Talento, creatividad y éxito: cómo ahuyentarlos de tu empresa

Día llegará en que se reconozca generalmente la posibilidad de trabajar más y mejor en menos tiempo. El trabajo sin el esparcimiento agota. Nuestra natural propensión al esparcimiento nos enseña que no debemos negarle su parte en la vida.

El cerebro que está ocupado sin cesar en una misma tarea no funciona tan vigorosamente como cuando descansa o varía de ocupación. El ser humano que trabaja de continuo sin esparcir jamás el ánimo, invalida su aptitud para la felicidad.

No ha de ser el ser humano tan esclavo del trabajo que agote sus fuerzas en procurarse un modo de vivir sin atender el perfeccionamiento de su carácter.

Esto escribió Orison Swett Marden alrededor de 1900 (hace más de un siglo). Y no podemos decir que se tratara de un hombre vago que buscaba escurrir el bulto y hacer la menor cantidad de tareas posibles. Al contrario, con unos orígenes bastante humildes Marden llegó a ser un gran empresario que construyó varios hoteles en EE. UU., no sin dejar de escribir incansablemente muchas obras similares a La alegría de vivir, que es de donde hemos extraído estas citas, obras para ayudar a las personas como tú y como yo a tener éxito y ver lo bonito de la vida. Se dice que Orison Swett Marden es el precursor de obras como Poder sin límites y El Secreto.

Podemos decir que Marden tenía talento y creatividad, y que tenía un éxito probado en los negocios. Es decir, la persona que afirmaba que se puede trabajar más en menos tiempo y que se necesita tiempo libre y descansos para el cerebro, fue capaz, con estas creencias, de desarrollar su talento, creatividad y éxito. Es más, yo diría que gracias a sus creencias que arriba recogemos, tuvo Marden este éxito.

Esto me recuerda a un libro que me influyó bastante en mi época de consultora de formación, Love’em or lose’em (Ámales o piérdeles). Es un libro en que se describe cómo retener el talento en una compañía, y cómo impulsar la creatividad para lograr el éxito.

En el mundo en que vivimos y en la situación en que estamos ahora, destacaré las razones económicas de por qué es interesante retener el talento. Las autoras del libro, Beverly Kaye y Sharon Jordan Evans, nos dan el siguiente ejemplo:

Un ingeniero con talento y creatividad pide un aumento del 15% del sueldo (digamos 15.000 $), y su jefe se lo niega. Este profesional encuentra otro trabajo en que le pagan un 30% más. ¿Qué proceso se desencadena después?

  • Se contrata a un cazatalentos al que se le pagan 40.000 $ para que busque a quien pueda reemplazar a nuestro ingeniero
  • Se encuentra a cinco candidatos cuyas entrevistas nos cuestan 5.000 $
  • Se selecciona al nuevo profesional, pagándole un bonus de 10.000 $, y él negocia el salario en un 25% por encima del anterior ingeniero
  • Nos enteramos de que el anterior ingeniero está obteniendo negocio para la empresa de la competencia de varios millones de euros
  • Los compañeros del que se ha marchado empiezan a irse también a la nueva empresa.

Este ejemplo puede parecer exagerado pero está basado en datos reales. Los directivos no suelen saber cuánto puede costarles perder a alguien de valor, porque nunca calculan esos costes.

Por otro lado, en el artículo de Alan M. Webber cuyo nombre dice todo “Peligro, compañía tóxica”, nos dicen que “No es verdad que la lealtad haya muerto. El problema reside en que muchas empresas reciben de su gente la respuesta que se merecen”. Vamos a destacar también los datos económicos, dado que algunos directivos solo son sensibles a los números:

Un estudiante de mi clase le preguntó a Russo por qué SAS hacía tantas cosas
para su gente.
“Tenemos alrededor de 5.000 empleados. El año pasado, nuestro
índice de rotación fue del 3 por ciento. ¿Cuál es el promedio de la industria?”,
preguntó Russo, a su vez. Alguien sugirió el 20 por ciento. Aunque le pareció
bajo, decidió usar ese porcentaje para su demostración: “La diferencia entre el
20 por ciento y el 3 por ciento es de 17 por ciento. El 17 por ciento de 5.000
personas representa un total de 850. ¿Cuánto cuesta la rotación por persona en
términos de sueldos?”. Los estudiantes estimaron el costo como equivalente al
salario de un año, sobre la base de un sueldo promedio de 60.000 $. Aunque Russo
volvió a considerar bajas ambas cifras, las empleó para seguir adelante con su
ejemplo: “Multipliquen 60.000 $ por 850 personas — dijo— ; eso es más de 50
millones de dólares de ahorro. Así es como la empresa paga el gimnasio, la
atención médica en el lugar de trabajo y el resto de los detalles pensados en
función de la gente”. De manera que si SAS puede ahorrar 50 millones de dólares
al año en menores costos de rotación, estamos hablando de ventajas financieras
reales.

Seguiremos hablando de estos temas; nos parece crucial en los tiempos que corren.

¿Una habitación propia?

He rescatado el libro de Orison Swett Marden, “Pushing to the front” (traducido como ¡Siempre adelante!) y, en particular, me ha llamado la atención un capítulo que se titula: «¿Por qué las mujeres casadas vienen a menos?»

El siglo XIX me abre los ojos y me demuestra cómo ha vivido la mujer hasta hace bien poco, y en ocasiones sigue viviendo: como una esclava o subordinada de su marido.

El hombre que fiscalizaba a su mujer no permitió que ambos tuvieran una verdadera economía en común, en la que los dos pudieran decidir por grandes sumas. Sin embargo, ahora ocurre un fenómeno curioso: el hombre defiende la igualdad en las aportaciones. Y más curioso todavía es que la mayoría de las mujeres no lleguemos nunca a los sueldos de la mayoría de los hombres.

Los defensores de los derechos de la mujer buscan por encima de todo que tengamos un trabajo remunerado. El caso es que no se ha avanzado demasiado desde que Virginia Woolf reclamara una habitación propia, pero sí lo suficiente para aprovechar la oportunidad única de ser independiente económicamente.

