitir que en general no puedo realizar ese tipo de formación y soy co-responsable de ello.

Si el cliente me pide que limite la navegación y convierta el curso en una agonía de clics hasta llegar a su test final, yo lo hago. Yo, la misma persona que tradujo este artículo de Tom Kuhlmann sobre motivar a los alumnos o este otro con 10 estupendas reglas para crear cursos atractivos.

De hecho, es el propio Tom Kuhlmann, alguien muy respetado en el sector, quien afirma que el cliente siempre tiene la razón. Y así es.

A los diseñadores instruccionales nos encantaría que el cliente fuese el alumno, pero el cliente no es el alumno, y mientras mantenemos pequeños guiños hacia quien realmente hará el curso al final, nos tenemos que atener a lo que desea quien encarga la formación (el que paga).

Pienso que esto es como un guion de una película: notas que el guionista ha tenido una gran idea, notas que sabe desarrollar buenos diálogos y que los giros de guion son coherentes con la historia. Y de pronto todo se da la vuelta y la película se convierte en una absurda locura. ¿Quizá porque su final no está decidido por ese guionista?

Simplemente quería deciros esto: a veces, cuando te apuntan a ciertos cursos online que tienen tintes de pesadilla, piensa que esa pesadilla primero la vivió un diseñador instruccional que tuvo que acogerse a ese sentimiento subyacente en muchos decisores, por el cual los alumnos son niños, la letra con sangre entra, «tienen que» ver TODO y el disfrute es ajeno al aprendizaje…

Simbiosis, la base de la dependencia

Cuando escucho la palabra simbiosis, me viene a la mente esa relación entre dos organismos que se benefician mutuamente:

El musgo y los líquenes viven en simbiosis con las plantas

La simbiosis en el ser humano no es tan beneficiosa.

Dos mitades que se unen

En muchas parejas se da un tipo de relación basada en que “dos mitades” se unen, y por tanto, cada uno de los individuos era un ser incompleto antes de entrar en esa relación. Estas dos mitades han ido emitiendo señales verbales y no verbales sobre lo que tienen y lo que les falta. En general, uno de los dos es un niño/a que busca a una madre o padre que se haga cargo de él. Si ambos lucharan por el mismo puesto, por ejemplo el de padre/madre, uno de los dos acabaría por rendirse.

En Análisis Transaccional, esto se llama simbiosis, una relación de dependencia en la que uno de los miembros de la pareja solo se permite ser el Padre y en ocasiones el Adulto y el otro solo consigue ser el Niño, formando entre ambos un ser “completo”.

Cuando el niño crece

Conozco casos en que la persona que hacía de hijo “creció”, y entonces se buscó una igual, es decir, una nueva pareja. La que hacía de madre, despechada, me explicaba o bien que su ex pareja no sabe lo que es el amor, pero ella sí, o bien que no sabe lo que hace, o que no va a estar bien (fuera de su magnánima protección), o que ya volverá (pero no vuelve). Por supuesto, también existe lo contrario: niñas en busca de padres. Igualmente, una mujer se muestra desvalida, insegura, o bien se dedica a jugar y divertirse, mientras el hombre se responsabiliza por los dos, haciendo de padre protector o de padre crítico.

¡Doctor, doctor! ¿Qué tengo?

Otro caso habitual es el modelo doctor-enfermo. Uno de los dos en la pareja hace de médico: prescribe medicamentos y cambios en los hábitos, los supervisa, y los corrige si ve desviaciones. El enfermo se limita a pedir su medicamento, tomarlo o tratar de burlar al médico, seguir las órdenes y supervisiones, y seguir estando enfermo para poder disfrutar de este trato, a poder ser de por vida.

Ambas partes necesitan cambiar

Ocurre en estos binomios que ninguna de las dos personas está bien desarrollada. Por un lado, parece obvio que quien hace de hijo tiene que madurar y necesita responsabilizarse, crecer, ser autónomo, etc. Sin embargo, es menos evidente, pero igual de importante, el hecho de que, quien hace de padre o madre tiene totalmente reprimido su estado niño, es incapaz de disfrutar, reírse, aflojar, tener aficiones, ilusionarse. Ambas personas son “cojas” y buscan el apoyo complementario. Socialmente es maravilloso: “¡Oh, cómo se complementan!”. Lo ideal sería que cada uno de ellos fuese capaz de desarrollar sus tres estados del yo, y de mantenerse el mayor tiempo posible en el Adulto. Ni lo hace el que va de niño, ni lo hace el que va de padre.

