Los robots no bailan flamenco

Nos estamos ocupando en identificar aquellos trabajos que puede muy pronto (ya) hacer la inteligencia artificial. Con el reciente lanzamiento de ChatGPT 4, llega incluso más lejos. Me parece más importante identificar aquellos trabajos que nunca vamos a querer que haga una IA o un robot. Ya se apuntaba a esto en la segunda parte del vídeo «Mi empleo, mi futuro» que os compartí y reproduzco aquí:

#MiEmpleoMiFuturo 2, un documental de COTEC.

El resumen es: todo aquello que se puede sistematizar de alguna manera lo puede hacer un robot. Y añado: será aquello en lo que no nos importa demasiado ver a un robot o dejar de ver a una persona.

Cantiñas

Hace poco tuve la suerte de asistir a una conferencia de cante, una especie de clase magistral sobre las cantiñas, un palo del flamenco, en la escuela de flamenco de Amelia Vega. Cantaor: Israel Paz. Guitarra: José Arenas. Percusión: Antonio Maya. Bailaora: Amelia Vega. La idea era estudiar en profundidad qué son las cantiñas, cuáles son sus tipos y melodías y cómo distinguir una cantiña de una alegría y otros palos.

Resulta que el flamenco se origina con los cantes sin guitarra. La guitarra se añade después y solo más adelante se le añade el baile. Así, si en un principio la guitarra se adapta a la voz y la acompaña, hoy día el baile toma protagonismo y determina cómo son la guitarra y la voz, obligando al cantaor a adaptar su voz cortándola donde conviene.

¿Dónde viene escrito qué es la cantiña y cómo se distingue? ¿En qué partitura puede un guitarrista inspirarse para tocar como José Arenas o emular a su padre Antonio Arenas? La respuesta es: no existe ese material. No hay ninguna fuente, ni por escrito ni grabada, de la que un guitarrista pueda beber. Las fuentes de transmisión del flamenco son eminentemente orales y por imitación: José Arenas preguntaba a su padre por qué esto o lo otro, su padre decía, simplemente:

El flamenco es así.

Posible frase de Antonio Arenas.

Si se quisieran anotar en una partitura las variaciones y formas de «hacer cantar a la guitarra», la partitura quedaría ilegible. Es más, no hay un lenguaje con el que reflejar estas variaciones. De manera que, si llega una melodía a un guitarrista de academia, de conservatorio, tocará la guitarra como… un robot. Será correcto, dará las notas, pero no tendrá los matices que se han destilado de un aprendizaje oral, experiencial y por imitación. Ya os digo que no suena ni parecido.

En el post anterior os decía que nadie pagaría por ver actuar a robots. Quizá, como dice un asiduo lector de este blog, la gente muy joven ahora lo vea como algo normal y sí le den valor. Un robot podría ejecutar una partitura a la perfección. Yo particularmente le daría valor cero. ¿Un robot podría aprender escuchando horas y horas tocar a José Arenas, para luego desviarse de la partitura aquí y allá cuando «la situación lo pidiera»? ¿Puede un robot improvisar?

Vaya cuadro hemos pintado aquí DALL.E y yo con esta petición: «Un androide bailando flamenco, otro androide sentado tocando la guitarra y un tercero cantando.»

Desautomatización

Hay un resquicio de esperanza entonces en especializarse en lo que no se puede automatizar: todo lo que puede hacer un robot lo acabará haciendo mejor que un humano. Por supuesto, es mucho más eficiente automatizar tareas. Cada día, llegamos al trabajo y existen una serie de rutinas, pasos, procedimientos. Se trata de llevarlos a cabo en el mismo orden. Es algo que podrá hacerse pronto sin intervención humana, o mucho menor.

Así que veo un camino en desautomatizar nuestras tareas. Hace tiempo, cuando hablaba de la improvisación y el clown, comenté que una persona puede llegar a acomodarse a hacer el ridículo más espantoso. El profesor le dice: «haz que eres una cabra en celo». Y esta situación vergonzante la representa de una manera durante un minuto o dos y a partir de ahí empieza a repetir. Ya se ha acomodado.

Lo contrario de acomodarse es incomodarse, crear en el acto conforme se realiza una actividad. No siempre es posible, quizá solo en esos pequeños matices que damos a nuestras tareas, esos momentos súbitos de improvisación, de tener una idea feliz y cambiar el orden, añadir un rasgo, enriquecer un paso. Quiero pensar que esto no nos lo pueden arrebatar las inteligencias artificiales.

Humanidad

Como vengo apuntando, el otro campo en el que no vamos a querer robots es en los cuidados a una persona. ¿O sí? Hay una serie de tareas que sí están muy sistematizadas, pero en las que nos gusta el trato humano, la calidez. Se trata de la atención al paciente y al cliente.

Cuando nos sale el robot en la enésima llamada a un operador de telefonía, cuando nos toca volver a repetir los mismos pasos que sabemos que no sirven para nada porque luego nos vuelven a preguntar todo, ahí querríamos de verdad que una persona estuviera al otro lado, con su capacidad para la empatía.

Cuando nos ingresan en un hospital y una persona nos pone una vía, estoy convencida de que además nos está aportando tranquilidad. La mirada a los ojos, las neuronas espejo que se activan, una serie de elementos de comunicación no verbal que entran en juego… todo esto no podría ser así con un robot, o sería una situación altamente inquietante.

Cuando necesitamos hablar con una persona experta en la ayuda a otras, como pueda ser un psicólogo, necesitamos no solo de su experiencia sistematizada, no solo de sus conocimientos de las neurosis y las psicosis. Necesitamos de la persona en sí, del humano que se da cuenta de algo en el transcurso de la conversación y propone una vía de solución. ¿Qué vías de solución podría proponer una IA?


Los robots (aún) no bailan flamenco ni se les espera. Busca todo aquello que no se puede sistematizar, que requiere de tus rasgos más humanos y más animales. Aquello será la especialización que la inteligencia artificial y la robótica no te podrán quitar.