Habría que matizar esta independencia, empezando porque el sueldo medio en España no puede permitirse alquilar una casa. Está demasiado ajustado. Conozco muchas mujeres que permanecen en situaciones de total apatía y frustración marital porque realmente, si bien tienen un sueldo, están muy lejos de poder considerarlo fuente de independencia económica.

¿Cómo lo ves tú?

Buscador: ¿quieres encontrar?

Siempre he tenido la teoría de que las personas son infelices a causa de sus expectativas. Esperar que las cosas sucedan de una determinada forma supone una presión sobre la persona, que critica todo aquello que se aleja de lo esperado, y que se frustra si no logra lo que deseaba lograr.

Cuando exponía estos argumentos a otras personas, me decían:

“Pero el ser humano ha avanzado y hecho descubrimientos gracias a sus expectativas”.

Y esto es muy cierto. Pensaba yo entonces: ¿qué expectativas es bueno tener y cuáles son perjudiciales? ¿Cómo las diferencio?

Personas que buscan y personas que encuentran

Ahora he dado un paso más en estas reflexiones, porque veo que hay personas que buscan y personas que encuentran. Un experto habló de personas maximizadoras y personas satisfactoras. Los que buscan, los que maximizan, nunca dirán: “aquí me planto”, sino que llegarán a un sitio y pensarán: “este lugar es ideal para, desde aquí, buscar aquello que verdaderamente me haría feliz”. Los que encuentran, los satisfactores, llegan a un sitio y se dicen: “aquí me quedo. Hay cosas que mejorar, pero poco a poco iré logrando que esto sea un paraíso. Aquí seré feliz”. El maximizador tiene una relación directa con el guion de vida «casi». Algunos maximizadores llevan un guion de vida «siempre».

Eterno buscador

El secreto está en saber si se es un buscador, o si se es alguien que encuentra. Cuando un buscador cree ser alguien que encuentra, es permanentemente infeliz. Ve a su alrededor personas que se plantan, se quedan, echan raíces, y se siente nómada, errante, y siente que nunca logrará esa felicidad de aquellos que, desde su punto de vista, se conforman. El buscador, sin embargo, puede tener una descripción clara y concreta del lugar al que se dirige y aun así, una vez allí, estaría mirando hacia otros horizontes.

“Quiero ir a Ítaca”, se dice el buscador.

Y una vez en Ítaca, encuentra que, siendo aquello exactamente lo que sus expectativas habían marcado, no le gusta, y se va. El buscador es errante por naturaleza, y por naturaleza siempre pensará que puede haber algo mejor o, como mínimo, diferente.

El que encuentra

El que encuentra es una persona que raras veces cree de sí mismo/a ser alguien que busca. Rápidamente detecta qué es lo bueno, y allí permanece, cerca del calor y del sustento. Sí, puede haber cosas mejores, pero en todos los sitios cuecen habas y más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer.

La expectativa de lograr un diez, el máximo, lo perfecto, es la que produce infelicidad, porque resulta que esto no existe. Para el que encuentra, un seis o siete es suficiente, ya se encargará él o ella de adornar aquello hasta que a sus ojos sea de diez. El que encuentra alcanza un estado de felicidad, o mejor, de placidez, al establecerse allí donde llega. Para el que busca, sería bueno darse cuenta de que no existe lo que busca. El buscador que no sabe que lo es quiere dotar a lo temporal de tintes de eternidad, a lo humano, de rasgos divinos, a lo imperfecto, de perfección.

No existe Ítaca. No vas a llegar nunca. Por eso te cansas tanto. Te agotas porque cada vez que llegas a un puerto te dices: “¡es esto, es esto!”, y al cabo del tiempo te das cuenta de que “esto” no es perfecto, no es de diez, hay algo susceptible de ser mejorado. Si el buscador deja de comparar, y ésta es la palabra clave, comparar aquello que alcanza con lo que podría ser, entonces se liberará de una tremenda carga, una losa que le ahoga, la losa de las expectativas.

Para bajar a la tierra de los ejemplos, podemos decir que el buscador nunca encontrará su trabajo ideal, ni tampoco su pareja ideal, por ejemplo. Cuánto daño ha hecho el concepto de lo “ideal” platónico. Con lo fácil que es decir: “esto es lo que hay”, y llegando a la sabiduría de algunos místicos: “esto es perfecto tal como es”. Para un buscador o maximizador, que nada es perfecto tal y como es, convendría pensar en que no existe lo que busca. A ver, párate a pensarlo: si no existe lo que buscas, esto que tienes delante lo vas a ver con otros ojos. Si la hierba no es más verde al otro lado de la cerca, o si es más verde pero tiene más cardos, o si no hay hierba al otro lado, ¿qué te parece entonces la hierba que está a tu lado de la cerca?

¿Y si no se puede mejorar lo que ya tienes?

Decía que iba a poner ejemplos: tienes un trabajo, con un sueldo, un horario, y unas tareas. Como buscador, sabes que el sueldo es mejorable, el horario podría ser mejor, y las tareas podrían ser más creativas y podrías utilizar todo tu potencial en otro sitio. Como buscador, sabes también que has hecho el cambio en muchas ocasiones, cambio que te ha resultado divertido pero del que estás ya cansado/a, y que siempre ha habido otra cosa que no funcionaba: por ejemplo, los compañeros, o el jefe, etc.

¿Y si ahora te propones que no existe la posibilidad de mejorar lo que ya tienes? Entonces lo que tienes deja de ser comparado con lo ideal, empieza a apreciarse por sus cualidades en sí, sin poner de continuo estas cualidades en una balanza. Quizá entonces empieces a ver el vaso medio lleno, porque no estarás poniendo atención en lo que falta en esa realidad para coincidir con tu ideal. Al contrario, pondrás atención en lo que hay para ver cómo puedes sacar provecho de ello, aprendiendo, ganando dinero, o cultivando las relaciones personales. Y paradójicamente, puede que entonces permanezcas más tiempo en cada puerto, porque ya no te pique el acicate de tener que escapar en busca de “lo mejor”.

