
Estaba sentada en un banco del paseo, con el sol detrás, mirando cómo la sombra de un edificio iba llegando a una piedra. Realmente se mueve rápido, en un momento la piedra está al sol y al siguiente está en la sombra, pero el ojo no llega a percibir lo que pasa. Este cambio rápido y a la vez imperceptible también me estaba pareciendo una alegoría de la vida, de la necesidad de agarrar el momento porque se va silencioso pero rápido.
Casi no me di cuenta de que pasaba un hombre con tres perros. Pasó por delante de mí y siguió andando, hasta que se paró. Lo noté porque había seguido el sonido de sus pasos, siempre mirando la piedra. De forma inconsciente giré la cabeza hacia él. Me miraba.
«¿Te pasa algo?», dijo, con sincera preocupación.
Yo me vi como sorprendida en algo. Le dije «¡No!» con el gesto de la muñequita de whatsapp, es decir, palmas hacia arriba y encogimiento de hombros. También sonreí, pero eso no se vio.
Se alejó poco a poco.
Me vino a la mente algo que escribió Zygmunt Bauman en Modernidad líquida: no podemos simplemente estar en el espacio público. Tenemos que actuar y, además, con prisa. Estar sin actuar en un espacio público es propio de vagos y maleantes.
Ese reposo meditativo no parece propio de alguien en edad de producir. Pararse para reflexionar es cada vez más extraño. Lo alarmante es que alarme que alguien simplemente esté.
Suelo salir a este paseo del parque en busca de inspiración. Puede estar en el agitarse de los sauces o en la inmovilidad silenciosa de los abetos, o puede estar en las formas cambiantes de las nubes, o en las luces de las farolas, o en un viento muy frío o en el trinar de muchos pájaros. Salgo, observo y escucho. No me había parado a observarme desde fuera:
Una señora sentada en un banco mirando a un punto fijo, no sé qué le pasa.
Pensé: «¿qué cara pondré yo cuando miro concentradamente una piedra a la que le daba el sol y ya no?»
Es posible que mirar a la parra o contemplar las musarañas (o hacer mindfulness, que suena mejor) sea ahora un acto íntimo que debe ser realizado en entornos controlados: la propia casa o un espacio «de bienestar» en el que todos los demás estén haciendo lo mismo. Es más, puede que algunas personas no logren hacer esto ni en su propia casa si conviven con otras personas que lo consideran mal (propio de vagos y maleantes).
Como ya nos ha dicho John Cleese otras veces en este blog, dejar la mente «en blanco» sin hacer aparentemente nada es lo que dispara la creatividad, lo que permite tanto tener ideas originales como recuperar ideas que se tuvieron en el pasado, pero que se perdieron o no se llegaron a utilizar.
¿Y tú? ¿Cómo desconectas del día a día? ¿Consigues tener momentos de no hacer nada? ¿Dónde encuentras la inspiración?
Como siempre, te agradezco mucho que te tomes el tiempo tanto para leer el artículo como para compartir tus pensamientos en comentarios.
2 respuestas a “Mirando a la parra”