En el post anterior sobre cuándo algo empieza a ser basura reflexionábamos sobre las categorías del método KonMari y algunas otras más inquietantes, como el hecho de que depositar cualquier elemento sobre un plato de comida la convierte en basura.
La mejor opción según las políticas de reciclaje es la prevención: evitar generar residuos al fabricar, lo que trasladado a la persona de la calle es evitar comprar lo que no vamos a consumir o vamos a desechar pronto.
¿Qué ocurre cuando no prevemos que vamos a desechar lo que compramos? ¿Qué ocurre cuando los cambios tecnológicos son tan rápidos que nuestras amadas posesiones dejan de ser útiles sin darnos tiempo a disfrutarlas?
Las antiguallas: basura tecnológica
Hay una serie de objetos en las casas de aquellos que no somos nativos digitales que quizá nos resistamos a “dejar ir” porque no se pueden reciclar y porque se han convertido en pocos años en auténticas piezas de museo. Repasemos algunas, con aires de abuela cebolleta:
Los discos de vinilo
Los que fuimos adolescentes en los ochenta, acumulábamos los discos de vinilo (LP y singles) de nuestros artistas favoritos. Lo que hacíamos era grabar una vez el disco a una cinta y escuchar la cinta para que el disco no se rayara. Si la cinta se estropeaba (lo que ocurría cuando se enganchaba y se salía de su carcasa) volvíamos a grabar el disco. Los discos de vinilo se sacaban de su funda con aire reverencial y con muchísimo cuidado. Se limpiaba el polvo del disco con delicadeza y se situaba, con la liviandad de una bailarina de ballet, la aguja de diamante del tocadiscos sobre los primeros surcos grabados.
Entonces aparecieron poco a poco los CDs. Los discos y las cintas, como hemos visto, cooperaban entre sí, no eran sustitutos perfectos: se prefería el disco, tenía más glamour, era más grande, a veces se abría en dos y dentro contenía las letras, mientras que la cinta era demasiado pequeña y si contenía las letras era en un papel que parecía un acordeón o un pai-pai.
Al principio creímos que los CDs no se rayaban. Creímos que eran “perdurables”. Y muchos fuimos pasando penosamente la colección del artista favorito a CD, a un precio similar al del disco de vinilo, pero con la ingenua creencia de que perdurarían por siempre. Creo que los CDs son mucho menos resistentes que los vinilos.
¿Qué hacemos ahora con estas colecciones de discos de vinilo y de cintas? Hay quien dice que los discos de vinilo se oyen mejor, que tienen otra calidad de sonido, etc.
Pero no podemos comprobarlo fácilmente: apuesto a que en la mayoría de las casas donde todavía hay discos de vinilo ya no hay dónde escucharlos, porque los tocadiscos se estropearon antes.
Las cintas de vídeo
Algo parecido pasa con las cintas de vídeo. Al principio había un sistema, el vídeo 2000, después el Betamax y después el VHS. Quien no acumulaba películas en un formato lo hacía en dos o tres de estos. Al igual que pasaba con las casetes, las cintas de vídeo podían grabarse, con lo cual quien más quien menos grababa todas las películas de la tele que quería, cortando manualmente los anuncios, etc.
¿Qué ha pasado con estas colecciones de cintas de vídeo? Pues que los vídeos reproductores se fueron estropeando, los cabezales dejaban de funcionar, pero las cintas siguieron ahí, con un mensaje indescifrable ahora.
Hay quien no consigue dejar ir su gran colección de cintas de vídeo, en la que invirtió mucho tiempo y dinero.
CDs y DVDs, la nueva vieja basura
En efecto, muchos creímos que el DVD era el sustituto duradero de la cinta de vídeo. Y también pronto descubrimos que se rayaban con facilidad. Las carcasas de las cintas de vídeo les daban un empaque, un aspecto de ser productos de cierto nivel. Las carcasas de DVD empezaron ya siendo más finas y blanduchas, fueron enflaqueciendo y ahora es fácil que los DVDs tengan carcasas como las de un CD.