El cuento de la mayor espiga

Hay un cuento que cita Orison Swett Marden, y que creo que habla de esto mismo. Quizá ya la he contado. A otros lectores, o a ti mismo/a en otro momento: a otro lector. Espero que ahora te sirva, sobre todo si eres un buscador, como yo:

Cuenta una leyenda oriental que un poderoso genio prometió un regalo de gran
valor a una hermosa doncella, si atravesaba un trigal y, sin detenerse, ni
retroceder, ni cambiar de rumbo, lograba arrancar la mayor espiga. La recompensa
iría en proporción al tamaño de la espiga. Atravesó la muchacha el trigal,
viendo a su paso muchas espigas que podría segar, pero siguió adelante buscando
aquella que fuese muy superior a todas las demás, que claramente destacase, que
fuese la mejor, la mayor. Y así, llegó al otro lado del trigal sin haber
arrancado ninguna.

Con este planteamiento, es posible que todo buscador acabara convirtiéndose en «encontrador». Una vez recorridas tierras y recorridos mares, y los cielos incluso. Pero un buscador puede incluso encontrar que lo que buscaba era buscar, es decir, ser nómada, no establecerse. Ésta es la felicidad de los buscadores que saben que lo son, saber que su naturaleza es vagar, errar.

La sociedad de la desinformación

Se dice que vivimos en la era de la información.

A veces no lo tengo tan claro.
La copa de RubinCreo que no podemos con tantos datos, pero al mismo tiempo, creo que, cuando algo nos interesa mucho, y empezamos a investigarlo, nos damos cuenta de que las fuentes no están tan a mano como parecía.

Autores que dejan de ser publicados

Orison Swett Marden, un autor norteamericano del S. XIX que me encanta, es difícil de leer aquí en España. Tengo una edición de los años setenta de su Alegría del vivir(*), y ahora he conseguido la única traducción en España de su ¡Siempre adelante! por Federico Climent Terrer, y eso que fue declarada en 1914 de utilidad para la enseñanza. En inglés se puede encontrar en un PDF algo infumable, de más de 800 páginas, pero aun así, interesante (www.leadership-tools.com).

Libros agotados que no se vuelven a editar

Solicito on-line un libro sobre Comunicación para documentarme, y resulta que está agotado. El libro esta vez no es del siglo XIX, sino del año 2006. Resulta deprimente cómo un libro interesante acaba por desaparecer en tan solo tres años. Ocurre con la mayoría de ediciones actuales, en las que se hacen tiradas de entre 200 y 2.000 ejemplares, y que después caen en el olvido. Desde luego, los autores más que escritores tenemos que convertirnos en comerciales de nuestras obras, con un fino conocimiento del marketing, para poder obtener algo más que una palmadita en la espalda por el trabajo bien hecho.

Datos que realmente no queremos conocer

Por otro lado, Internet provee de datos de forma implacable, a quemarropa, sin mediar ningún sentimiento. En mis investigaciones, busqué al autor de un libro que me es muy querido: el libro de Filosofía de 3º de BUP. Sí, esto ya va sonando arcaico, porque ahora ya no se hace BUP, y probablemente se utilicen otros libros. Éste, para mí, ha sido fuente de información, atrajo mi atención sobre un montón de cosas curiosas, desde el principio, como el tema de la percepción humana, por ejemplo.
Como decía, al buscar a César Tejedor Campomanes, autor único de un gran libro como éste, doctor en Filosofía y catedrático de bachillerato, supe que había muerto en 2005. Llevaba unos días escribiéndole mentalmente un email para mostrarle mi admiración por su trabajo. Saber que había muerto me resultó muy doloroso; fue como si se hubiera muerto justo cuando leía la noticia. Estas son las cosas adversas que ocurren con Internet. En realidad, no quería tanto detalle. No quería saberlo. Pero lo supe.

Conclusión

Unas veces por exceso y otras por defecto, no estamos en la sociedad de la información, sino de la desinformación. Creemos que todo está a nuestro alcance, pero me temo que los ejemplares únicos que se quemaron en la biblioteca de Alejandría no nos han llegado. Como decía antes, no hace falta irse tan lejos para encontrar el rastro de algo desaparecido hace tan poco que parece que tocas su vestidura, que alcanzas su tela, y resulta ser un fantasma.
Cuéntame tu historia: ¿te ha ocurrido algo parecido? ¿Cómo te documentas?

¡Siempre adelante!

No sé si a ti te pasa, pero a mí sí: oigo hablar a personas sobre el éxito, el Secreto, el dedicarte a tu vocación, el seguir tu brújula interior… Y al mismo tiempo, veo personas chocándose una y otra vez con puertas cerradas, con sensaciones negativas sobre sí mismas, con aceptar menos de lo que son capaces de hacer, no con serenidad, sino con una resignación compuesta de resentimiento y baja autoestima.

Se dice que detrás de todo esto están las creencias. Y debe de ser verdad. Te hablo en este tono escéptico porque soy la primera que no está libre de creencias limitantes. Soy la primera que observa admirada a personas como Stephen Hawking llegar muy lejos, acompañado desde siempre de su ELA (esclerosis lateral amiotrófica) o al llamado «hombre milagro», que aparece en el vídeo y el libro del Secreto, explicando su recuperación.

Por otro lado, desde hace tiempo observo que las personas se aferran a un tipo de creencias especialmente dañinas, que son las expectativas. Expectativas sobre lo que «debe» ocurrir o expectativas sobre cómo «tiene que» comportarse otra persona. De esta forma, existe una falacia, o idea equivocada, que es creer que se tiene derecho a. Derecho a un buen trabajo, derecho a la vivienda o derecho a un matrimonio feliz. Algunas de estas cosas aparecen de forma algo ingenua para mi gusto en la propia Constitución Española. Pero hay algunas personas que nacen directamente sin ninguno de estos derechos, en esos países que no nombramos.

Todo esto me ronda la cabeza desde que me fijo con especial interés en el trabajo de Vicens Castellano en Ajuste de Cuentas, programa de Cuatro. Veo personas estancadas en la creencia de que no pueden salir de su angustiosa situación. Desde fuera parece fácil decir: «si sólo hay que…». Pero cuando uno está dentro, en el centro del huracán, quizá no tenga una visión tan clara de lo que le conviene hacer para cambiar el círculo vicioso y convertirlo en virtuoso. Aquí la ayuda de un coach es crucial.

