Las cabezas blancas

Hace poco estuve en un concierto de rock de un grupo amateur, pero bastante experimentado. Al mirar hacia el público, vi una buena proporción de cabezas canosas. Después me fijé en que también las había entre los integrantes del grupo. Entonces me di cuenta de la edad: los que estábamos allí rondábamos o habíamos pasado los 50 años, éramos «señoras y señores». Y sentí nostalgia, porque me pareció que ese grupo de rock, ese tipo de concierto, tenían los días contados. Antes, ir a un concierto como este era ser joven. El concierto de pronto cambia de significado y se convierte en una actividad para gente «de edad madura».

Cuando «era joven», creo que era bastante consciente de la edad que tenía. Sabía identificarme «con los de mi edad». Había niños, jóvenes y mayores. Pero a partir de los 40 más o menos, hay un largo periodo en el que muchas personas como yo se identifican erróneamente con gente más joven: vas por la calle, se cruza «un señor», y no te das cuenta de que tiene tu edad. O se cruza «un chico de mi edad» y no te das cuenta de que tiene diez años menos. Ahora entiendo eso que decían mis padres:

Tú siempre eres la misma persona, por dentro no envejeces, te sientes igual, no puedes percibir la edad porque [tu espíritu, tu alma, tu mente, lo que sea] no envejece.

Mis padres.
Imagen de 박유정 Alex park en Pixabay. Dejé Midjourney: ya no es gratuito y sigue siendo complicado usarlo.

Cuando el esfuerzo no compensa

Entre el público del concierto de rock había otros que una vez pertenecieron a un grupo, pero ya se sienten cansados. Comentan que no compensa tener que llegar con antelación, cargar todo el peso, especialmente de la batería, montar el escenario, actuar y luego desmontar todo a las tantas, llevarlo a los coches… Todo este esfuerzo por unos 300-400 euros para repartir entre los componentes del grupo. Este es el punto de inflexión: cuando el esfuerzo de un disfrute no compensa.

Mi forma de medir la juventud de espíritu de una persona que ya ha pasado los cuarenta es comprobar si habla de jubilarse. Una persona joven puede hablar de «ojalá me toque la lotería y me retire a un país tropical», pero de jubilación, del concepto de dejar de ser útil a la sociedad y dedicarse a cultivar las aficiones, solo hablan personas que empiezan a sentirse cansadas, que ven más grande el esfuerzo que la recompensa.

Otra manera de medirlo es cuánto se sacrifica una persona por ver a otras: los abuelos están en su casa y sus familiares van a verlos. Cuesta que salgan, que hagan un esfuerzo por ir a un sitio muy alejado. Solo algunos muy animados se apuntan a viajes y tienen una agenda como de persona joven. He observado que estos últimos puede que vivan muchos más años. Pues bien, ya a partir de los 40-50, escucho a las personas decir que ya no van a tal sitio o no quieren conocer a alguien que esté a más de 20 Km de su casa: demasiado lejos. ¿Lejos? Tú, que has querido recorrer el mundo, tú que te has querido retirar en un país tropical, ¿me dices que no recorres más de 20 Km? Pues sí, aceptémoslo: a partir de una edad, independientemente de la salud, se empieza a sentir un cierto cansancio, se está a gusto sentado viendo la tele, se olvidan grandes aventuras que conllevan grandes sacrificios.

Esta canción de Queen habla de la nostalgia de aquellos días que ya se han ido.

¿Qué es «joven»?

Recientemente leía los materiales de una autora sobre público objetivo en marketing y hablaba de «mujeres de edad avanzada» para referirse a la franja de 40 a 60 años. Le comenté que eso eran mujeres maduras, la edad avanzada está más allá. Claro, la persona que lo había escrito es joven.

Cuando te preguntan cómo es alguien y empiezas a describirlo, puede que digas: «es joven». Ser joven es algo muy relativo, ahora que se ha alargado bastante la edad de la juventud. Así que quien dice «joven» establece el punto de referencia con su propia edad. «Sentirse joven» no vale tanto como «ser joven», en el sentido de que muchos nos sentimos jóvenes pero no lo somos ya desde ningún punto de vista. Por ejemplo, hace pocos meses iba andando por la calle y se me cayeron las gafas de sol, pero no me di cuenta. Un señor de unos 85 años decía detrás de mí: «¡Señora, señora! ¡Se le han caído las gafas!». Yo no me daba por aludida porque no esperaba que un señor mayor que mis propios padres me pudiera ver como a una señora. Pero así era.

Hay un periodo de los 40 a los 60, realmente largo, en el que se empieza a estar más cerca del final que del principio, pero no se quiere ser consciente de esto. Un periodo de «persona madura», con la cabeza encanecida, blanca, en el que todavía se lleva un ritmo de vida «joven» pero que ya va haciendo mella cuando es muy ajetreado. Un periodo en el que nos identificamos con personas más jóvenes porque no podemos creer que nos hayamos hecho tan mayores tan pronto. Un periodo en el que vas a un concierto y de pronto descubres que tú eres una de esas personas de cabeza blanca, pero no habías querido ser consciente de ello.


Dedicado a FHF.