¿Qué hacer entonces?

La solución siempre es la misma, aparentemente fácil, pero que lleva una vida:

  1. Tomar conciencia del rol que se está jugando.
  2. Dejar de jugarlo. Dos no juegan si uno no quiere.

Cuando esta toma de conciencia y renuncia al juego ocurre en una pareja de este tipo, se dan grandes inestabilidades, ambos tienen un miedo infantil a perder al otro. Pierden así el equilibrio que les proporciona no tener que desarrollar la parte de sí mismos que rechazan o que tanto les pesa. Es probable que la pareja se rompa.

A veces, no es posible mantenerse consciente mucho tiempo, y se acaba en una relación exactamente igual, con el mismo rol. Bueno, tampoco hay que dramatizar. Como en el final de Con faldas y a lo loco, te diría: “Nadie es perfecto”.

 

¡Que me quiten lo bailao!

Disfrutemos ahora, que siempre hay tiempo para todo lo demás.

Es una sentencia aparentemente positiva, y que tiene prescriptores al menos desde el carpe diem. Coger la rosa antes de que se marchite es buena filosofía de vida mientras no responda a mandatos inconscientes que pueden alejar a la persona que la sigue de objetivos más altos. Lo es mientras no se sienta al mismo tiempo que más tarde tocará pagar la cuenta.

El patrón de vida basado en el guion “después”

Se trata del guion “después”, que se opone al guion “hasta”; son exactamente lo contrario. El guion “hasta” nunca llega al momento del disfrute, pues está ocupado en obligaciones. El guion “después” lamentará luego el disfrute, pero por ahora se refugia en él no queriendo la responsabilidad resultado de posponer el deleite. Sabe que sus lujos actuales (comprarse muchos bienes materiales, por ejemplo) le llevarán a obligaciones futuras nada agradables (la cuenta en números rojos, la tarjeta de crédito sin saldo).

El guion después vive con la espada de Damocles sobre su cabezaEl guion “después” se ilustra con el mito de Damocles. Este personaje envidiaba los lujos de la vida del rey Dionisio, y este le invita a intercambiarse por él una noche. Los manjares a su alrededor se le apagan como secados por el fuego cuando advierte sobre su cabeza una afilada espada que pende de una sola crin de caballo. Así lo refleja Horacio en sus Odas:

Para aquel que ve una espada desenvainada sobre su impía cabeza, los festines de Sicilia, con su refinamiento, no tendrán dulce sabor, y el canto de los pájaros, y los acordes de la cítara, no le devolverán el sueño, el dulce sueño que no desdeña las humildes viviendas de los campesinos ni una umbrosa ribera ni las enramadas de Tempe acariciada por los céfiros.

Horacio, Odas III, 1

 

El esquema del guion “después”, por tanto, no es tan agradable como aparenta, ya que hoy hay diversión pero mañana caerá la espada sobre su cabeza. Sin perder de vista la espada, el disfrute se vuelve amargo.

En la base de este guion de vida de fiesta aguada está el mandato “complace a los demás”, que ya vimos en el guion “casi”. Y el desarrollo de la idea de complacer a los demás es que solo estarás bien si agradas a la gente. Por ello, cuando dejas de tener energías para agradar, cuando te cansas de ser “amable”, ves caer la espada sobre tu cabeza: solo pueden pasar cosas malas a partir de ese momento.

¿Cómo salir del guion “después”?

Partimos siempre de tomar conciencia, es decir, de darse cuenta de cómo se está actuando, para elegir agradarse a uno mismo. En apariencia, esto es lo que hacía el guion “después”, se agradaba a sí mismo, pero lo hacía “en exceso”, bebiendo de más en la fiesta, gastando de más en la tienda de ropa o de aparatos electrónicos, buscando su propia ruina, creando su propia espada de Damocles.

Al hacerse consciente, el guion “después” se desactiva porque se reparte el disfrute entre hoy y mañana: ya no hay que (des)gastar el dinero, la energía y la vida hoy para lamentarlo mañana, ahora cuido de mí y reparto mi placer a lo largo del tiempo.