¿Cómo lo ha hecho?, nos preguntamos asombrados ante la persona que triunfa. Acto seguido, atendiendo a nuestras creencias, nos decimos: claro, será un enchufe, su familia tiene dinero (y la mía no), es más fuerte que yo, ha tenido suerte, etc. Esto sólo confirma las creencias de que para que te vaya bien, tienes que tener un enchufe, o tu familia debe prestarte dinero, o debes ser fuerte o tener mucha suerte. Como si en ningún caso contara tu valía personal.

Al margen de El Secreto (o la Ley de la Atracción), podemos decir que esto de tener éxito funciona, que si lo vemos continuamente a nuestro alrededor, es que se puede hacer. Podemos tomar como modelo a estas personas que triunfan, podemos acercarnos a ellas y tratar de imitar aquello que más admiramos, sin dejar de mostrar nuestra huella personal, podemos reconocer que detrás del éxito y del dinero también hay un trabajo, una perseverancia, y un pensamiento alineado y libre de algunas de nuestras peores creencias que, como enemigos, nos echan abajo.

Yo tengo varios de estos modelos, y uno de ellos es Orison Swett Marden, como ya sabéis los asiduos/as. Sólo con el título de alguna de sus obras te da alguna de la energía que él tiene a raudales: ¡Siempre adelante!, La alegría del vivir.

Sé muy bien lo duro que puede ser abrirse camino en la vida, y más cuando se sufren enfermedades, o suceden desgracias familiares. Pero también sé que cuando uno escoge de entre todo lo que tiene lo positivo (y en el sufrimiento para mí lo positivo es la enseñanza que se extrae), entonces el camino se aclara, o se deja de oscurecer, deja de parecer dramático, y empieza a ser mimado y trabajado desde la responsabilidad.

La felicidad se pega

· Nuestro cerebro está equipado con neuronas que imitan la emoción que ven en otro
· Un estudio reciente dice que se puede ser más feliz rodeado de personas felices
· La felicidad no se transmite en el entorno de trabajo

Los neurocientíficos han constatado que nuestro cerebro está preparado para que sintamos empatía, gracias a las neuronas espejo.

Giacomo Rizzolatti es el neurobiólogo descubridor de este sistema por el que nuestro cerebro produce una actividad similar cuando nosotros realizamos una tarea que cuando vemos a un semejante realizarla. También ocurre con las emociones: ver sentir a otro una emoción produce la misma emoción en nuestra mente.

Todo esto lleva a la conclusión de que el ser humano está hecho para ponerse en el lugar de los demás, con el objeto de comprenderlos, pero también de aprender de ellos, de imitar. Estamos equipados para sentir compasión por los demás. Tal vez, si no te sientes feliz, es porque te falta contacto social.

De hecho, un reciente estudio dice que, cuanto más felices sean las personas de tu entorno, más feliz serás tú.

Nick Christakis (Harvard School of Public Health) y James Fowler (Universidad de California) han utilizado el estudio Framingham Heart con el objeto de determinar en qué medida se es feliz, y qué factores influyen en ello. Antes, estos científicos habían demostrado que la obesidad es socialmente contagiosa, o que fumar se expande a través de la red social.

La investigación implicó a 5.124 adultos de edades comprendidas entre los 21 y 70 años y se les siguió desde 1971 hasta 2003.

Para valorar la felicidad, los científicos utilizaron una escala de valores referida a la última semana de la vida de los encuestados. Las 4 respuestas posibles eran: «me he sentido esperanzado con el futuro», «me he sentido feliz», «he disfrutado de la vida» y «he sentido que era tan bueno como el resto de la gente».

Me llama la atención que, en la encuesta (no científica) realizada por el periódico 20minutos, en la que se preguntaba ¿Estar con personas felices aumenta tu felicidad? un 8% de personas contestó: «Imposible, no conozco personas felices», un 12% contestó «No, hace más evidente que yo no lo soy» y un asertivo 10% reconoce que «Me da igual, no me influye.» Y eso que de los datos de Christakis y Fowler se puede deducir que tener amigos infelices a la larga te puede hacer infeliz. Quizá los resultados de la encuesta muestran a estos amigos infelices. Un consejo: no te alejes de la gente negativa, ¡huye de ella! En cualquier caso, también se ha demostrado que es más contagiosa la felicidad que la infelicidad.

Los científicos llegaron a la conclusión de que la felicidad es un fenómeno de lazos sociales, que incluso llega al tercer grado de relación: un amigo feliz en tercer grado (el amigo del amigo de un amigo) sube las posibilidades de una persona de ser feliz en un 6%. Al respecto, James Fowler apunta, «si el amigo del amigo de tu amigo es más feliz, esto tiene más impacto en tu propia felicidad que si te ponen 5.000 dólares extra en el bolsillo.» Quizá Fowler ha sido muy optimista en este comentario. Por lo menos a mí, me cuesta saber quiénes son los amigos de los amigos de mis amigos…

Para reflexionar: ¿es que ya nadie siente envidia de la felicidad ajena?

Una posible respuesta: la felicidad de los compañeros de trabajo no hace efecto. Puede ser que las relaciones con ellos/as se fundamenten en otras dinámicas. Si la felicidad de un compañero de trabajo se debe a que ha obtenido un aumento o un ascenso que nosotros estábamos esperando, no se activan las neuronas espejo. También puede ocurrir que no haya lazos emocionales en estas relaciones.

Lo ideal, lo que aumenta nuestra felicidad en un 42% nada desdeñable, es tener un amigo/a feliz que vive a menos de un kilómetro. Piensa, piensa, ¿qué amistades felices tienes a tan corta distancia?

Si no obtienes respuesta, puede ser el momento de hacerse amigo/a de los vecinos de al lado. Un vecino de al lado feliz marcó un aumento de la felicidad del 34% de su otro vecino.

