El choque

Así lo he percibido, como un choque entre dos mundos, dos mundos que me apelan desde lugares aparentemente opuestos: un episodio nacional de don Benito y el último libro de Isra Bravo.

La portada

Ya desde la portada, vemos dos versiones que chocan y dialogan entre sí de esta manera:

El clásico libro con la imagen de un cuadro de Isabel II frente a una aséptica portada de negro sobre blanco con frases impactantes en mayúsculas.

Ambas portadas nos cuentan qué hay dentro, pero de formas muy distintas. Diría que es más sugerente la de Isabel II. ¿De qué va, exactamente, Las tormentas del 48? Tengo que abrirlo y leer para saberlo. En la portada de 300 palabras se me describe muy bien qué voy a encontrar: un método de cómo escribir esas 300 palabras para tener todos los éxitos.

Vamos a abrir el libro

Abrimos ambos libros, encontramos las solapas interiores que nos hablan del libro y del autor:

Solapas de ambos libros, que de nuevo se relacionan en la forma en la que presentan al autor y al libro.

Isra Bravo lanza un mensaje muy poderoso, de autoridad. Nos remite a su página web, asegurando que no necesita utilizar las redes sociales: tiene otras técnicas. A Galdós me lo ha pintado Sorolla (nada menos), y el episodio lo presenta Manuel Salcedo Olid, escritor.

Pero, vayamos a la imagen en sí de cada autor. Isra Bravo muestra una imagen en blanco y negro con un look moderno y casual, el pelo rapado y la camiseta negra, un aspecto sólido y neto, como sus palabras en la portada. Don Benito muestra elegancia en su vestimenta y su postura, un cigarro con boquilla en la mano derecha, un bastón en la izquierda, un lazo en el cuello y su característico bigote.

Atención a las miradas: Isra Bravo mira a cámara, es decir, mira al lector, aumentando esa sensación de desafío, de «aquí estoy yo, ¿qué pasa?», pero Sorolla pintó a Galdós con la mirada desviada, pensativa, melancólica. Quizá don Benito transmite: «Tú lee, luego me cuentas, yo ya estoy concibiendo la siguiente historia».

Lo de dentro

Pasamos a ver cómo arrancan estos dos libros, tan diferentes, cómo siguen su conversación, mostrando cada cual qué tipo de libro es, qué tipo de autor, qué se puede esperar.

Primeras páginas de ambos libros.

Ya vemos lo que os comentaba en el post anterior sobre la densidad de los episodios nacionales: en el libro de Isra Bravo las palabras respiran, bailan con una coreografía neta, como la de la foto del autor, esperando que lleguen mejor al lector gracias a esta holgura. A la izquierda, el autor nos regala un vídeo.

Don Benito entra de lleno en el personaje, que habla en primera persona, nos sitúa en la época «Hoy 13 de octubre de 1847» y en el lugar. La numeración del capítulo nos hace ver otro detalle que no comparte con Isra Bravo: no hay títulos en los capítulos de los episodios nacionales, solo números romanos correlativos, que suelen llegar al XXX o sobrepasarlo ligeramente.

Pero Galdós hace algo más: ese primer capítulo hace simpático y cercano al nuevo personaje, que se presenta como «José García Fajardo, que vengo de Italia», lo que crea una sensación de familiaridad y calidez en el lector, invitándolo a saber más: ¿por qué viene de Italia? Claramente, por el nombre, no es italiano, luego, ¿qué le llevó allí? ¿Y por qué vuelve?

El personaje de Isra Bravo es el propio Isra Bravo, y no genera esta calidez o cercanía, no: lo que quiere es hacer reaccionar al lector. Empieza a contarle cómo viaja por primera vez en la clase business y qué diferente es esto a viajar (como tú) en clase turista: establece un discurso de autoridad y te dice «reacciona y podrás hacer lo mismo».

El final

No os puedo hablar más de ambos libros, pues acabo de empezar a leerlos. Es mi sistema: un libro de ficción para disfrutar de la literatura y un libro de no ficción para aprender. En realidad, subrayo ambos, aprendo de ambos, disfruto de ambos.

Sí os puedo decir que, al final, cada autor mantiene su particular estilo de esta manera:

Última página de Las tormentas del 48 y última página de 300 palabras.

Galdós siempre cierra los episodios de manera escueta: «Fin de [nombre del episodio]», después de haber leído un desenlace que normalmente no deja indiferente: las últimas páginas de cualquier novela de don Benito son trepidantes, los finales a veces son muy emotivos, como quizá sea este que termina con una carta de una madre.

No sigo; no puedo seguir: los lagrimones han mojado todo el papel. Recibe con ellos para ti y para María Ignacia el amantísimo corazón de tu madre, Librada.