Una flor pisoteada: ¿eligió estar ahí?

Muchas flores blancas y amarillas en medio de un campo verde

Me pregunto en qué estaría pensando alguna de las flores que he pisado hoy, sin querer, descuidadamente, cuando paseaba. Sí, claro, las flores no piensan… De todos los seres vivos que hoy he sentenciado a muerte por el simple hecho de pasear por el campo, ¿cuántos de ellos han atraído semejante fin a sus vidas?

Está muy de moda decir que cada uno es responsable de lo que le sucede, de todo lo que le sucede. Además, está de moda la Ley de la Atracción, por la cual atraemos a nuestras vidas de forma casi mágica aquello en lo que no dejamos de pensar, sea positivo o negativo. Siempre que he oído esto, me he preguntado si uno atrae a su vida las enfermedades con las que nace, o los genes que le predisponen a tener cáncer.

Por eso me pregunto perpleja qué pensaban esas flores, esas hormigas y demás bichos y plantas, cuando he depositado mi pie sobre ellos sin ninguna delicadeza.

¡Es tan absurdo pensar que lo han atraído hacia sí! Tan absurdo como pensar que las plantas y bichos de alrededor pensaban solo cosas positivas y solo atraían insectos amigos.

No podemos predecir «cisnes negros»

No cabe en nuestra mente predecir sucesos inesperados, de proporciones inmensas, y que cambian por completo nuestra existencia. Como un tsunami. Pero lo cierto es que estos sucesos marcan claramente nuestra historia, como defiende Nassim Taleb.

Nuestro cerebro está diseñado para tener esperanza por un futuro mejor (saldremos de la crisis, el año que viene habrá menos desempleo, ya se ven los brotes verdes de la economía), y está diseñado para olvidar rápidamente aquellos sucesos que no encajan en una progresión «normal» y ascendente de los acontecimientos.

A expertos y no expertos, nos encanta la campana de Gauss, nos parece que todo se distribuye de forma «normal», la virtud está en el punto medio y los extremos son raros de ver. Esto es verdad para variables como la altura o el peso de una persona. Esto no es tan cierto para variables como el dinero, la salud, o el pisotón que se lleva una flor en el campo.

Ilustración de la Campana de Gauss
Campana de Gauss

¿Debemos preocuparnos y tener miedo de acontecimientos totalmente inimaginables ahora?

Pienso que no se trata de eso, pero sí podríamos dejar de vivir en la falacia de que dominamos por completo nuestra vida, una vida «normal» en la que suceden cosas «normales», o dentro de lo imaginable. Por eso muchos siguen jugando a la lotería aunque no les toque nada, porque saben que hay sucesos que ocurren en contra de toda probabilidad.

Por cierto, ¿cómo podría una flor evitar ser aplastada por una bota de montaña? No puede. Es decir, incluso sabiendo lo que podría ocurrirle, conociendo por sus antepasadas flores que esto a veces sucede, la flor no se podría desplazar a zonas menos transitadas por el ser humano.

Cuando me hablan de que uno es responsable de lo que sucede en su vida, también vienen a mi mente las personas nacidas en países subdesarrollados, que contraen enfermedades que aquí se curan con una pastilla, que pasan hambre, que malviven, que no tienen agua potable… ¿Lo han elegido ellos? ¿Son responsables? ¿Podrían desplazarse a otro sitio? No, no pueden. Ya se está viendo. No se les permite si quiera eso. El gran pie les aplasta allí, y punto. Al margen de la propia responsabilidad personal está «el destino», aquello que es más grande que nosotros y que nos puso en el lugar en el que estamos.

Esta forma de pensar esperanzada y un tanto ingenua también se da en las empresas, con la proactividad, la fijación de objetivos, la responsabilidad frente al victimismo… He visto empresas entre cuyos valores está prever con anticipación el futuro y tomar medidas. Es como si premiaran prever la pisada de una bota de montaña. O bien, premiaran entrever que ocurrirá un 11-S que tirará abajo las torres gemelas, o que un tsunami desolará todo un país, o que habrá una horrible guerra entre hermanos donde antes reinaba la paz. ¿Cómo esperan que lo hagamos? ¿Alguien trae bola de cristal consigo?