Cuando era pequeña, las señoras hojeaban la revista ¡Hola! y veían a otras personas famosas que vivían mucho mejor. La principal actividad que observé era la crítica de esas personas famosas. Por ejemplo, recuerdo haber oído que una señora que limpiaba en casa de Isabel Preysler, o en la casa de una vecina suya, afirmaba que en persona y con ropa de estar por casa era muy poquita cosa. Como si ser famoso requiriese unos estándares mínimos. ¿O quizá sí? ¿Qué rol juegan las personas famosas en nuestras vidas? ¿Por qué sigue existiendo esta ad-miración por el famoseo, en la tele y en las redes sociales? ¿Cuál es la razón evolutiva de seguir las vidas de esas personas?
El caso es que, hoy día, al ver algún programa de estos de «prensa rosa», «corazón» o «sociedad», observo que el cupo de famosos que aparece está compuesto de estos tipos:
- Persona descendiente de los que salían en aquella revista ¡Hola! de los 80.
- Persona de la nobleza/realeza y allegados.
- Persona del show business, es decir, del mundo del espectáculo, las artes escénicas, pero no todas. Aquí podemos añadir toreros.
- Persona que ha estado tan cerca de los famosos que ha pasado a ser uno de ellos, como peluqueros, periodistas…
- Alguna persona deportista; esto es puntual.

El tipo de noticias al respecto de estas personas suele ser «del corazón», es decir: noviazgos, rupturas, bodas, divorcios, nacimientos, bautizos, muertes. Una especie de datos censales. Pero también se da bombo a problemas de esa persona con el Fisco u otros de orden monetario o penal. Si se ha sido famoso, también hay «datos censales» de entrada y salida de la cárcel.
Lo más interesante es que, si no sabes quiénes son, lo que te están contando no te aporta nada, por lo que la noticia se cuida de explicar qué hace famosa a esa persona. Por ejemplo: Agapito Ruipérez Garcinuño, nieto del hermano del conocido artista Juan Antonio Garcinuño Rey, bla, bla, bla…
Ahora todos famosos
La principal diferencia que observo entre la época actual y la de los 80 es que antes esas personas que posaban en las revistas o a las que se «robaba» su imagen eran unas pocas y el vulgo las observaba desde muy abajo, no pudiendo ni imaginar compartir sus ocios, lujos, estilo de vida o ropa: eran inalcanzables.
En cambio, ahora cualquiera parece una celebrity: estupendas fotos en las mismas calas, barcos y lugares «secretos» que aquellos famosos, ropa muy parecida o la misma, formas de posar profesionales y, de puertas adentro, pequeños lujos no antes soñados.
Si todos somos celebridades que exponen sus intimidades en las redes sociales, ¿qué distingue a las personas famosas? Supongo que ahora la conversación alrededor de los famosos no sería para derribar el mito de figuras como Isabel Preysler, sino que sería «yo también hago x, y, z, como Pepita Rodríguez, la famosa».
Vale, sí, pero si ahora todos pegamos carteles por las calles virtuales contando nuestro rollo, ¿qué sentido tienen los programas del corazón y la prensa rosa? ¿Por qué siguen existiendo? ¿Por qué se sigue la cuenta de personas famosas en redes sociales? ¿Acaso necesitamos aún modelos que nos digan cómo tenemos que vivir, a dónde tenemos que ir o qué ropa tenemos que llevar? Eso parece.
La necesidad de lo numinoso
Hace unos años escuché a una psicóloga decir que los seres humanos tenemos la necesidad de lo numinoso. Se trata de la necesidad de Dios, de algo superior a nosotros, más grande y divino. Quizá es un reflejo de la necesidad ancestral de los homínidos de que existan un macho y una hembra alfa que dirijan el cotarro. El caso es que puede haber una cierta traslación de «divinidad» a las personas famosas, que son «más grandes» en algún aspecto, aunque sea en número de seguidores o en dinero. Es ese estatus que, por más que sigamos sus pasos, no alcanzaremos, porque el número de hembras y machos alfa que puede haber es limitado. Quizá ya hay demasiados, por el mundo en el que vivimos, de manera que un famoso de los 80 era mucho «más grande y divino» que un famoso ahora; tenía mucho más reconocimiento, era más respetado y seguido, había mucha más distancia jerárquica con esa persona de la que pueda haber ahora.
En todo caso, un famoso siempre puede caer en desgracia y dejar de estar en el candelero, hasta el punto de vivir en la ruina. Algunos pueden agarrarse a aparecer en según qué programas para que se les siga viendo, mientras les sale un nuevo proyecto, mientras que otros dejan de gustar, dejan de estar de moda y se les aparta como si fuesen objetos. También hemos hablado aquí de la desgracia de personas con un guion perdedor que les ha llevado a morir en el Metro, a pesar de haber hecho sus pinitos en el mundo del espectáculo.
¿Y cómo era antes?
Con esta conexión con el siglo XIX que establezco a partir de los episodios nacionales de Galdós, los famosos de la época eran menos grandes que, digamos, en los 80. Por un lado, eran muchos menos, principalmente nobleza y realeza, estamento militar y algún intelectual. Por otro, eran más accesibles en persona, pero mucho menos en papel, lo que hacía que no se les pudiera idealizar tan fácilmente. Es decir, era fácil obtener una audiencia con el Rey o ver pasar a los reyes en sus carrozas, o incluso a caballo; ver en primera persona a los generales dirigiendo sus ejércitos y hospedándose en una fonda cualquiera. Pero no se imprimían sus vacaciones en su casa de verano en ningún medio. Y siempre quedaba el teatro para ver acudir a unos y a otras y cotillear de primera mano. No había prensa rosa (o eso creo), sí por supuesto el cotilleo y la crítica de aquellos famosos, a los que se ponían motes, como en los pueblos.
¿Merece la pena tener el distintivo de persona famosa? ¿Adónde nos puede llevar tener fama un día y al día siguiente no? ¿Cómo lo experimentan las personas que siempre van a ser «distinguidas» (distintas) por su cuna? [Es su estirpe de tan alta rama que, a fuerza de ser alta cual ninguna, más que cuna diríase que es cama].