
Estimada rata:

Parecía que, con la invención de los ordenadores, íbamos a empezar a tener una vida mejor. Antes, el sueldo solía provenir del cabeza de familia, y esta única persona mantenía a toda su familia. Entonces todo cuadraba. Posteriormente, el milagro: se inventan máquinas que trabajen por nosotros y “podremos ver a papá”.
Imaginábamos un futuro de robots en casa que te saludaban, al tiempo que, cuando te dabas la vuelta para ir a tu cuarto, te daba cierta aprensión, por si podían saltarse las tres reglas que les impuso Asimov.
¿Quién se imaginaba que los sueldos se iban a dividir por dos y que iba a hacer falta que dos personas de cada hogar, como mínimo, trabajasen para mantener a una familia de menos miembros? ¿Y quién se imaginaba que estos robots en realidad son ordenadores de los que hemos acabado siendo esclavos?
Pues a mí esta situación, gustarme me gusta poco, pero a mi perra Kira le encanta. Sí, ella me ve salir por las mañanas, y dice para sus adentros: “¡qué bien! Mamá se va al curro para mantenernos”. Luego se pasa durmiendo la mayor parte de la mañana, y a veces se pasea y se estira un poco. Cuando me ve, quiere salir a pasear. Yo la paseo por la mañana y por la noche, la doy de comer por la mañana y por la noche, la mantengo, le hago compañía. Cierto es que el perro es el mejor amigo del hombre, en este caso de la mujer, pero claro, no me extraña: tiene a su disposición a unos esclavos que, cuando terminan su jornada de esclavitud hacia el ordenador, comienzan su jornada de esclavitud hacia ellos.
Y yo repito: algo muy gordo debe de estar pasando para que las mascotas tengan una calidad de vida muy superior a sus dueños. Al margen de las primas de riesgo, y de su cuñado, algo muy gordo pasa en este “primer mundo occidental”. Y algo que no se arregla fácilmente…
Me pregunto en qué estaría pensando alguna de las flores que he pisado hoy, sin querer, descuidadamente, cuando paseaba. Sí, claro, las flores no piensan… De todos los seres vivos que hoy he sentenciado a muerte por el simple hecho de pasear por el campo, ¿cuántos de ellos han atraído semejante fin a sus vidas?
Está muy de moda decir que cada uno es responsable de lo que le sucede, de todo lo que le sucede. Además, está de moda la Ley de la Atracción, por la cual atraemos a nuestras vidas de forma casi mágica aquello en lo que no dejamos de pensar, sea positivo o negativo. Siempre que he oído esto, me he preguntado si uno atrae a su vida las enfermedades con las que nace, o los genes que le predisponen a tener cáncer.
Por eso me pregunto perpleja qué pensaban esas flores, esas hormigas y demás bichos y plantas, cuando he depositado mi pie sobre ellos sin ninguna delicadeza.
¡Es tan absurdo pensar que lo han atraído hacia sí! Tan absurdo como pensar que las plantas y bichos de alrededor pensaban solo cosas positivas y solo atraían insectos amigos.
No cabe en nuestra mente predecir sucesos inesperados, de proporciones inmensas, y que cambian por completo nuestra existencia. Como un tsunami. Pero lo cierto es que estos sucesos marcan claramente nuestra historia, como defiende Nassim Taleb.
Nuestro cerebro está diseñado para tener esperanza por un futuro mejor (saldremos de la crisis, el año que viene habrá menos desempleo, ya se ven los brotes verdes de la economía), y está diseñado para olvidar rápidamente aquellos sucesos que no encajan en una progresión «normal» y ascendente de los acontecimientos.
A expertos y no expertos, nos encanta la campana de Gauss, nos parece que todo se distribuye de forma «normal», la virtud está en el punto medio y los extremos son raros de ver. Esto es verdad para variables como la altura o el peso de una persona. Esto no es tan cierto para variables como el dinero, la salud, o el pisotón que se lleva una flor en el campo.
Pienso que no se trata de eso, pero sí podríamos dejar de vivir en la falacia de que dominamos por completo nuestra vida, una vida «normal» en la que suceden cosas «normales», o dentro de lo imaginable. Por eso muchos siguen jugando a la lotería aunque no les toque nada, porque saben que hay sucesos que ocurren en contra de toda probabilidad.
Por cierto, ¿cómo podría una flor evitar ser aplastada por una bota de montaña? No puede. Es decir, incluso sabiendo lo que podría ocurrirle, conociendo por sus antepasadas flores que esto a veces sucede, la flor no se podría desplazar a zonas menos transitadas por el ser humano.