¿Qué hay de los que viven no ya a menos de un kilómetro, sino dentro de nuestra propia casa, como la pareja? Las probabilidades de ser más feliz al lado de una persona de otro sexo son menores (suponiendo que hablamos de parejas heterosexuales). Parece ser que tomamos más datos emocionales de personas de nuestro mismo sexo, y esto refuerza la teoría de las neuronas espejo: cuanto más parecido es a nosotros el modelo, más nos identificamos y más lo imitamos.

Otro dato a apuntar es que existe una adaptación evolutiva a reír y sonreír, ya que esto estrecha los lazos sociales. Heredamos las neuronas espejo porque ver a otro feliz provoca en nosotros una liberación de endorfinas (la hormona de la felicidad) tan agradable que nos hace felices. En los primates pueden apreciarse expresiones de sonrisa cuando están en un ambiente social relajado.

Ahora que sabemos todo esto, quizá convenga empezar a pensar en cómo nuestro estado de ánimo influye en los demás, y cómo podemos hacerles felices siéndolo nosotros también. Por supuesto, no se trata de fingir, ya que esto conlleva un enorme desgaste de energía. Pero sí que podemos buscar nuestros sentimientos más amables, y podemos empezar a sonreír, y comprobar si esto nos hace sentir mejor.

La posible crítica que puede hacerse a este estudio es que, las personas de una misma red social, suelen tener más características en común, por lo que tienden a influirles hechos parecidos (pertenecen al mismo equipo de fútbol, o tienen la misma ideología, o comparten actividades similares…). La felicidad de alguien con referentes culturales muy distintos quizá no nos influya tanto. De nuevo, las neuronas espejo. Si el modelo no se nos parece, no llegamos a comprender sus estados emocionales.

Para ser más feliz, como ya apuntaba en otra entrada sobre Orison S. Marden, podemos fijarnos en las pequeñas cosas de cada día, en lo cotidiano, y no esperar la gran Felicidad filosófica como valor absoluto y permanente. Si hoy has visto amanecer, si has visto tu pueblo nevado, si tu perro te ha saludado como si no te hubiera visto en años, o si el café estaba riquísimo, estas pequeñas perlas son ahora patrimonio de tu felicidad.

Cómo ser feliz en plena crisis

Ya que todo el mundo habla de crisis, me voy a subir yo también a ese carro, para aportar un pequeño granito de arena que ayude a hacer frente a la nueva coyuntura. Incluso si las circunstancias personales de uno no han cambiado, el que se hable de caída de los principales bancos de los principales países, y de aportaciones multimillonarias por parte de los estado, hace que sintamos el suelo temblar bajo los pies.

No trato de dar una visión económica del tema: hay suficientes blogs, periódicos y demás llenos de expertos en Macroeconomía. Lo que trato es de dar una visión de qué podemos hacer, tanto si nuestra situación ha cambiado como si tememos que lo haga en un corto plazo de tiempo.
Empecemos por lo más simple. Tal como apunta el gran Zelinski, existen básicamente dos formas de hacer frente a cualquier problema de liquidez; ningún economista negaría que son fantásticas. La primera es gastar menos de lo que se gana. La segunda es ganar más de lo que se gasta. Ahí acaba todo. Con ser tan sencillo, conozco a muchas personas incapaces de hacer esto, de forma que gastan siempre más de lo que ganan y ganan siempre menos de lo que gastan. ¿De dónde sale el restante? Se lo prestan otros, desde familiares y amigos que dejan de serlo hasta los bancos a un cierto tipo de interés. Acaban por tener que devolver cantidades mucho mayores que las que pidieron, por lo que tienen que pedir más para devolver lo pedido, y entran en un peligroso círculo vicioso.

Regla nº1: gasta menos de lo que ingresas
Regla nº2: ingresa más de lo que gastas

Para lograr una maestría en la aplicación de estas dos importantes reglas, existen varios trucos que pueden llevarse a cabo.

1. Haz una lista de la compra: parece una tontería, pero cuando uno se atiene a la lista, compra menos y mejor. Si vamos por el supermercado mirando a nuestros dos lados, creeremos estar en el paraíso del capricho incesante, de la necesidad permanentemente insatisfecha, del deseo continuo… Si nos atenemos a la lista, compramos marcas blancas y buscamos descuentos por volumen, podremos ir arañando algún que otro euro para más adelante. Por cierto: ¡no vayas a la compra con hambre! En caso contrario, puedes encontrar el carro lleno de donuts con diferentes coberturas, de patatas fritas con diferentes sabores, salsas de todo tipo y poco más. Nadie me cree, pero yo compro en 15 minutos. Entro por la puerta, busco lo que necesito, salgo por la puerta. Es así.

2. Recorta los gastos de aquello que no necesitas: la mayoría de las personas, cuando nos enfrentamos a nuestra lista de gastos, la recorremos varias veces hasta concluir «no hay nada aquí que no necesite.» Pero si tu sueldo se recortase a la mitad, ¿qué harías exactamente para salir adelante? Quizá dejarías de considerar ciertos gastos como imprescindibles, por ejemplo las televisiones de pago, la suscripción a una revista que no lees, la ropa a la ultimísima moda de hace dos minutos, el maquillaje y las cremas caros, peluquería, diversos aparatejos que se usan de año en año… Considera la posibilidad de ir al trabajo en transporte público: contamina menos, y así sentirás que estás haciendo algo por la Tierra y sus habitantes, y tú eres uno/a de ellos. Las vacaciones quizá las tengas que hacer a un lugar más cercano, u olvidarte de ellas temporalmente. No es un drama, existen cosas de las que se puede disfrutar gratis, más abajo lo explico mejor.

3. Busca otras fuentes de ingresos: reconozco que no es tan fácil encontrar otras fuentes de ingresos. Es agotador estar pluriempleado, y quizá no se esté en disposición de hacerlo por las circunstancias familiares. Bien, se puede vender aquello que no se utiliza en tiendas de segunda mano, se puede hacer algún trabajo de pocas horas que complemente al que tenemos, o se puede buscar otro trabajo en que nos paguen más. Quizá crees que es imposible que encuentres un trabajo mejor remunerado dadas tus cualificaciones. Puedes hacer cursos de formación profesional, o puedes buscar, porque quizá sí existe ese otro trabajo.

