Puedes pensar que todo tiende al equilibrio y las aguas vuelven a su cauce y puedes pensar que todo tiende al caos y el desorden es siempre creciente.
Un buen amigo mío decía justo lo segundo: un profesor de Teleco, de Campos electromagnéticos, veía claramente cómo todo tiende al desorden, que es lo que mide la entropía, según la segunda ley de la termodinámica.
La cantidad de entropía del universo tiende a incrementarse en el tiempo.
H. Callen
Así, voy paseando por las calles de una ciudad que antes fue pueblo y encuentro el desorden creciente, la tendencia al caos, el cómo unas construcciones se juntan con las anteriores sin parecerse, sin existir armonía entre ellas, con distintas alturas, diseños, colores, épocas. Los edificios más altos parece que engullen a casas bajas encaladas, que resisten empujándolos por los lados.
Otras casas se vienen abajo venciéndose por el tejado y mostrando sus secretos azulejos de la cocina o del baño, algunas más están simplemente en un claro estado de abandono, aderezado o no por cartones, por pises, por ratas.

Pero ¿qué es eso de la entropía?
Me puse a averiguar qué es la entropía y hasta qué punto describe esto que le sucede a una ciudad, a las obras de arte físicas, a las plantas, que crecen sin orden ni concierto, pero también al cuerpo humano. Encontré distintas definiciones de este concepto, que ha ido cambiando a lo largo del tiempo, lo que encontré me pareció fascinante.
La palabra entropía procede del griego, denota un movimiento de giro o de cambio. Lo interesante es que se trata de un cambio irreversible. Este concepto lo tomó un físico y matemático alemán, Rudolf Clausius, que se puso a pensar en la transformación de un sistema, revisando el ciclo de Carnot.

Por lo que he entendido de mis lecturas, un sistema termodinámico va cambiando, la entropía va aumentando cada vez que se dan intercambios de calor entre un cuerpo y otro. En estas reacciones, en estos intercambios de energía de los cuerpos, hay una parte de energía que se pierde: no todo el calor del cuerpo A pasa al cuerpo B. Esa parte se disipa o se pierde por fricción, por lo que no se transforma en energía útil (trabajo). La entropía entonces es medida de este «desorden» asociado a esa pérdida de trabajo. Está además en relación con los «microestados» que pueda adoptar un sistema.
Al ser el universo mismo un sistema termodinámico, puede llegar un momento en el que el flujo termodinámico se acabe, no haya más calor y el universo muera. Al pensar en esto, se te queda la cara que se le quedó a Rudolf Clausius cuando se lo planteó.
También he leído que la entropía puede ser una forma de observar el transcurso del tiempo en una sola dirección.
…de los dos únicos sentidos en que puede evolucionar un sistema, el espontáneo es el que corresponde al estado del universo con una igual o mayor entropía. (…) A modo tanto de cuestión filosófica como de cuestión científica, este concepto recae inevitablemente en la paradoja del origen del universo: si el tiempo llevara pasando infinitamente, la entropía del universo no tendría sentido, siendo esta un concepto finito creciente en el tiempo y el tiempo un concepto infinito y eterno.
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La entropía solo puede aumentar con el tiempo, nunca disminuir. El ejemplo que he leído es curioso: se puede ir pasando pintura de un bote de pintura blanca a uno de pintura negra y viceversa, hasta llegar a un punto en el que se tienen dos botes de pintura gris. Pero este proceso no se puede revertir, de los botes de pintura gris no se puede volver al blanco, ni al negro.
Por otro lado, cuando ya tenía claro que entropía y desorden iban de la mano, leo que la entropía puede ser la medida del orden del sistema termodinámico, la medida de su equilibrio.
El desorden perfecto
Vuelvo a utilizar la entropía como metáfora de la decadencia de las ciudades, o de los cuerpos. Ese desorden, esa mezcla variopinta de edificios, esas plantas que brotan de entre las rocas sin apenas nutrientes, forman un mosaico de realidad: es lo que hay, no parece que el universo tenga un mal funcionamiento, al revés, parece que se arregla muy bien sin ninguna teoría que lo reduzca. El universo es, de esta manera, perfecto, la realidad misma. Y el desorden, entonces, forma parte de él.
En las calles, en las casas, vamos mezclando sin darnos cuenta el bote de pintura blanca con el de pintura negra. Al principio no se nota, una gota de un color sumergida en el otro no se ve. Con el tiempo, ambos son grises, se han equilibrado. Quizá este momento de equilibrio sea el de una ciudad completamente en ruinas, ya no sin tejados, ya sin paredes, sin calles, un conjunto de piedras y materiales que descansan cómodamente en la tierra y de ahí no se van a levantar.
O bien se intenta evitar esta heterogeneidad que lleva al desorden y se planifican y estructuran calles nuevas, vacías, que se irán llenando con los años con edificios nuevos, más uniformes entre sí, casi iguales. La zona está mejor organizada, aparentemente, los edificios son homogéneos, tienen alturas similares. Todo parece mejor. Pero el asfalto comienza a deteriorarse. Además, se detecta que faltan pasos de cebra, o sobran, o faltan cambios de sentido en esas largas avenidas planificadas. Porque la entropía se abre paso con la flecha del tiempo y no vuelve atrás. Nunca vuelve atrás: es irreversible.