El pasado 3 de diciembre (2025) tuve la suerte de asistir a una conferencia organizada por Fundación Telefónica y Aspen Institute España en la que el politólogo y catedrático Fernando Vallespín dio una conferencia y luego mantuvo una conversación con la doctora en filosofía Carmen Madorrán.

Esta conferencia se titulaba «Polarización, nuevas tecnologías y la amenaza de los nuevos autoritarismos». De una forma muy didáctica y cercana, Fernando Vallespín explicó cómo las redes sociales están polarizando la opinión y a los propios políticos, potenciando los discursos populistas, mientras que «la calle», el pueblo, no está tan marcadamente posicionado (pero sí arrastrado por estos debates en los que o estás conmigo, o estás contra mí, esa constante crispación, esa sensación de conflicto). Esta polarización, derivada de los algoritmos, tiene detrás cuatro o cinco empresas principales, cada una con su CEO, bien conocido, que funcionan como los señores feudales alrededor del rey coronado (el presidente, en este caso, Trump), a su servicio, pero controlando sus pasos. Creo que no nos damos cuenta de la cantidad de poder que, cada día, cedemos a estas grandes corporaciones.
Otro tema que se comentó es que los que fueran garantes de los hechos o de la verdad han sido bombardeados en la línea de flotación. Antes, para comprobar un hecho, bastaba con consultar los periódicos, las enciclopedias o los tribunales. Con la explosión de las redes sociales, en las que no hay que contrastar un hecho para escribir sobre él, en las que, aparentemente, cualquiera es libre de opinar y formar parte del foro colectivo, se mezclan hechos con opiniones y se pone en entredicho la labor de aquellos garantes de los hechos.
Una persona que escribe cualquier cosa en cualquier red social, mientras cree estar compartiendo su muy interesante opinión:
- Cede información sobre sus datos sensibles.
- Rellena el contenido de esa red social, les hace el trabajo.
- Es polarizada sin darse cuenta, pues los algoritmos estrechan rápido y peligrosamente lo que puede ver en esa red social.
- Cede parte de su autoestima al tipo de respuesta que recibe: más likes, más autoestima. Sucede que se ha puesto de moda el victimismo, ya que presentarse como una víctima lleva más likes.
- Se ve arrastrada a posicionarse ante «noticias» presentadas en forma de conflicto con «el contrario».
En la conferencia, se comentó que las condiciones de vida actuales en la Unión Europea son las mejores que ha habido: la calidad de vida es claramente más alta que en épocas anteriores. Pero hay por debajo una sensación de tristeza o descontento, que puede tener relación con esa dependencia de los likes, con ese aislamiento que realmente se produce cuando creemos estar relacionándonos a través de las redes.
Vallespín citó una frase de un pensador/escritor (no recuerdo quién) que explica por qué el género humano se ve atraído por las noticias más oscuras. Esta es la frase no literal:
Mi perro prefiere oler la mierda que el mejor perfume. Me pregunto por qué.
Así, los temas oscuros y catastróficos siempre llaman más la atención, sea en las redes, sea en la televisión, donde proliferan los programas que yo llamo «de meter miedo». Metamos miedo a la población, enfrentemos a la gente entre sí, hagamos que se decanten por una idea, desvirtuemos los hechos hasta que sean también opiniones (por ejemplo, opinar sobre si Rusia «realmente» invadió Ucrania en 2022).
Otro tema que se puso en evidencia es el alto consumo de recursos tangibles que conlleva la última aparición tecnológica, la IA: una tarde trasteando con ChatGPT consume 300 litros de agua (para enfriar los servidores que procesan los prompts). También se puede hablar del consumo eléctrico, que está demandando la instalación de nuevas centrales nucleares en EE. UU., o del consumo de litio y otros metales por el uso extensivo de baterías.
Fue interesante el contraste entre sentir que se navega «en la nube», un espacio etéreo, intangible, incluso «lejano», y el estar consumiendo recursos materiales, tangibles y limitados de esta manera tan intensiva. Fernando Vallespín lo dijo varias veces: somos animales, necesitamos el contacto humano, ¿qué es esto de permanecer en mundos cibernéticos como si no tuviéramos cuerpo? A él le horroriza.