4. Valora los activos que estás manteniendo: hay una serie de cosas que nos atan como a esclavos, y la más importante es la hipoteca. A veces mantenemos activos contra viento y marea, trabajando exclusivamente para la casa, o para el coche. Tal y como está ahora la cosa, muchas familias ven aumentar la letra de su hipoteca pero no ven la posibilidad de vender la propiedad asociada a ella, bien porque no ganarían lo que valía hace tan sólo unos meses, bien porque irse a otra semejante sería tener el mismo perro con distinto collar. Algunas personas están alquilando su casa, mientras se van a una vivienda más asequible, también de alquiler. Aunque nuestra mentalidad es querer poseer a toda costa, y el activo que más valoramos es el inmobiliario, alquilar y no comprar es una opción a tener en cuenta en estos tiempos.

5. Sé más listo que ellos: igual que muchas veces pensamos que nuestra fuente de ingresos está fija y no la podemos aumentar, otras veces pensamos que nuestros gastos son inamovibles. Están surgiendo iniciativas muy interesantes para empezar a ser el «soberano consumidor» que se nos supone ser en Teoría Económica. Tú eres el experto/a sobre lo que compras, tú eres quien elige, y quien puede exigir mejores condiciones y reclamar cuando te cobran lo que no debieran cobrarte. Si quieres saber más sobre esto, visita http://compraexperta.com/ y te harás una idea de lo que quiero decir: existen muchos servicios que pagamos y por los que podríamos pagar mucho menos. Infórmate.

6. Desde ahora, todo es tuyo: esta solución es la que más me gusta a mí y la que menos te va a gustar a ti si eres una persona práctica. Sin embargo, numerosos autores, y místicos de diversas corrientes, han utilizado este medio para ser las personas más ricas del mundo, para vivir en la abundancia, para sentirse satisfechos… Si reflexionamos un poco, nos daremos cuenta de que el más rico tan sólo disfruta de la vista de lo suyo, pero al tiempo sufre por el miedo a perderlo, a que se dañe, y paga por mantenerlo, por protegerlo. Orison S. Marden nos aconseja sentirnos ricos por todo lo que podemos disfrutar gratis, por los llamados «bienes libres.» Rockefeller y Onassis no pueden poseer más que tú y que yo la puesta del sol, la vista del mar, respirar el aire puro, ver la luna llena, pasear por las calles. No tiene nadie título de propiedad sobre lo más bonito que podemos admirar, sobre los grandes poemas que encuentras en una biblioteca, sobre la música que hizo Mozart, sobre el aroma de los pinos…

Poseer una obra de arte, por ejemplo un cuadro de Velázquez, te obliga a: tener una pared suficientemente grande, tener mucho mucho dinero para comprarla, para protegerla, para restaurarla… Y si consigues todo eso, al cabo de unos meses pasarás por delante de ella sin darte cuenta de que existe. Si la dejas en el Museo del Prado, puedes ir a verla cuando quieras, compartir con otros su belleza, y compartir también los gastos de mantenimiento. La obra de arte en tu casa te hace esclavo; en el museo, te hace señor.
El mundo es de quien puede gozarlo, admirarlo, respirarlo, tocarlo… Por poco dinero puedes subir a un tren y recorrer tu ciudad de arriba a abajo, sintiendo que todo lo que te rodea está hecho para ti. Querer tenerlo todo, querer que todo esté bajo títulos de la propiedad, hace que no puedas atender a nada más que a la esclavitud que con ello te impones. Esto me recuerda a la película «Entre pillos anda el juego». En ella, dos corredores de bolsa se apuestan por un dólar que un hombre pobre, con el dinero y las posesiones de un rico, acaba comportándose como tal. Y viceversa. Para ello, cogen de la calle a un vagabundo (Eddie Murphy) y le ponen en el lugar de un ejecutivo (Dan Aykroyd). Cuando el vagabundo comienza a tomar posesión de la condición social del ejecutivo, lo primero que hace es empezar a guardarse en los bolsillos, disimuladamente, todo lo que ve de valor en «su casa.» Le hacen ver: «¡te estás robando a ti mismo!» Pues bien: sorprende ver la cantidad de gente que una y otra vez se roba a sí misma sin darse cuenta. Si todo es tuyo, si sólo en ti está la facultad de poseer aquello que disfrutas, aquello de mayor valor para ti, ¿por qué necesitar un título de propiedad? ¿Por qué envidiar a aquellos que lo tienen? ¿Por qué ponerse en situación de esclavitud con respecto a un objeto material?
En palabras del propio Marden:

Pobre es quien no está satisfecho. Rico es quien se contenta con lo que tiene y puede disfrutar de cuanto los demás poseen.

La Realidad de aquí y ahora

Los quesos prometidos

Disfrutar del aquí y ahora, incluso si es una buena comida

«Si un habitante de cualquier otro planeta visitara los Estados Unidos…»

Orison Swett Marden nos habla de nuestro enfoque vital en el futuro. Con una perspectiva curiosa de la vida cotidiana en EE.UU. en su época, imagina a un extraterrestre visitando ese país, y sorprendiéndose de cómo vive la gente en él. Y es que todos parecen haber parado en una estación de paso, pues en vez de aprovechar la vida que les llega tal y como es, tienen la vista continuamente centrada en el futuro, en lo bueno que habrá de llegar para sustituir lo de ahora, que es mediocre, malo o insoportable. Es tan intensa la visión que se tiene del futuro que se pierde la capacidad para disfrutar de lo que hoy, aquí y ahora, tenemos delante.

Vivir para el futuro

Vivir para mañana tiene la triste paradoja de que, cuando llega este mañana, seguirá habiendo otro mañana. En otras palabras, vivir para mañana es vivir en un mundo de crónica insatisfacción, de escasez, de necesidad: nunca nos sentiremos satisfechos así, porque nunca habremos alcanzado nuestra meta. Es una especie de carrera de ratas (como dicen los estadounidenses, «rat race«) por unos laberintos que no acabamos de adivinar, en busca de unos quesos prometidos que nunca llegamos a alcanzar.

