Comienza una campaña de poda de árboles «a lo bestia»: los álamos, chopos, plátanos, olmos y demás árboles grandes pierden todas sus hojas, sus ramas finas y quedan como un conjunto de palitroques con ramas anchas.
No se trata de si estos árboles soportan una poda así, probablemente hasta les viene bien después de años creciendo sin medida.
Se trata del aspecto que presenta el parque después de esta poda: adiós a los rincones íntimos, adiós a la sombra en verano, adiós a la protección de la lluvia mientras conservaban sus hojas, adiós a pasear por sobre las hojas caídas. Adiós a la estética. Adiós a la poética del espacio.
Pero esto da igual, porque no es tiempo de poesía.
Es tiempo de números
En cambio, tengo la sensación de que es tiempo de números. Por tanto, los aspectos cualitativos o no cuantificables como la belleza de un parque, el rumor de las hojas de los árboles al viento o el disfrute de los rincones quedan apartados.
Se exige que la información sea cuantitativa. Los datos hacen que la información parezca fiable, rigurosa y objetiva. Por ejemplo, alguien puede aportar datos del ahorro de costes que supone podar así estos árboles, ya que se prescinde de la recogida constante de hojas caídas. También pueden dar datos de las ramas que ya no se van a partir con el viento y de los incidentes que se van a prevenir, etc.
Los datos gustan mucho, lo que pasa es que pocas veces nos paramos a pensar en de dónde salen, cuál es su base y si están fundamentados.
La realidad es que se hacen estadísticas con muestras que no cumplen los criterios necesarios para poder hacer estadísticas.
Se proporcionan datos silenciando otros datos más relevantes para comprender una información. Se mezclan datos con juicios de valor y hasta con tonos de voz que nos «ayudan» a interpretarlos de una determinada manera. Pero el dato escuchado parece que lleva un peso de importancia y verdad que lo hace completamente respetable.
Si no me creéis a mí, recurrid al gran Nassim Nicholas Taleb, mucha veces mencionado en este blog. O al profesor Spyros Makridakis (Profesor de la Universidad de Nicosia, Director del Institute For the Future) que en este tuit comenta cómo nuevos estudios más rigurosos que los anteriores muestran que la sal no influye en la hipertensión…
La mayoría de los estudios estadísticos los hacen personas que no son expertas en estadística. Y se nos olvida que la estadística puede entregar cualquier dado que queremos que entregue…
Pero nada, es tiempo de números y no de poesía, así que da igual la calidad de un número mientras me des un número.
Los números que no son ciencia
El dato otorga a cualquier información la categoría de ciencia. Sin embargo, quienes no están familiarizados con las disciplinas que utilizan los números, ignoran que se pueden basar en principios o normas que pueden cambiar, con lo que los números cambian.
Es el caso de la contabilidad y, si nos extendemos, de toda la Economía. La Economía así con mayúscula es una ciencia social, quiere explicar el comportamiento humano en lo relativo a decisiones económicas, pero resulta que los humanos no somos racionales y no respondemos como lo haría un robot. La Economía ha querido siempre emular a las ciencias exactas pero no es una de ellas, por ello,
Los economistas son profetas del pasado.
Lo sé bien, yo soy uno de ellos… De nuevo, recurrid a El cisne negro, de Taleb, para entender por qué no podemos predecir el futuro, debido a importantes sucesos atípicos que no pueden anticiparse pero que provocan serios cambios en los números.
En definitiva, si los números no son algo a lo que podamos agarrarnos desesperadamente para creer que estamos seguros y a salvo de la anarquía, vayamos al parque a dar un paseo por sus rincones más secretos y disfrutemos de la estructura mandelbrotiana de las ramas de los árboles…
Nota: estoy un poco oxidada, hace mucho que no escribo, a la siguiente espero tener más afinadas las cualidades de relación de ideas y demás. 😉