Y esto me hizo pensar. Porque yo me paso unas cuantas horas al día en el ciberespacio. Presumo de no necesitar usar papel. En lugar de eso, estoy frente a dos pantallas y utilizo un teclado y un ratón. Todo como si no tuviera cuerpo, salvo para operar ese teclado y ese ratón, como si fuese una mente que transmite sus ideas directamente a la máquina. Algo que Vallespín llamó el humano protésico, que desde tiempos inmemoriales se ha apoyado en distintas tecnologías para llegar más lejos, como un bastón, pero también, como unas gafas de realidad aumentada (o un chip incorporado en el cerebro). Por eso, es necesario compensar estos mundos digitales con el uso del cuerpo: ir al gimnasio, en bici, bailar, pasear, hacer estiramientos, aprender técnicas de respiración, de relajación, reírse mucho, tomar el sol…
El discurso de Vallespín me llegó fácilmente, es un comunicador de primer orden, habla con precisión, claridad y con ciertos chascarrillos o situaciones cómicas que generan una sensación de cercanía en el espectador. Y yo ya conocía su forma de hablar: Fernando Vallespín me dio clase en primero de carrera, allá por 1992-93. Antes de la conferencia, mi recuerdo era muy vago: recordaba el aspecto físico de Vallespín, pelo moreno, gafas, un rostro parecido al del actor Kyle MacLachlan. Recordaba más o menos la asignatura, o bien era Teoría política o era Derecho político, algo así.

Sin embargo, mientras el catedrático hablaba, el recuerdo se iba despertando en mi mente hasta el punto de tener la sensación de haber estado en clase hacía muy poco. Incluso recordé partes de lo que nos explicó, como la ley D’Hondt, y eso que hace 33 años de aquello (cuando la mili se hacía con lanza). Es curioso, porque ambos profesores de universidad mencionaron que en los planes antiguos (como el que yo hice) era más fácil llegar al alumnado, con el que se compartía un periodo largo, de octubre a junio, mientras que ahora solo se compartía un trimestre, y la sensación es ver pasar alumnado sin poder crear un lazo. ¿Cómo habría sido mi recuerdo del profesor si solo le hubiera visto un trimestre? Desde luego, no habría sentido tanta cercanía al volver a verle en persona. Tuve la suerte de poder saludarle al final de la conferencia, me hacía ilusión que supiera que una alumna «tan antigua» le recordaba.
Mi sensación particular con estas tecnologías es positiva: son «el futuro» presente, el avance, la forma que va tomando la civilización. Además, yo trabajo en este mundo tecnológico desde 2010, sus herramientas hacen mi trabajo más fluido, como si pesase menos y, claro, también menos «trascendente»: si antes, como mencionó el catedrático, escribías los trabajos a máquina y echabas mano del typex, ahora «se escriben solos». Su consecuencia positiva es esa ligereza y esa capacidad de rectificar y mejorar sin que se vean los tachones, su consecuencia negativa es que no cala, ni en la persona que lo hace, ni en la persona que lo recibe. Por ejemplo, para un curso que estoy desarrollando, busco recursos en internet y resulta que la mayoría de las páginas web posicionadas más arriba están totalmente escritas con una IA. Esto hace que el conocimiento quede más lejos, hundido bajo las expresiones retóricas, abstractas y vacías de estos modelos del lenguaje. Y esto me motiva: busco lo que hay detrás, compro libros, voy a otras fuentes. Trato de que la ligereza se asiente en ciertos pilares: es un reto.
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Gracias, Belén, por esta entrada tan interesante.
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Gracias, Belén, por esta entrada tan interesante y por compartir tus dudas sobre cómo usas Internet. Dudas que comparto.
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Gracias a ti por tu comentario, Javi! A veces cuesta saber si lo que escribo interesa o sirve.
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