Esta perentoria necesidad que tenemos de vivir en cualquier otro lugar menos aquí y ahora parece una ansiosa huida. Cuando estamos en la oficina, estamos deseando marcharnos de allí, o encontrar cualquier hueco para leer un chiste que nos envían por email. Pero si pasamos pocos meses sin ocupación, empezamos a echar de menos estas horas de oficina, ya que sólo recordamos lo bueno de ellas, y volvemos a fijar la vista en un futuro inexistente.

¿Qué pasa con el aquí y el ahora? ¿Por qué es tan insoportable?

Bien, por de pronto, es aburrido. Crear imágenes para el futuro es mucho más divertido y motiva más. Cuando la realidad que tenemos delante nos resulta desagradable, llenar la mente con imaginaciones sobre una futura casa, un futuro coche, un futuro trabajo o una futura familia nos alivia. Y el placer de la imaginación, que parece propio del ser humano (quizá algún animal de orden superior también la tiene), es algo positivo y agradable. El problema es cuando se convierte en esclavitud.

Es decir, el problema son nuestras expectativas de cómo debería ser, y no está siendo, nuestra vida.

«La mayoría estamos descontentos, inquietos y nerviosos y nos consideramos infelices», nos dice Marden.

Estas expectativas tienen algún fundamento en momentos que juzgamos como muy felices, como las vacaciones, los fines de semana, o momentos extraordinarios en nuestra vida. En cambio, con la vista puesta en lo que tenemos ya, dejamos de comparar nuestra situación con otra deseada y supuestamente superior, y empezamos a sentirnos más relajados y satisfechos.

Vivir en permanente insatisfacción

En las culturas orientales hay un profundo estudio de esta forma de ser en la que vivimos en permanente insatisfacción. Por ejemplo, Chogyam Trungpa, autor budista, nos compara a un ser que tiene un estómago muy muy grande y una boca muy pequeña, de manera que nunca logra llenar ese estómago y permanentemente tiene hambre.

Por otra parte, hay un cuento sufí sobre una vaca que vive en una isla, y pasa el día comiendo. Cuando llega la noche, se encuentra con la preocupación de no tener qué comer al día siguiente, de forma que todo lo que había engordado durante el día, lo pierde cada noche, al enflaquecer de ansiedad y desesperación.

El propio Marden nos cuenta la historia de los hijos de Israel y el maná. Cuando caminaban por el desierto, recibían cada día maná del que alimentarse, un manjar milagroso, enviado por Dios a modo de escarcha. Los que no tenían confianza en Dios trataron de guardar parte para el día siguiente, pero lo encontraron corrompido.

«De no atender al día de hoy provienen la miseria, flaqueza, desconsuelo e ineficacia de nuestras vidas, pues no concentramos nuestra energía, anhelo y entusiasmo en el día en que vivimos.»

La flor está viva hoy, hay que cogerla hoy, disfrutar de su aroma hoy. Carpe Diem significa esto.

Necesidad de disfrutar el presente

Como podemos ver, estas reflexiones sobre la necesidad de disfrutar el momento, y de tomarlo tal y como es, vienen de antiguo. El ser humano siempre ha vivido una fantasía en la que se proyecta hacia el futuro y desde el pasado. Pero lo único que tenemos en la mano, de lo único que tenemos certeza, es de hoy, del aquí y ahora.

Pienso que intelectualmente sabemos que lo que existe es el presente, que la visión de futuro es más bien cerebral, y que es en este momento cuando podemos promover cambios para estar mejor después, recordando que las dificultades nunca se resuelven por completo, y que aparecen nuevos desafíos. Y aunque sabemos todo esto, no lo hemos experimentado, no lo hemos vivido, de forma que no nos dice nada el conocimiento de que todo lo que hay es el ahora.

Parece ser que las personas que han alcanzado la iluminación o autorrealización sí tienen este conocimiento experiencial de la realidad. Nos lo cuentan con palabras atónitas, perplejos, formando imágenes que no comprendemos: hasta que no sea uno mismo/a quien se come ese filete, de poco le va a servir que otro le cuente a qué sabe.

«Voy a disfrutar el día de hoy»

Una forma que he encontrado de intentar disfrutar del día es la que propone el propio Marden. Se la recomiendo a todo el mundo, y creo que les está funcionando tan bien como a mí: se trata de levantarse cada mañana y decirse:

«VOY A DISFRUTAR EL DÍA DE HOY.»

Si pase lo que pase nos mantenemos firmes, si a pesar de lo que suceda nos proponemos ser felices, podremos gozar plenamente de todo cuanto tengamos delante. «No voy a intentar huir de la realidad, ni tampoco voy a luchar contra ella. La voy a aceptar, la voy a vivir con intensidad, y voy a vivir este día de principio a fin. Cuando llegue la noche, podré decir: «hoy he estado viva».»

En lugar de vegetar arrastrándose por la vida, si comenzamos cada día con este firme propósito, aunque luego se tuerzan las cosas, sacaremos fuerza y energía de lo que vaya sucediendo, entrenando así a nuestra mente a sacar el «juguillo» de lo que tenemos delante y a dejar de evitarlo montando fantasías sobre un futuro mejor.

La alegría del vivir

Deambulaba por el anticuario del francés, al pie de Mojácar pueblo, y de vez en cuando leía con desinterés alguno de los títulos de los libros que servían de decoración. La mayoría de ellos era en francés, y se encontraban en contextos donde llamaba la atención aquello que decoraban: la alacena, la mesa, la estantería.

Aprisionado entre otros seis y dos planchas de hierro a modo de sujeta libros, había un librito que se titulaba La Alegría del Vivir. Por curiosidad, lo hojeé, y vi que estaba subrayado en rojo, y que las frases subrayadas eran muy elocuentes, llenas de fuerza. Por ejemplo: «No están estas gentes definitivamente establecidas ni en verdad viven en el hoy y en el ahora, sino que confían en vivir mañana, el año que viene, cuando sus negocios prosperen y se acreciente su fortuna y se muden a la casa nueva con nuevos muebles y adquieran el nuevo automóvil para desechar todo cuanto ahora les molesta y rodearse de comodidades. Les parece que entonces serán felices, pues hoy no disfrutan verdaderamente.»

