Hace poco leí a un escritor español que se quejaba de que ahora todo el que sabe leer y escribir publica una novela. Escribir una novela, un trabajo que para muchos escritores supone años de documentación, redacción y corrección, parece ahora al alcance “de cualquiera”.
Al alcance de cualquiera
La mala noticia es que esto es cierto. No se trata tanto de que cualquiera pueda escribir una novela, se trata de que hay muchísimas más personas capacitadas para hacerlo con respecto a épocas anteriores. No es que sepan leer y escribir, es que tienen dos másteres.
En un documental de Imprescindibles sobre Carlos Saura, el genial director dijo algo como:
“Yo antes sí sabía qué era bueno y qué no, podía señalarlo. Ahora hay miles de publicaciones, de películas, y no puedo decir qué es lo bueno, no puedo distinguirlo”.
Este es “el problema”: hay tanta luz que ya no se distingue entre unas luces y otras.
Cuando sucede un acontecimiento importante, entro en Twitter y leo los tuits al respecto, porque encuentro genialidad, talento, creatividad, originalidad, muy por encima de la ingeniosa frase que se me habría podido ocurrir a mí.
El cementerio de las letras
En El cisne negro, Nassim Taleb ilustra este tema con un ejemplo: Honoré de Balzac. En un capítulo con el descriptivo y a la vez poético nombre de “El cementerio de las letras”, Taleb explica que pueden haber existido cientos de autores tan buenos como Balzac cuyas obras hubieran desaparecido: entonces Balzac ya no sería tan singular, solo tuvo mucha suerte.
Su talento es menos exclusivo de lo que pensamos, puesto que no vemos las toneladas de originales rechazados por las editoriales.
El tema es que ahora no hay que pasar por el rechazo de una editorial, todo se publica en el océano inconmensurable de Internet, y por tanto tengo la sensación de que Balzac (por decir) y muchos otros quizá no habrían sido conocidos en esta época, más que por unos cuantos.
Luz efímera
Al mismo tiempo, la luz ahora es efímera. Por sonoro que sea un acontecimiento virtual, desaparece al poco tiempo, como el caso del “cara anchoa” o el hilo de suspense de Manuel Bartual. Todo se diluye, por eso se habla de sociedad líquida. Las gotas, por originales y únicas que sean, desaparecen en cuanto caen al océano y nadie ya se acuerda porque siguen cayendo, cada vez más, en un crecimiento exponencial que parece no tener fin.
Lo global vuelve a ser local
Yo cumplo hoy 43 años, y me doy cuenta de que, ante tanta luz, la batalla global acaba de nuevo siendo local, y que las aspiraciones han de ser más modestas, como llegar a hacer muy bien tu trabajo, que verán unos pocos, y que quedará obsoleto y olvidado en muy poco tiempo.
Cuando andaba por los veintitantos, tuve mucho contacto con personas que rondaban los 40 que decían cosas similares a lo que te estoy diciendo ahora: habían aceptado su mediocridad. Yo me rebelaba:
“¡No, no puede ser! ¡Tienes que seguir luchando!”
Pero parece ser que es algo que te dan los años, junto con una cara más seria que a veces no reconoces, presbicia y otra perspectiva de la vida, más calmada.
¿Luchando?
Entonces cada vez soy más escéptica con todos estos trucos que hay que hacer para que un artículo sea leído, una página web se posicione alto, una cuenta de Facebook o Twitter crezca en usuarios e interacciones. Porque, de nuevo, todo el mundo que conoce los trucos hace lo mismo. Resultado: si todo es lo mismo, nada destaca, y volvemos a caer de lo global a lo local.
Creo que el desafío real para todos, y más incluso para los que vivieron mejores épocas, es aceptar la esfera a la que se puede influir, llegar, con la que te puedes relacionar, aceptar que es más pequeña de lo que habrías supuesto.
El siguiente paso es saber darse a esta esfera más modesta.
Me gustaría conocer tu opinión. ¿Cómo lo vives tú? ¿Eres de los que todavía alberga esperanzas de trascender? ¿Te sientes realista y conoces tu ámbito de influencia?
Como siempre, te agradezco mucho que te tomes el tiempo tanto para leer el artículo como para compartir tus pensamientos en comentarios.