Hoy hace más frío. Y el cielo ofrece de nuevo la misma respuesta: anticiclón. Vaya, que las danzas de la lluvia no están funcionando.
La temperatura oscila entre los 7 y los 18 grados, más o menos. El cielo está completamente despejado. La tierra, seca, crujiente. Los árboles están de otoño y primavera.
Hay que quejarse.
Y si lloviera a mares y no viéramos un rayo de sol y el cielo estuviese encapotado y gris, habría que quejarse.
¿Cómo no quejarse? Al fin y al cabo, la crítica y la queja son la forma de conversación más habitual, ya sea en persona o en las redes sociales. Y esto no es ni una crítica ni una queja, tan solo una observación subjetiva.
Este eterno anticiclón aumenta la sensación de vivir en el día de la marmota, o de protagonizar el Show de Truman.
Cada día, al elegir la ropa que ponerte vuelves otra vez a lo mismo: la “ropa de entretiempo”, que nunca dio tiempo a utilizar. Cuando pasas delante de un escaparate con abrigos, te da un sarpullido, y ya no recuerdas dónde pusiste el paraguas. Alargas la “mid-season” y esperas.
Esperar se nos da fatal. El ser humano tiene dificultades para adaptarse al cambio, siempre se dice esto, pero más aún para adaptarse al no cambio. Aquí no se mueve una hoja, nunca mejor dicho, está todo como en suspenso, amanece otro anticiclón que es el mismo y la espera se alarga.
La espera desespera sobre todo porque los acontecimientos no se desarrollan según lo deseado, que es fruto de la costumbre en este caso: en otoño, llueve. Entonces, como es otoño, tiene que llover. Aplicamos la lógica racional a la naturaleza, que puede tener un funcionamiento que parece lógico, pero que no es tan predecible como aparenta, que de pronto se presenta con un huracán, o de pronto retira todas las aguas.
Mientras hay inconvenientes para unos, los que viven de la tierra, hay ventajas para otros, los que viven del sol. Y siendo domésticos, vemos la ventaja y la disfrutamos de los que ponen terrazas en verano, que ahora las ponen a finales de noviembre, y vemos la ventaja de los chiringuitos playeros, y de actividades al aire libre, no todas, la nieve no, claro.
El anticiclón es lo que hay ahora. Puede deberse a muchos factores, pero ya está aquí, ya llegó, no hay escapatoria. Quiero decir que es inútil quejarse sobre el anticiclón. Tan inútil como quejarse de la lluvia. Simplemente, sucede. Solo cabe aceptarlo, adaptarse, quizá contribuir a que la contaminación sea menor. Pero el anticiclón no se va a ir por ello. No va a empezar a llover por odiar la sequía.
Aquí podría encajar un refrán:
Si la vida te da limones, haz zumo con ellos.