La erosión del envoltorio fue pareja con la erosión del valor que le dábamos al contenido. Antes, lograr alquilar el VHS de una película era un gran reto, ahora, lograr bajar una película es tan sencillo que la gente las colecciona por miles. Y no las ve.
Vemos ya un indicador interesante: antes, la música y las películas entraban en el concepto de escasez, no estaban disponibles, había que grabarlas de la radio o de la tele o pagar un precio por su versión original, fuese alquilada o comprada.
En cuanto a los libros y su supuesto sucesor electrónico, la conversión no ha tenido lugar: se siguen vendiendo libros de papel, y muchos lectores argumentan que prefieren pasar páginas, notar su tacto, su olor, tener una guía visual del avance en su lectura, poder subrayar… Placeres que desaparecen con el libro electrónico. Por otra parte, hay quien acumula miles de libros incluso en su teléfono móvil, pero, ¿los lee? ¿Y tú, te has pasado al libro electrónico?
Cámaras de fotos… con carrete
Cuando una tecnología cambia, no se sabe el arraigo que va a tener. Al principio, hay adoptantes tempranos que se pasan pronto a esta tecnología, y cuando se abandona sin que alcance la masa crítica, se dan cuenta de que han adquirido piezas de museo a un alto precio. Ocurrió con el mini-disc o con unos “maxi-discs” que aparecieron y duraron muy poco.
Esto creí yo que pasaría cuando aparecieron las primeras cámaras de fotos digitales, que no durarían. Desde luego, como adivina del futuro no tengo precio. Me regalaron una cámara de fotos con carrete, que yo pedí, y que muy pronto tuvo que quedar relegada a este apartado de piezas de museo precisamente por lo contrario: lo digital se impuso a gran velocidad y, junto con los carretes, desaparecieron miles de negocios basados en el revelado fotográfico.
Las cámaras de vídeo, otro tanto. Durante años existió el súper-8, después, durante otros muchos años, aparecieron cámaras de vídeo de cinta (una cinta pequeña) en las que las familias grababan sus vacaciones, luego las cámaras de vídeo digitales, y luego los teléfonos móviles, que arrasaron con las cámaras de fotos, las de vídeo, los walkman, los discman, los contadores de pasos y todo lo demás que podías portar contigo.
La inversión en basura
Y ahora, el contraste es saber que, compres lo que compres en cuanto a tecnología se refiere, se quedará obsoleto tan rápido que no podrás amortizarlo, no podrás haber disfrutado de su vida útil. Ya es costumbre que un teléfono móvil dure dos años, pero es que un teléfono móvil cuesta mucho dinero como para tener una vida útil tan corta. Es como si estuviésemos invirtiendo en basura.
Los nostálgicos guardan sus Nokia, aquellos que no se rompen de ninguna manera y cuya batería sorprendentemente sigue funcionando y sigue durando.
También están las impresoras. Un histórico tan nostálgico como hemos hecho con los discos o las cintas lo podríamos hacer con las impresoras, porque una impresora con escáner, impresión a color y fotocopias a doble cara podía costar 6.000 euros, y ahora cuesta 60. ¿Cómo has podido amortizar algo así? En los últimos veinte años hemos asistido al abaratamiento progresivo de la tecnología, hasta el punto en que llega a ser Gratis. Y si es gratis, las inversiones se han trasladado a otra parte.
Lo cierto es que llevamos años invirtiendo en una “basura” que nunca habíamos considerado así: los coches. Un coche es un gasto, no es una inversión. Al día siguiente de comprarlo, su valor se deprecia hasta casi la mitad. Sin embargo, seguimos comprando coches…
Volviendo al principio, lo cierto es que veo complicado no invertir en basura tecnológica cuando no sabes qué es lo que se va a convertir en basura. No generar basura es fácil cuando controlas lo que gastas en alimentos perecederos o cuando eres consciente de lo que no necesitas. Lo que pasa es que a veces necesitas algo (una impresora) y al poco tiempo, el objeto se ha transformado en residuo sin darte tiempo a pensar… ¿Te ha ocurrido? ¿Qué “basura tecnológica” acumulas en casa?
Una respuesta a “Basura tecnológica”