Cuando me hablan de que uno es responsable de lo que sucede en su vida, también vienen a mi mente las personas nacidas en países subdesarrollados, que contraen enfermedades que aquí se curan con una pastilla, que pasan hambre, que malviven, que no tienen agua potable… ¿Lo han elegido ellos? ¿Son responsables? ¿Podrían desplazarse a otro sitio? No, no pueden. Ya se está viendo. No se les permite si quiera eso. El gran pie les aplasta allí, y punto. Al margen de la propia responsabilidad personal está «el destino», aquello que es más grande que nosotros y que nos puso en el lugar en el que estamos.
Esta forma de pensar esperanzada y un tanto ingenua también se da en las empresas, con la proactividad, la fijación de objetivos, la responsabilidad frente al victimismo… He visto empresas entre cuyos valores está prever con anticipación el futuro y tomar medidas. Es como si premiaran prever la pisada de una bota de montaña. O bien, premiaran entrever que ocurrirá un 11-S que tirará abajo las torres gemelas, o que un tsunami desolará todo un país, o que habrá una horrible guerra entre hermanos donde antes reinaba la paz. ¿Cómo esperan que lo hagamos? ¿Alguien trae bola de cristal consigo?
Me hago eco del artículo aparecido este domingo en El País Semanal, por Guillermo Abril, y busco aportar mi propio punto de vista sobre el tema. Se plantea que la cantidad y calidad de las relaciones sexuales han podido verse afectadas por el cambio en la coyuntura económica.
El sexo es una forma de creatividad, de puesta en práctica de la imaginación, de comunicación intensa y profunda con el otro, y de desahogo de tensiones físicas. Esta forma de ver la sexualidad puede convertirse en esta otra: el sexo es una rutina que ocurre con cierta frecuencia, cuando toca, y que se da siempre de la misma forma, con pocas o ninguna variación, que resulta aburrida y por tanto, acabamos por evitar.
La sexóloga Carol G. Wells nos cuenta una causa fácil de entender: la creatividad sexual parte del hemisferio derecho del cerebro, y sin embargo, nosotros nos pasamos el tiempo en actividades propias del izquierdo. El orgasmo se produce en un estado de semivigilia, que actualmente llamamos de flujo o «flow». Sin embargo, con el hemisferio izquierdo calculando, razonando, aplicando la lógica, no podemos alcanzar un estado similar, dado que interfiere una parte de nuestro yo con un fuerte espíritu crítico.
Es decir, el tipo de concentración necesario para tener una relación sexual satisfactoria es muy distinto al tipo de concentración que requiere realizar un trabajo de oficina, hacer cuentas, o hacer la lista de la compra. En cierto sentido, son opuestos: el espíritu racional, deductivo, realista debe deponer las armas y habremos de sumirnos en la vivencia intuitiva, impulsiva y atemporal si queremos disfrutar.
Con la aparición de un gran cambio en la situación económica, lidiamos con una variable más, y es la intensa emoción que puede ser de miedo o de tristeza. Pienso que la repercusión en nuestra sexualidad es diferente si la reacción es de miedo que si es de tristeza:
A todo esto hay que añadir que el no poder adornar nuestras vidas con cierto glamour que compra el dinero, o el sentir que no podemos arreglarnos y salir de tapas porque no tenemos suficiente, pueden apagar la llama y revelar desavenencias que existían bajo una capa de estabilidad. Buscamos la estabilidad como si eso fuera la vida, y la mayoría de las cosas que merecen la pena ser vividas están fuera de nuestra área de seguridad. La estabilidad añade rutina, lleva al aburrimiento, y éste a la cólera y a identificar a nuestra pareja como razón de toda esta monotonía y blanco de nuestra ira.
Cuando se produce un cambio, incluso si es positivo, se abre un abismo ante nuestros ojos, un abismo de lo desconocido, de no saber qué va a pasar, y de no saber cómo actuar. Y al mismo tiempo, se abren nuevas posibilidades, nuevos caminos que podemos tomar, y la posibilidad de aprender que la vida es cambio y que nos estábamos agarrando a cosas que inevitablemente van a desaparecer, porque no son eternas.
Si tu trabajo estuviera asegurado de por vida, el sexo no sería mejor.
Si tuvieras mucho dinero, el sexo no sería mejor.
Si tuvieras más tiempo libre, el sexo no sería mejor.
El sexo será mejor si:
http://www.elpais.com/articulo/portada/sexo/tiempos/revueltos/elpepusoceps/20090517elpepspor_8/Te