La rana
En los 90-2000 estaba de moda enviarse emails con presentaciones de PowerPoint con todo tipo de filosofías, consejos, historias con moraleja, delfines jubilosos… Uno de ellos era la historia de la rana que no se da cuenta de que se calienta el agua. Se llama síndrome o efecto de la rana hervida. En la historia, una rana está dentro de un recipiente de agua. Ese agua se pone al fuego lento y poco a poco se va calentando. Como el aumento relativo de temperatura es tan bajo, la rana no percibe el cambio y acaba muriendo hervida. La historia se utiliza como metáfora de inconsciencia frente a los cambios cuando estos no son drásticos al principio, pero pueden ser fatales al final.
El cerdo
En la novela Rebelión en la granja, de Orwell, los animales se rebelan contra los humanos, puesto que se les maltrata y mata para su consumo. Así, establecen unas leyes que ponen por escrito, leyes que por fin les liberan y les hacen iguales. Pero los cerdos, como animales más inteligentes que el resto, empiezan a modificar estas leyes poco a poco, hasta convertirse en seres tan indeseables y con las mismas conductas que el ser más temido, el humano.
El cerdo se aprovecha de la inconsciencia de la rana
Algunos de los cambios del mundo en el que vivimos han ocurrido de la noche a la mañana, como la expansión del uso de la inteligencia artificial. Otros, en cambio, parecen haber ocurrido poco a poco, mientras la rana miraba hacia otro lado. Por ejemplo, los cambios en el mercado inmobiliario. Sí, las burbujas se nos han ido anunciando, pero el hecho de que se pudiera adquirir una vivienda con mayor facilidad antes que ahora parece haber cambiado a espaldas del ciudadano, como si poco a poco el precio de la vivienda hubiera ido subiendo mientras que la capacidad adquisitiva hubiera ido bajando, pero tan lentamente que no se tenía conciencia de ello. Al echar la vista atrás, veo a mis padres comprando un piso decente con un solo sueldo: sí, la cosa ha cambiado.
Olvidar cómo era todo antes no solo les ocurre a los animales de una granja ficticia, en la que el único animal con más memoria es la yegua, que se da cuenta de que las normas están cambiando, porque «antes ponía otra cosa ahí». Es increíble cómo muchas personas consideran que algo «ha sido siempre así» cuando se puede demostrar con datos que es falso. Es más, hoy día existe una moda de decirte cómo fue tu propia vida, de una forma tan convincente que puedes llegar a dudar de tus recuerdos. En una época de reescritura constante de la historia y sus artefactos culturales, ser capaz de recordar puede tomarse como un rasgo de locura.

Algunos lo vieron venir
Sin embargo, estos cambios no son tan leves ni tan lentos. Considero que son observables para aquel que se fija. Tomemos por ejemplo a Zygmunt Bauman, autor de Modernidad líquida: este libro del año 2000 recoge muchísimos cambios que ahora están en boca de todos, pero que en su época parecían una observación residual o poco relevante. Este gran filósofo ya se dio cuenta de una serie de elementos que configuran cómo es nuestra vida ahora:
- Los espacios públicos se erradican: se reforman las plazas para que no existan refugios en ellas, como bancos para sentarse o sombra de árboles. Así, la reunión pública no es posible.
- El individuo no tiene derechos por el hecho de existir, cada día se tiene que volver a ganar sus derechos.
- Estar sano no es la ausencia de enfermedad, es una lucha diaria en la que el ciudadano se ve obligado a ejercitarse de continuo y alimentarse de forma saludable.
- No tienes una formación, sino que la formación tienes que revalidarla también cada día, en un reciclaje sin fin.
- El capital viaja ligero: ya no se invierte en capital pesado (inmovilizado material), sino en ideas, software, patentes (inmovilizado inmaterial). Así, el capital puede irse donde elija.
En diciembre de 2019 escribí en este blog un post titulado Nos están preparando para una vida peor. En él puedes leer:
De nada sirve que un milenial mantenga «conversaciones» con una inteligencia artificial como Alexa, que le lee los emails y le organiza la agenda (ejemplo tomado del curso Futures Thinking), cuando ese milenial no tiene trabajo y, si lo encuentra, está pagado a la mitad de lo que lo estaba hace diez años.
Yo misma.
En ese momento, claro, no me podía imaginar todo lo que vendría después: pandemia, postpandemia, postverdad, guerra… Pero sí que existía ya la tendencia a bajar la calidad de todo (calidad significa tiempo y recursos). En otras palabras, ni la pandemia, ni la posverdad ni la guerra son causantes directas de esta tendencia a una vida peor: viene de antes. Mis reflexiones de 2019 también reflejaban la conversación con un pintor, en la que ambos convinimos que
…nadie quiere rebajar su nivel de vida para «luchar» contra el cambio climático. Nadie va a cerrar su grifo, nadie va a bajar la temperatura de su termostato. Nadie va a dejar su coche aparcado para irse en transporte público.
Conversación con el pintor.
Claro, que si «te obligan», entonces sí que lo haces: no tienes más remedio. ¿De qué manera se puede obligar a todo esto? Mediante precios, evidentemente. Por eso, volviendo arriba, «de pronto» (rana hervida) los precios de los automóviles que cumplen con criterios ecológicos son el doble de los precios de un coche «de los de antes» y, al mismo tiempo, viene a ser obligatorio adquirir un coche ecológico. Es una trampa. El cerdo se come a la rana.
Me gustaría conocer tu opinión. ¿Qué preguntas o reflexiones te surgieron mientras leías este post? ¿Has observado un empeoramiento de la calidad de vida? ¿Crees que puede ir a peor?
Como siempre, te agradezco mucho que te tomes el tiempo tanto para leer el artículo como para compartir tus pensamientos en comentarios.