Isra Bravo cierra apelando de nuevo a la acción del lector, con un «call to action»:

Entonces, ¿qué? ¿Empezamos? Empezamos. Con nuestras 300 palabras al infinito.

Las contraportadas

De nuevo, encontramos un diálogo interesante entre ambas contraportadas. La del libro de Galdós, más clásica, muestra un resumen de los dos episodios nacionales incluidos en el volumen, con una imagen que procede de una de las infografías del interior (la edición que hizo El Mundo en su día está muy cuidada; es excelente). La de Isra Bravo sigue transmitiendo información, sigue añadiendo valor, porque sabe que el lector puede convencerse de la compra leyendo lo de fuera.

Contraportadas de ambos libros, una más clásica, con la sinopsis, y otra más atrevida, entregando otras 300 palabras que respiran aire.

Un resumen frente a un contenido nuevo, otro más que apela al lector y termina «este libro te interesa».

Ahora es el turno de la actividad introspectiva de leer ambos, de aprender y disfrutar de ellos. Quizá este choque que parecía haber entre las obras se suaviza en un todo común, al menos en el mínimo de toda obra: el de un autor que cuenta algo a un lector.

Dice Isra Bravo

Dice Isra Bravo que el título de los capítulos de un libro es lo que hace que ese libro se venda. Y estoy de acuerdo en que ayuda: estás en una tienda, real o virtual, hojeas un libro y los títulos de los capítulos te ayudan a entender de qué va. Es más, te atraen, te enganchan, te despiertan la curiosidad… o no.

Lo que pasa es que en un libro de formación reglada esos títulos vienen impuestos, como es el caso de los manuales que acabo de publicar: Herramientas de coaching y Habilidades de comunicación en el aula. Estos libros responden a un currículo decidido en un programa formativo fijado por el Ministerio de trabajo, migraciones y seguridad social. Así, ni el título del libro, ni el título de los capítulos, ni, por ende, el contenido de estos, lo decide el autor.

El autor tiene que honrar aquello que ya está establecido.

Imagen generada por IA directamente en WordPress. Este libro debe de tener unos títulos de capítulo flipantes.

¿Qué hacer entonces?

Pues poner la creatividad a tope. Cuando una unidad se titula, por ejemplo: «El diálogo y otros discursos plurigestionados», buscas la manera de explicar algo relevante para el alumnado, utilizando lo que conoces e investigando lo que no. Tal como dice Brigitte Champetier:

Las dificultades nos hacen creativos.

Y así es: cuando no escribo lo que me da la gana, sino lo que viene marcado por una ley, o por lo que solicita un cliente, o lo que exige un plan de estudios, entonces mi creatividad se pone a prueba, así como mi capacidad para hacer atractivo e interesante un contenido que no llama la atención por su título.

A veces, se podría flexibilizar esta escritura y poner títulos «más locos». Pero en la formación suelen esperarse títulos aburridos. Un título loco llama la atención y, a continuación, asusta a quien ha encargado el material. Muy en la base de todo esto está el «la letra con sangre entra», frase espeluznante, esa creencia de que la formación tiene que aburrir, porque si no «es otra cosa». Esa puede ser una razón por la que existen tantos cursos malos, tal como afirma el gran Tom Kuhlmann, uno de los mejores diseñadores instruccionales de EE. UU.

Y es que es otra cosa la que se necesita: la formación tiene que motivar y tiene que ayudar a retener y utilizar conceptos. Ayuda mucho más el título «¡Incendio en la planta 8!» que «Prevención de riesgos de incendio». Hay muchos estudios científicos sobre esto. Sea un libro o un curso de formación en línea, la experiencia del alumnado se enriquece mucho si utilizamos principios de marketing, como hace Mike Taylor, diseñador instruccional senior. Por ejemplo, según comenta el propio Mike:

¿Sabías que el alumnado se forma una impresión de tu formación en tan solo 50 milisegundos? ¡Eso es más rápido que un parpadeo! Si tu diseño y presentación no captan la atención al instante, ya los has perdido.

Así que, siempre que sea posible, vale la pena motivar, sea a través de títulos más atractivos, sea a través del contenido pertinente, entretenido y práctico.


Por cierto, he de decir que los títulos de los capítulos ayudan, pero que un libro puede tener mucho éxito con títulos crípticos, tan escuetos que no dicen absolutamente nada. Eso pasa con el famoso libro de Eric Ries, El método Lean Startup, que va por la edición 26.ª en Deusto, con capítulos como: «Saltar», «Probar», «Definir», «Pivotar (o perseverar)», o «Formar lotes». Cuando vuelves al libro y quieres encontrar rápidamente dónde hablaba de los early adopters, te toca revisar el libro casi página por página.