¿Quién es este tal Orison Swett Marden?, me dije leyendo el nombre del autor en la portada. La edición, de bolsillo, carecía de todo el encanto propio del lugar en que me encontraba. El libro no podía ser más feo; la traducción no era muy buena y estaba muy anticuada. Cada vez más interesada en ese pequeño objeto de anticuario, leí un poco sobre la vida de su creador. Orison fue coetáneo de Galdós, mi autor español favorito, y vivió una vida digna de unos Episodios Nacionales de EE.UU. De orígenes humildes, Orison Swett sólo pudo heredar de sus padres, que murieron cuando él era pequeño, su curioso nombre, que simboliza la oración y el trabajo. Todo en su vida fue una lucha para salir de su situación y llegar lejos, para dejar de ser un aprendiz apaleado por sus diferentes amos y convertirse en un gran empresario que escribía incesantemente, en privado, en secreto; que no cesaba de escribir mientras construía hoteles.

Cada vez más interesada en la sabiduría de Orison, y en sus poderosas frases, cerré mis manos sobre el libro y pensé llevármelo de allí a cualquier precio. Pero me salió gratis: el anticuario francés consideró que, dado el volumen de otras cosas que le comprábamos, aquel insignificante librillo podía ir de regalo, y eso que su precio era de tan sólo un euro. ¿Un euro por tanta enseñanza?, pensé, esto es un tesoro oculto.

Esto ocurrió en agosto, y he podido leer el libro al completo unas cuatro veces, lo he subrayado por todas partes y, cuando voy a viajar en tren, lo llevo en el bolso, y abro por cualquier capítulo y vuelvo a recibir el positivismo y la energía de Orison a través de los tiempos.

¿Qué puede decir Orison de especial, de importante, en menos de 160 páginas? Pues resume, a modo de librito magistral, todo aquello sobre lo que llevo investigando varios años. Recoge la semilla dorada de todo lo que después han dicho Stephen R. Covey, Anthony Robbins, Daniel Goleman, etc., pero me consta que hay un matiz: Orison lo ha vivido por sí mismo, lo ha experimentado, y saca estas conclusiones de su inspiración más profunda, de su observación de las gentes. Orison parece ser el primero (en occidente, en la cultura capitalista) de una larga cadena de conocimientos que nos hacen mejores, de lo que se llama desarrollo personal, y lo hace con frases que han resultado ser «citas célebres.»

En efecto, cuando busqué su nombre en Internet me pasó aquello que te pasa siempre que buscas algo en Internet: ves que miles de otros ya lo conocían, ya hablaban de ello, y ya lo utilizaban, y el tesoro deja de pertenecerte. Se me quedó una sensación de decepción, de sorpresa descubierta a destiempo, propia del ego. Pero también una sensación de alegría al comprobar que Orison sí pertenece al saber popular y no se había quedado perdido entre bibliotecas y anticuarios franceses.

Es muy posible que vaya a seguir citando a Orison durante un tiempo, pero me gustaría empezar a revelar aquello que he encontrado en él, por medio de sus frases, y por medio de lo que hay más allá de ellas, entre líneas. Cierto que el autor trata temas pasados de moda, basados en costumbres y valores de su tiempo (siglo XIX). Esto ocurre con muchos libros reveladores, que tienen partes menos reveladoras sencillamente porque están demasiado centradas en la época concreta en que se escriben, y no en los universales que pretenden transmitir. Separando el grano de la paja, y obviando la traducción de la época, podemos aún pulir el bello metal del libro.

Lo primero que destaca el autor es la búsqueda de la felicidad. «La felicidad es el destino del hombre» es la primera frase de La Alegría del Vivir. Orison observa que los seres humanos buscamos ser felices, esto es, tener goces y placeres, y al perseguir la felicidad, ésta se nos escapa una y otra vez. No tiene sentido buscar aquello que ya está en casa, pero que no sabemos ver. Los peces se preguntan unos a otros qué será aquello del agua, porque no se dan cuenta de que es su aliento mismo. En cambio, pequeñas satisfacciones enfocadas a dar, a ayudar, sí traen felicidad a nuestras vidas. Quizá imaginamos que la felicidad es aquello que nos ocurrirá cuando nos toque la lotería. Y es cierto que se debe de sentir un gran entusiasmo… que sin embargo dura unos instantes. O imaginamos que la felicidad se siente cuando estamos de vacaciones, es decir, alrededor de 22 días al año, veintidós días de trescientos sesenta y cinco. Vaya… Bueno, si sumamos los fines de semana, tendremos felicidad quizá 128 días, esto suena mejor, pero sospecho que no es el camino para encontrarla.

Me gusta mucho la forma en que lo pone Orison, pues compara la felicidad con un mosaico compuesto de pequeñas piezas de escaso valor, que colocadas en una combinación acertada, forman una joya preciosa. Esos pequeños momentos de felicidad que están esparcidos por nuestra vida los rechazamos porque no cumplen la talla mínima que imaginamos han de tener. Buscamos más la felicidad en la sobreexcitación del sistema nervioso, en comer, beber, en satisfacer los apetitos y alcanzar lo que deseamos, a veces a costa de nuestra propia salud.

En una cultura de insatisfacción crónica, nos parece siempre que lo que buscamos está en un horizonte más allá de lo que vemos, que seguramente cuesta mucho dinero y esfuerzo, y que pasa por centrarse en uno mismo. «Quien ande en busca de la felicidad, recuerde que donde quiera que vaya sólo encontrará la que consigo lleve. La felicidad no está jamás fuera de nosotros mismos ni tiene otros límites que los que nosotros mismos le señalamos.» Orison, como los sabios orientales del budismo, taoísmo o sufismo, pone el acento en buscar aquí y ahora, en lo que vemos, dentro de nosotros, sin pagar ni un duro, sin forzar nada, dejando que todo ocurra, centrándose en los demás. Y esto nos remite a la cita del principio, y a otra perla de nuestro amigo: «La felicidad dimana de dar y entregar, no de recibir y retener […] La infelicidad es el hambre de adquirir; la felicidad el hambre de dar»